miércoles, 25 de septiembre de 2024

«La reina Kelly», de Erich von Stroheim, punto y aparte.

 

Lo que, siendo, pudo haber sido y se quedó en verso trunco de la obra excepcional del visionario e irrepetible Erich von Stroheim.

 

Título original: Queen Kelly

Año: 1929

Duración: 95 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Erich von Stroheim

Guion: Erich von Stroheim

Reparto:  Gloria Swanson; Walter Byron; Seena Owen; Wilhelm von Brincken; Madge Hunt; Florence Gibson: Tully Marshall.

Música:  Adolph Tandler (Película muda)

Fotografía: Ben Reynolds, Gordon Pollock, Paul Ivano (B&W).

 

          No es normal que una película inacabada, excepto en la versión adulterada a la que puso fin la actriz y  productora junto al patriarca del clan Kennedy, Gloria Swanson, y que solo se vio en Europa; no es normal, digo, que conste en la Historia del Cine como uno de sus grandes hitos. Al margen de la versión forzada por la actriz, de 71 minutos, hay otra versión que recoge lo rodado por Stroheim para la segunda parte de la película y que se complementa con fotos de aquel rodaje en las partes que faltan.

Sí, ver La reina Kelly pertenece al ámbito de la cinemanía, lo admito, pero, dada la envergadura del director de Avaricia o Esposas frívolas —también «recortada» por los productores—, casi me parece «de obligada visión» esta fantasía romántica en dos partes tan definidas por contraste que parece haber inspirado una de las obras maestras de David Lynch, Terciopelo azul. Me gusta imaginar a ciertos directores actuales «colgados», a solas, en sus casas, de las grandes películas del cine mudo y tomando buena nota de tantísimos hallazgos de todo tipo que en ellas pueden encontrarse. En Reina Kelly, el contraste entre la sublimación del amor romántico y la depravación del mundo del burdel, teniendo en ambos mundos a la misma protagonista, es de un poder visual casi hipnótico.

La película es una obra maldita, que no se vio en Usamérica y que solo se explotó en Europa en la versión «dulcificada» impuesta por la protagonista y productora Gloria Swanson, quien habla horrorizada de cómo Von Stroheim la engañó sobre el verdadero contenido del guion, ella creyó que lo que Stroheim rueda como un burdel, era un Music-hall, hasta que se percató de ello y decidió despedirlo y completar el final de la película, con lo que ya había sido rodado, a su gusto. A ello se prestó  Richard Boleslawski, ayudado por el maestro de cinematografistas Gregg Toland. Pero la actual versión que podemos ver, con la parte africana de la historia nos permite imaginar con absoluta propiedad que, de haber rodado Stroheim lo que tenía en mente y en su guion, hoy estaríamos hablando de una de las mejores películas de la Historia del Cine, algo que ya lo es con los impresionantes pecios que han sobrevivido al naufragio.

          La primera parte de la historia nos muestra., en un comienzo visual hermosísimo, el doble desfile de los soldados a caballo y de las estudiantes de un convento, todas vestidas de blanco, que se cruzan en un momento dado, estableciéndose un seductor intercambio visual entre el príncipe que dirige el pelotón y la interna, Kitty Kelly, protagonista de la narración. Tras un momento cómico en el que a ella, mientras se miran, se le cae  a los tobillos la ropa interior, una secuencia con una miga erótica que se explotará más adelante, cuando, en condición de prometido de la reina Regina V, de una de esas famosas monarquías centroeuropeas que tanto juego dieron en el cine, desde sus inicios, como El prisionero de Zenda, de 1913, dirigida por Edwin S. Porter y Hugh Ford, la reina le anuncia al príncipe que se casarán al día siguiente, dicho más como una amenaza que como una promesa de eterna felicidad. Arrebatado por la belleza y picardía de la joven interna del convento, al príncipe no se le ocurre otra que raptarla del recinto sagrado, para lo que llega a provocar un conato de incendio, y después organizar una velada en sus aposentos, con cena incluida y un final muy distinto en la imaginación de cada uno de los personajes: la seducción sexual de él, el romanticismo del príncipe azul en ella. Antes, ya Regina V nos ha sido presentada desnuda, ocultando su cuerpo con un gran gato blanco y leyendo El Decamerón, por lo que la potente deriva sexual del futuro matrimonio se nos presenta como un rasgo destacado de la personalidad de ambos: dos depredadores natos.

Pero, al parecer, Amor, que no Eros, acaba inoculando su dulce tósigo en el ánimo del príncipe y este cae rendido a los encantos de la joven residente del convento quien, por cierto, en uno de los fotogramas es encuadrada por Stroheim con un fondo que representa totalmente una suerte de aureola santa que va a contrastar poderosamente con el devenir de la joven. La cita es descubierta por Regina V, quien, con una fusta en la mano, se deshace, en un memorable travelín de Su Majestad, ciega de ira y de celos, azotando a la «rival» hasta que consigue echarla del palacio, tras lo cual la joven, dominada por la vergüenza, decide no regresar al convento y suicidarse lanzándose al río desde un puente, aunque es salvada por un soldado que se arroja en el acto tras ella.

Reingresada en el convento, llega una carta en la que se requiere su presencia, como heredera de su tía, de un negocio en Dar es-Salam, Tanzania. Sin oficio ni beneficio, deshonrada y perseguida por la reina, quien no ha conseguido que el príncipe Wofram renuncie al amor de la joven, aunque eso ella no lo sabe, Kitty Kelly se embarca para la lejana Dar es-Salam, mientras su enamorado  cumple pena de cárcel por renunciar a casarse con la reina.

La parte que se conserva de lo rodado de la parte africana se inicia con un diálogo entre dos prostitutas muy ajadas que reciben al dueño del burdel, un lisiado de ambas piernas que se sostiene con dificultades sobre sus dos muletas, y que ha mantenido a la tía, por lo que esta le pide a la sobrina que cumpla la parte del compromiso que su tía adquirió con su protector y se case con él, ante ella, en su lecho de muerte, y le duela lo que le duela, verla desposarse con un ser que se nos presenta como la encarnación de lo lascivo y repugnante, en un papel sobreactuado a la perfección por Tully Marshall. Por una coincidencia léxica, este Tully está muy cerca de nuestro «tullido», pero es, en realidad, un apellido escocés que deriva de O’Toole y que significa «poderoso».

Es inenarrable el inmenso asco y el insuperable terror que le supone a la sobrina enlazarse matrimonialmente con un ser de tan depravada naturaleza y deformidad física insufrible, y ahí la Swanson está a la altura expresiva de lo que pretende Stroheim; algo que consigue solo en parte al principio, porque para la cándida interna conventual digamos que le sobran algunos años y le falta el «candor» que atrae al príncipe licencioso y burlón, posteriormente consumido en la llama del puro amor de la joven. Es imposible que Stroheim conociera el esperpento de Valle, porque no consta que su literatura esperpéntica tuviera tan vasta difusión europea, pero la parte africana de Reina Kelly es una muestra absoluta del esperpento en el cine. Recordemos que la visión degradante de la segunda parte se confirma por el hecho de que Kelly se apropie de la gestión del burdel y acabe recibiendo el título de Reina Kelly por parte de los parroquianos, y, por supuesto, ha declinada siempre, desde el mismo instante de casarse, de convivir con el libidinoso protector de su tía. ¡Lo que hubiera rodado Stroheim para el encuentro entre el príncipe y la reina del burdel! Esperemos que a ningún atrevido director se le ocurra rodar un remake en el que se incluya la parte de la historia que no fue rodada, que dfe atrevidos así está empedrado el infierno: Psicosis, El profesor chiflado, El quinteto de la muerte… y un aberrante y largo etcétera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario