domingo, 1 de septiembre de 2024

«Hammarskjöld. Lucha por la paz», de Per Fly, necesario «biopic» de la alta política.

 


Las postrimerías y probable magnicidio del segundo Secretario General de las Naciones Unidas: Dag Hammarskjöld, quien creyó firmemente en la verdadera misión de la ONU.

 

Título original: Hammarskjöld

Año: 2023

Duración: 114 min.

País:  Suecia

Dirección: Per Fly

Guion: Per Fly, Ulf Ryberg

Reparto: Mikael Persbrandt; Francis Chouler; Cian Barry; Hakeem Kae-Kazim; Colin Salmon; Richard Brake; Sara Soulié; Adam Neill; Thure Lindhardt; Zak Rowlands; Sven Ahlström; Mattias Nordkvist; Bjorn Steinbach; Brian Caspe; Michael Xavier; Vasili Mishchenko; Caspar Phillipson; Christophe Guybet; Urs Rechn; David James; Philippe De Grossouvre; Jordan Duvigneau; Jacques Adriaanse; Sanna Sundqvist; Martin Munro; Rory Acton Burnell; Norman Anstey; Lucas Lynggaard Tønnesen; Clayton Boyd; Edvin Endre;

Wandile Molebatsi; Rob van Vuuren; Wayne Harrison; Gavin Werner; Andre Jacobs.

Música: Raymond Enoksen

Fotografía: John Christian Rosenlund.

 

          Héroe cívico nacional en los países escandinavos, esta película rescata la figura política del segundo secretario de las Naciones Unidas: Dag Hammarskjöld, elegido por las potencias dominadoras del organismo como un burócrata competente de quien se esperaba que no se inmiscuyera en los conflictos que sembraban las potencias ya enfrentadas en la Guerra Fría. Ese rol se cumplió durante su primer mandato, pero en el segundo Hammarskjöld se significó como valedor incondicional de los procesos de descolonización, pretendiendo que las potencias, tanto las colonizadoras de origen como las que se repartían las áreas de influencia de su hegemonía ideológica, Usamérica y la Unión Soviética, dejaran de interferir en el destino de esos pueblos. La película se centra en los últimos años de vida del Secretario General y su intento de asegurar un proceso de descolonización del Congo belga en el que no prevalecieran los enormes intereses que tenían los belgas y otras potencias en las riquezas minerales de ese país y, concretamente, en la región de Katanga, cuya independencia del resto del país alientan para perseverar en la propiedad y explotación de esas riquezas.

          Las extraños designios del azar han querido que, después de Historia de una monja, de Zinnemann, rodada un año antes de la concesión belga de la independencia al Congo, vuelva de nuevo, cinematográficamente, a este país para, concedida ya la independencia, observar cómo el juego de intereses y la maldad política del capital sin escrúpulos influye decisivamente en la deriva política de un país con una historia de nepotismo y tiranía que da pie al uso generalizado de un concepto «cleptocracia», que aún no ha abandonado los usos políticos del continente africano, sometido siempre a un tipo u otro de presión colonial: antes, europea; ahora, rusa y china.

          La película sigue fielmente los pasos biográficos del personaje, desconocido para todos cuanto nacimos en la década de los 50 y cuya memoria es justo recuperar, porque Hammarskjöld es representado en la película como un fervoroso creyente en los designios pacifistas con que fue creado el organismo internacional que presidió. Sorprende, con todo, un cierto grado de ingenuidad que lleva a despreciar la idea de que sus comunicaciones estén intervenidas por la CIA o de que el prestigio de su cargo impida que haya quien atente contra su persona, aunque es consciente de que puede ser objeto de una campaña de difamación para arruinar su carrera y su independencia. Es muy interesante esta suerte de thriller político que tiene como protagonista a un defensor de la paz que intenta conseguir militarmente que  Moise Tshombe, el líder de la Katanga independiente deponga sus pretensiones y pueda reintegrarse la rica provincia a la República del Congo, cuyo primer ministro Patrice Lumumba, dispuesto también a usar la fuerza para reducir a la provincia rebelde, es asesinado en Katanga con la complicidad belga y, se da a entender, que también de la CIA, porque el honesto político congoleño cometió el error de estrechar lazos políticos y militares con la Unión Soviética, lo que, sin duda, fue la línea roja que las otras potencias no estaban dispuestas a permitir que se cruzase.

          La película tiene una doble vertiente. Por un lado, la vida política del mandatario, las escandalosas reuniones de los Comités de Seguridad y otras sesiones plenarias; por el otro, su vida privada, en la que destacan, aparte de las reflexiones espirituales y políticas que escribe permanentemente, la resurrección de una verosímil, pero no documentada, relación amorosa homosexual no materializada, en forma de un compatriota y amigo suyo que aparece en Nueva York por motivos editoriales. Los guionistas se basan en algunas cartas del protagonista que podrían indicar esa tendencia, que de ningún modo intentó vivir el diplomático, no solo porque fuera delito en aquella época, sino porque anteponía su trabajo a su propia vida personal. El retrato de un hombre solitario, exquisito, meticuloso, soltero…, puede dar pie a esa interpretación y, desde el punto de vista dramático de la película, añade un cierto interés, aunque quizás hubieran sido más interesantes las citas de su obra, muy reconocida: Marcas en el camino. Viendo su biografía, por cierto, me ha venido a la memoria la biografía de otro eminente político, el ministro de Asuntos Exteriores de la República de Weimar, Walther Rathenau, asesinado por la organización Consol, de extrema derecha, cuyos autores fueron honrados por los nazis. También fue un fino pensador y escritor, amén de hombre distinguido y exquisito, de quien hay una visión novelística en la obra cumbre del siglo XX europeo: El hombre sin atributos, de Robert Musil.

          Estamos ante una muestra de cine político muy interesante, no solo por el día a día de un Secretario General de la ONU, sino por el choque brutal entre las utopías políticas y la real politik, entre los buenos sentimientos y los sucios intereses, entre la honestidad y las cloacas de todos los poderes. No estoy muy seguro de que Hammarskjöld supiera que iba camino de una encerrona que acabaría con su vida, pero está claro que, ante la mera posibilidad, decidió asumir con todas sus consecuencias su labor en pro de la paz, porque iba al encuentro del congoleño secesionista, Moise Tshombe, para negociar la reunificación del Congo. De toda la película, rodada con un estilo clásico que destaca la vivencia interior del protagonista, confieso que lo más emocionante, al menos para mí, han sido las imágenes finales documentales de todo un país detenido para honrar al político mediante un minuto de silencio cumplido a rajatabla. Que le concedieran a título póstumo el Premio Nobel de la Paz, solo venía a certificar el recuerdo imborrable que un funcionario ejemplar, un político honesto y un defensor de la paz, frente al vampirismo de los poderes de todo tipo, había dejado en su país y en todos los escandinavos en general. Las interpretaciones, sobre todo la del protagonista, sobre quien recae el peso de la película, Mikael Persbrandt, añaden un alto grado de verosimilitud a la acción, e incluso las réplicas de Lumumba y Kennedy nos permiten no distraernos en el juego de los parecidos para asumir sus roles políticos en aquellos momentos en que se abrían caminos hacia una redefinición de las áreas de influencia geoestratégicas de las superpotencias, frente a la que el Movimiento de Países no Alineados poco pudo hacer. Son muy interesantes las evocaciones juveniles del protagonista y muy de agradecer este curso de realismo político que el director de la cuarta temporada de la magnífica serie Borgen nos ha impartido.

P.S. Me ha estado dando vueltas, mientras escribía esta crítica, el recuerdo de una película que vi a mis 15 años, Último tren a Katanga, con Rod Taylor, que no me importaría volver a ver. Por lo que he leído al respecto, se muestra bastante neutral en lo concerniente al conflicto político, aunque en aquel avispero de mercenarios cabían todas las grandezas y las miserias. Leyendo me he enterado, además, de que es una de las películas favoritas de Quentin Tarantino, porque las dosis de testosterona de la película son hiperextraordinarias. Recuerdo, eso sí, que la película fue un gran éxito de taquilla en España.

 

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