jueves, 12 de septiembre de 2024

«Décalogo, 3. Santificarás las fiestas», de Krzysztof Kieślowski.

Entre la Eva bíblica y el Janos bifronte: el rescoldo y el engaño. 

Título original: Dekalog, trzy

Año: 1990

Duración: 56 min.

País: Polonia

Dirección: Krzysztof Kieślowski

Guion: Krzysztof Kieślowski, Krzysztof Piesiewicz

Reparto: Daniel Olbrychski; Maria Pakulnis; Joanna Szczepkowska; Krystyna Drochocka; s

Artur Barcis; Zygmunt Fok; Krzysztof Kumor; Dorota Stalinska; Jacek Kalucki.

Música: Zbigniew Preisner

Fotografía: Piotr Sobocinski.

 

          Tercera entrega del Decálogo, con una notable variación respecto a las anteriores: el coche se erige en vehículo privilegiado que servirá de pretexto para iniciar una búsqueda con trampa el día de Nochebuena, tras la misa del gallo. El bloque en el que un hombre disfrazado de Santa Claus sale de un taxi y se cruza en el portal con el padre devastado del primer episodio, lo que nos sitúa en el microcosmos conocido donde todo puede suceder y, de hecho, sucede, es el mismo de las otras películas. Santa entra en el piso, venciendo la incredulidad de los pequeños y reparte los regalos. Cuando, más tarde, se quita el disfraz, rehúye la caricia de su mujer y confirma que irán a misa del gallo. De forma paralela, una hermosísima mujer, de nombre Ewa, visita un internado en el que está su tía, no sin que antes un interno salga corriendo sobre la nieve, en actitud de escapar. Cuando el protagonista cruza  la mirada en la misa del gallo con esa mujer sabemos, por el esbozo de sonrisa que ella dibuja en su rostro, que entre ellos ha habido una historia, y que no parece del todo superada. En cualquier caso, los destinos de ambos se cruzan cuando ella se presenta junto a su bloque y le comunica que su marido, amigo de él,  ha desaparecido, y le pide ayuda para buscarlo. Él pone como excusa en casa que les han robado el taxi. La mujer, incrédula, sabe que ahí hay una vuelta a un pasado del que su marido no parece haberse liberado. Simbólicamente, ella es Ewa; él, Janusz, el dios bifronte de los griegos, el dios de las entradas y salidas, el que da nombre a nuestro mes de enero en el calendario. Todo sencillo y evidente, en principio. Las lágrimas que recorren las mejillas de ella cuando le pide ayuda contrastan, una vez que ambos han salido a buscar al desaparecido, con el hombre que pasa por delante de la esposa abandonada el día de Nochebuena arrastrando un árbol de Navidad desnudo y repitiendo: «¿Dónde está mi casa?» Dos contactos con la locura, o, mirado desde una perspectiva cultural, con el surrealismo, y enseguida los espacios desérticos de una ciudad  que, como pide el título de la entrega: «santifica las fiestas».

          Este episodio, así pues, se va a construir sobre una doble indagación: la de los personajes sobre el «tercero» que influyó en su relación y la modificó radicalmente, porque apartó al uno del otro; y la del espectador que quiere conocer la naturaleza de esa relación y, ya de paso, el destino de ese Edward desaparecido súbitamente, dejándola a ella sumida en la más acuciante de las angustias, lo que la lleva a buscar ayuda en quien se supone que algo importante tuvo que ver en su vida. Él, Janusz, la recibe con descortesía y como si quisiera quitarse de encima una mujer que lo asedia. Solo las lágrimas de ella lo aplacan y consiguen sumarlo a la búsqueda de Edward. El espectador irá descubriendo ambas historias a medida que avanza la película y la búsqueda por hospitales, comisarías y centros de toxicómanos se vuelve infructuosa. Sí, hay algo de las famosas road movies, e incluso asistimos a dos escenas de tráfico sorprendentes hasta el momento, dado el tenor de los otros episodios, que transcurren básicamente en interiores. En una, después de que la mujer confiesa que está en tal estado depresivo que no le importaría morir, Janusz, en parte harto del chantaje emocional de la mujer, dirige el coche, a toda velocidad, contra un autobús conducido, curiosamente, por el personaje que contemplaba la fogata en el primer mandamiento, el enfermero que contempla a la mujer y al marido enfermo en el segundo y, ahora, conduciendo ese autobús que puede sufrir el impacto suicida del coche que acelera su marcha contra él. Solo un volantazo en el último momento impide la consumación de la tragedia; porque nos movemos en ese ámbito, el de lo trágico: la búsqueda de la mujer es la búsqueda de su propia salvación, no solo la de su marido. Varsovia durante la noche del 24 de diciembre es una ciudad tan fantasmal como delirante es la tela de araña que Ewa teje alrededor de una presa que, aun resistiéndose a caer en ella, casi podríamos decir que se ofrece voluntariamente. La búsqueda  se extiende, sin que tenga sentido alguno, a un centro de detención de toxicómanos en el que, en un acto de crueldad suma, el encargado, más perturbado aún que los allí retenidos, dirige el chorro de agua fría de una manguera contra dos detenidos desnudos, lo que provoca una defensa por parte de Janusz que nos hace ver la indescriptible crueldad del método que emplea para que, al darse la vuelta, puedan identificar o no a la persona que buscan. La extensión de la búsqueda a una estación de trenes en la que muy probablemente será la única noche en que no viaje nadie, nos ofrece la estampa de una celadora que llega, atravesando un amplísimo vestíbulo, sobre una tabla de skate, una imagen turbadora de la modernidad que contrasta con la festividad religiosa.

          No forma parte del desenlace el hecho de saber, para tranquilidad de los espectadores, que el tal Edward no ha abandonado a Ewa, sino que lleva tres años viviendo en otra ciudad y está casado y con hijos, algo que no le queda más remedio que confirmar a raíz de que él deduzca por el paripé de las cosas íntimas de baño que ella saca para crear la apariencia de que Edward vive allí. Toda la tensión vivida en la fiesta santificada se revela, pues, como el ancestral intento de atraer la hembra al macho para cumplir con los preceptos divinos: creced y multiplicaos. Otra cosa, claro, es qué decide él y cómo ha de explicar, al llegar a casa, su larga ausencia en noche tan señalada del año.

          Añadiría que a los espectadores les resultará muy familiar el rostro del protagonista, porque Daniel Olbrychski  ha sido intérprete de varias películas del reconocido director polaco Andrzej Wajda, aunque ha trabajado con otros directores de igual o mayor valía. Este episodio depende en gran medida de su maestría para trasladar a los espectadores estados de ánimo confusos y desconcertantes para el propio personaje, porque, una vez rehecha su vida, tras haber sido preterido por el supuesto rival, Edward, la soledad y el egoísmo de Ewa la empuja a pretender recuperarlo. La tentación es grande, a juzgar por cómo dócilmente decide acompañar a la mujer en el recorrido nocturno en busca de su amigo, pero la incomodidad no es menor. No decepcionará al espectador ni el desenlace ni este capítulo tan intenso en una noche tan señalada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario