jueves, 26 de septiembre de 2024

«No añoro mi juventud», de Akira Kurosawa en la inmediata posguerra.

 

Melodrama político de desquite contra la censura y el nacionalismo imperial.

 

Título original: Waga seishun ni kuinashi.

Año: 1946:

Duración: 108 min.

País:  Japón:

Dirección: Akira Kurosawa

Guion: Eijiro Hisaito, Akira Kurosawa, Keiji Matsuzaki

Reparto: Setsuko Hara; Susumu Fujita; Denjirô Ôkôchi; Haruko Sugimura; Eiko Miyoshi;

Kokuten Kôdô; Akitake Kôno.

Música: Tadashi Hattori

Fotografía: Asakazu Nakai (B&W).

         

          Vaya por delante que, como señala algún crítico informado, la verdadera traducción ha de ser «No te arrepientas de tu juventud», que se corresponde con el constante recordatorio que el personaje central de la historia, Noge, le hace a la soñadora, inconsciente y desorientada protagonista, hija privilegiada de un catedrático de universidad que, tras la invasión de Manchuria por parte de Japón, será expulsado de su cátedra, acusado de deslealtad al gobierno y al Emperador. La hija coquetea con dos de sus estudiantes, los cuales representan dos personalidades con diferencias muy marcadas. Uno de ellos es intrépido y revolucionario; el otro, conformista y apocado. La joven inconsciente usa a uno frente al otro, pero pronto su verdadero drama será que de quien está enamorada no le hará ni caso, porque prefiere la lucha política, y no tardará en ser arrestado y encarcelado, tras promover el movimiento de resistencia a la censura que se instala en todas las universidades del país, al tiempo que crece la propaganda fascista que no solo alimentará una lucha colonial en Manchuria, sino que acabará formando parte del Eje, con Alemania e Italia, en la Segunda Guerra Mundial.

          Después de haber visto la protagonista cómo fracasaba su acercamiento a Noge, y tras percatarse de que el otro amigo, Itokawa, con quien pretende poner celoso a Noge es tan servil como para hacer caso de sus órdenes sin plantearse siquiera la indignidad de acatarlas, según cuáles sean, la joven entra en crisis y decide independizarse, trasladarse a Tokyo y buscar trabajo. La imagen de Itokawa arrodillándose ante ella y pidiéndole perdón por nada, con una toma en picado de la mirada de Yukie, la heroína, llena de horror y asco, tiene un valor determinante, del mismo modo que antes lo tuvo la sucesión de imágenes de la protagonista en su cuarto, junto a la puerta, llorando por la despedida fría de su no amante.

          Itokawa le revela a Yukie que Noge tiene una oficina en Tokyo. Y las imágenes de la joven paseando ante el portal del edificio, en diferentes meses, con diferente vestuario, tradicional, occidental, con paraguas bajo la lluvia, con sol, etc., preludia un encuentro en el que él, por el riesgo que entraña su trabajo, estamos en plena Guerra Mundial, le dice que no puede  comprometerse a nada ni con nadie. La protagonista ve en esa unión incondicional y sin preguntas un modo de dar respuesta a la búsqueda de un sentido para su vida. Y, en efecto, no tarda en ser detenido, y ella detrás de él. Esas secuencias de los interrogatorios en la cárcel son magníficas, incluyendo cómo la prisionera, que no ha abierto los labios, se deja caer, demacrada y extenuada por una escalera para poner fin a su vida. Finalmente, es liberada, por no poder presentar cargos contra ella y, de vuelta a su casa, una vez conocida la muerte en la prisión de su marido, toma la decisión de ir a ver a los padres de Noge, quienes lo rechazaron por su compromiso político, dos campesinos pobrísimos ante quienes se presenta como compañía y fuerza de trabajo.

          La parte del pueblo es un punto y aparte en la película, porque se cambia el ambiente cosmopolita y occidentalizado de la capital por la vida miserable del plantador de arroz, unas magníficas secuencias dignas del cine soviético y del neorrealismo italiano, cine por el que Kurosawa debió de sentir cierta debilidad, porque aún recuerdo las escenas de vida nocturna de Ikiru («Vivir») en la que había ecos fehacientes de La dolce vita, de Fellini. Acusada la familia de haber tenido un traidor en la familia, el acoso, el desprecio y la marginación que sufren por parte de los vecinos, va a suponer un cambio radical de vida para la joven mimada, hija del catedrático, quien desciende socialmente hasta la pobreza y la enfermedad para salir adelante en el más hostil de los medios. Y ahí Kurosawa logra planos extraordinarios: los arbustos que se ríen a su paso, el calvario con la carga a cuestas, la fiebre de por medio…, su campo de arroz plantado, destrozado por los vecinos…

          ¿Qué cambia con la paz? Lo que le dijo Noge cuando aceptó vivir con ella: que solo pasados diez años se comprenderían sus esfuerzos en pro de la paz, algo que, finalmente, le es dado conocer a la mujer y, por supuesto, a su nueva familia, la de su marido. La mezcla de tradición y progreso, se encarna en el personaje de Yukie, quien, finalmente, supondrá un emblema del futuro de bienestar por venir.

          La película está rodada en condiciones algo precarias, pero la historia tiene un aliento épico y melodramático que conjuga a la perfección la historia personal de la protagonista indiscutible: Yukie, con la historia de Japón desde la invasión de Manchuria en 1931 hasta la derrota y capitulación final en 1945. Para los aficionados al cine oriental, baste decir que la protagonista es la inmortal actriz Setsuko Hara, protagonista de obras imperecederas de Yasujiro Ozu y una de las mejores actrices de todos los tiempos. Aquí, a diferencia de las películas de Ozu, Setsuko Hara, no encarna ni la resignación, ni el silencio, ni la modosidad, ni la tolerancia, sino una joven pizpireta, lanzada y con un conflicto interior al que hace frente con una vida exterior que la colme o, como le dice a Noge: «Quiero encontrar algo que me consuma». Aún, cuando lo dice, está muy lejos de pensar cuál será ese doloroso y apasionante futuro en el que se «realizará», en memoria de su marido.

          No es esta una de las películas más conocidas de Kurosawa, y, desde luego, no llega al nivel de perfección formal de sus muchas obras maestras posteriores, pero la intensidad con que se plantea el destino de la protagonista, una mujer, además, confiere a la narración una expresividad que se manifiesta en muchas secuencias incomparables. Los espectadores tendrán dónde elegir, a ese respecto, se lo aseguro.

         

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