Con menos sustancia que el agua de hervir borrajas, La librería es un paso errático en la sólida
carrera de Isabel Coixet.
Título original; The Bookshop (La librería)
Año: 2017
Duración: 115 min.
País: España
Director; Isabel Coixet
Guion: Isabel Coixet (Novela:
Penelope Fitzgerald)
Música: Alfonso de Vilallonga
Fotografía: Jean-Claude Larrieu
Reparto: Emily Mortimer, Patricia Clarkson, Bill Nighy,
Honor Kneafsey, James Lance,
Harvey Bennett, Michael Fitzgerald, Jorge Suquet,
Hunter Tremayne, Frances Barber,
Gary Piquer, Lucy Tillett, Nigel O'Neill, Toby Gibson,
Charlotte Vega.
No se lea animadversión ninguna
en el título de la crítica a esta última película de Isabel Coixet, directora
de quien he reseñado en este mismo Ojo
tres películas y un documental que me han complacido, y alguna hasta
maravillado, como Nadie quiere la noche.
Quería encontrar un concepto que resumiera la impresión desfavorable que me ha
producido la película, tan desustanciada y escasa de historia que, desde luego,
en modo alguno se puede poner como ejemplo a emprendedores, a diferencia de Nightcrawler, de Dan Gilroy, que debería
pasarse en todas las escuelas de empresariales del mundo, aunque tampoco era
ese el objetivo de Coixet, está claro. La realización personal a través de la
creación de un negocio como una librería está reñida, desde el punto de vista
de la insulsa protagonista, con el mundo
real de los balances, los pedidos o ese cierto desdén, en una población tan
pequeña, hacia la lectura. Dejamos de lado, pues, la verosimilitud del aspecto
empresarial de la misma y buscamos asideros poéticos que sirvan como motor del
producto y que, sin embargo, no lo sostienen en absoluto. Hay una mirada de
cuento infantil en toda la película a la que no es ajeno ni siquiera el traje
rojo -de criadas, dice uno de los personajes en un momento- con que la
protagonista se presenta “en sociedad” ni tampoco el caserón semiabandonado donde
vive, aislado del mundo y rodeado de libros, el único lector devoto que se convierte en su
primer cliente, como una suerte de extraño Nosferatu culto que está a punto de
resucitar, a través de la relación con la librera, la perdida fe en el género
humano. De hecho, cuando este asume el papel de noble caballero que defenderá a
la frágil librera frente a los “señores” de la pequeña localidad, y ambos se
encuentran junto al mar, él con largo abrigo negro, ella modesta hasta la extenuación,
se produce, en el roce deseado pero no satisfecho de ambos cuerpos el único
momento de fuste poético de la película. El resto, no pasa del sentimentalismo
de esos libros a los que los ingleses son tan aficionados, como Black Beauty, de Anna Sewell. Me ha
sorprendido, por ejemplo, el aire de vieja guardarropía naftalinesca de la
puesta en escena, cuando si el cine inglés tiene fama de algo, es de recrear
históricamente las épocas en la pantalla con una fidelidad y una verosimilitud totales.
A todo este embrollo creo que colabora decisivamente la escasa o nula acción dramática
de la película y, sobre todo, la impasibilidad gestual de la protagonista,
sosa, ya digo, hasta la desesperación del espectador, y con un repertorio de
muecas y expresiones que en todo momento parece un calco que haya hecho la
actriz de la propia directora, algo en lo que coincidí a la salida del cine
como mi Conjunta, por ejemplo, lo que me prueba que no debo de andar muy
desencaminado. En cualquier caso, la languidez jamás construye psicologías
atractivas o, dicho de otro modo, se ha de ser portugués para construir, a
partir de la languidez, un sólido personaje que logre interesarte a través de
un metraje tan largo y tan inane como el de La librería. Hay una mitificación
del libro que raya en el fetichismo, porque en la película rara vez asciende de
la categoría de objeto a la de experiencia personal, y menos desde el punto de
vista de la protagonista, quien lee ¡nada menos que Lolita! sin pestañear ni sentirse profundamente conmovida por una
lectura que exige algo más que una mirada lánguida desde la cama… Ignoro si la
novela en la que se basa la obra pueda tener algún atractivo, pero la visión
que Coixet nos traslada de ella, simplificadora y estetizante no anima a ir a
comprobarlo. Hay algo, o mucho, de spot publicitario de qualité para alguna
cadena de librerías, Barnes&Noble, El hogar del libro, etc., con eslogan
incluido, “nadie se siente solo entre libros”. Lo que falta es “vida”, mucha
vida, interior y exterior, en esta película un tanto acartonada y llena de
jarrones con flores artificiales. No hay encuadre que no tenga un plus de
esteticismo que consuela al espectador de la falta total de acción dramática,
por supuesto, pero una sucesión de hermosas fotografías no constituye nunca una
película. En fin, podría seguir, pero Isabel Coixet no se lo merece, porque es
autora de una obra con películas más que notables y algunas de ellas
brillantes. Entendamos esta como un traspiés en tiempos de confusión política y
esperemos que la próxima tenga la entidad de sus mejores obras, como La vida secreta de las palabras, verbi
gratia.
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