La tragicomedia de la falta de talento: El autor o una mirada polanskiana al
infierno de la esterilidad creativa en un marco grotesco.
Título original: El autor
Año: 2017
Duración: 112 min.
País: España
Dirección: Manuel Martín Cuenca
Guion: Manuel Martín Cuenca, Alejandro Hernández (Novela: Javier
Cercas)
Fotografía: Pau Esteve
Reparto: Javier Gutiérrez, María
León, Antonio de la Torre, Adriana Paz,
Tenoch Huerta, Adelfa Calvo,
Rafael Téllez, Craig
Stevenson, Miguel Ángel Luque, Carmelo
Muñoz Adame, Domi del Postigo.
Dejemos de lado que a uno
no le hubiera disgustado que apareciera Yago, el gallego de la Pasarela, con su
latiguillo: “Señor Márquez”, porque siguiendo estas semanas la muy entretenida
y también desigual Estoy vivo, la
presencia de Javier Gutiérrez en una película se contamina automáticamente. He
de reconocer, sin embargo, que el actor consigue dotar de verosimilitud
suficiente a su personaje de escritor ambicioso y frustrado como para poder
seguir la película sin que las imposturas habituales en este tipo de personajes
nos echen para atrás. ¡Es tan difícil llevar al cine la actividad interior de
la creación literaria! Es cierto que Álvaro responde a un cliché y que, por lo
tanto, casi todas sus acciones están ensombrecidas por esa ausencia de
espontaneidad genuina de los seres libres: vive atenazado por su pretensión
literaria y a ella ajusta su vida milimétricamente. La película arranca con un excelente
tono de comedia que llega a su clímax cuando, después de leer unas tópicas líneas,
el profesor de escritura creativa, clases a las que lleva asistiendo durante
tres años el protagonista, estalla en una de las escenas magistrales de la
película, permitiéndose un chorreo al nada talentoso alumno que jamás ningún
profesor, de esa materia o de cualesquiera otras, se permitiría, por
profesionalidad. Dentro de esa farsa grotesca inicial ha de contabilizarse que
la mujer de protagonista se haya convertido en la afortunada autora de un bestseller que narra la descomposición
de un matrimonio que resulta ser el de ambos. La oficina siniestra de la
notaría donde trabaja el protagonista, con un compañero de “celda” impagable,
redondea un planteamiento que, por agotamiento, incluso, enseguida dará un giro
hacia el drama desde una perspectiva muy de Polanski. Urgido por su profesor a
que se empape de vida para poder escribir después sobre ella con “verdad” y con
una voz propia reconocible, el aspirante a autor deja la vivienda familiar y se
instala en un edificio en el que, desde su entrada en él, se dispone a ejercitar
la curiosidad por sus vecinos para, finalmente, agarrarse a sus vidas con afán vampírico
para exprimirlas después en una novela cuya tutela creativa le ofrece al
profesor, quien le alabó un día en una clase la transcripción de una
conversación literal de sus vecinos inmigrantes. La figura del profesor es
siempre el contrapunto cómico del drama que vive el protagonista, cuya
inseguridad crónica, por la falta total de talento, propicia los encuentros con
la “autoridad” literaria cuyo poder sancionador es para él de vital
importancia. La vida del inmueble, reducida a tres vecinos, la portera, los inmigrantes
y un jubilado se despliega entonces en una doble vertiente, los intentos del
protagonista de condicionar sus vidas y el reflejo literario de esos intentos.
Con una deliberada hijoputez sin escrúpulos, el protagonista irá asumiendo
progresivamente un papel determinante, sobre todo en la vida de sus vecinos,
dos mejicanos a quienes se acerca con intención abierta de ayudarlos y oculta
de hundirlos en la miseria y en una crisis que incluso podría resolverse por
vía criminal. La conquista de la portera, que incluye un magnífico plano
cenital de ambos desnudos en el lecho del adulterio, forma una especie de muy
lograda micronarración conclusa dentro de la narración que forma parte de lo
mejorcito de la película. Se trata de un poderoso impulso para confirmar la
deriva sádica del personaje, cuya vida privada, ya desde que se instaló en el
nuevo piso, se ha ido conformando alrededor del proyecto de novela, esto es, de
su progresivo envilecimiento personal. El piso vacío, con algunos planos y
secuencias muy logrados, como la del protagonista bailando la danza de la relajación
para poder concentrarse en su mester literario, son capaces de generar una
atmósfera cercana a la locura, a un trastorno delirante que se va acentuando
poco a poco y que va a convertir la vida del protagonista en una sucesión de
bajezas incalificables al servicio del supremo bien de la “gran novela” que
saldrá de su menguado ingenio. Me ahorro el final, porque es excelente, y sería
una ruindad que lo revelara. He escogido dos conceptos, “desigual”, porque los
altibajos, de tono y de ritmo son evidentes, hay no pocos momentos muertos que apenas permiten “dibujar”
personajes y que tampoco colaboran al servicio de la acción, y “atractiva”,
porque el desarrollo e la historia permite acompañar la peripecia
vital-creativa del protagonista con notable interés, a pesar, ya digo, de esos
altibajos que suponen una especie de remansos, a menudo grotescos y divertidos,
en el progreso de la acción. El reparto, en su conjunto, está perfecto, y todos
contribuyen, especialmente, ya digo, la portera, Adelfa Calvo, en una interpretación que huele a mejor
actriz secundaria para los Goya. La canción que acompaña los títulos de
crédito, de José Luis Perales es muy hermosa, y anticipa, en cierto modo, el
drama íntimo que vamos a ver en la pantalla. En conjunto, El autor es una película muy digna de ser vista, pero a la que, acaso,
el exceso de localismo le pase una factura que no debería.
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