lunes, 16 de septiembre de 2024

«How to have sex», de Molly Manning Walker, debutante...

 

La iniciación sexual regada con alcohol y las tristes noches locas…, en una ópera prima incisiva.

 

Título original: How to Have Sex

Año: 2023

Duración: 90 min.

País:  Reino Unido

Dirección: Molly Manning Walker

Guion: Molly Manning Walker

Reparto: Mia McKenna-Bruce; Samuel Bottomley; Lara Peake; Enva Lewis; Daisy Jelley; Eilidh Loan; Shaun Thomas.

Música: James Jacob

Fotografía: Nicolas Canniccioni.

 

          Vista en dos intentos. En el primero, dado el sesgo documental de los primeros compases de la película: un reportaje sobre el desmadre de una juventud alcoholizada e hipersexualizada que a veces acaba en tragedias como la del balconing, nos retiramos con cierta decepción. ¿Por qué hubo un segundo intento? Porque, fundamentalmente, intuimos que toda esa locura del desmadre veraniego de las adolescentes que cifran el éxito de su gran semana de vacaciones en la cantidad de veces que han follado o los litros de alcohol que han consumido nos conducía a un retrato naturalista de quienes tienen derecho a voto y forman parte de una generación llamada a gobernar su país en un futuro no muy lejano. A su manera, y salvando el abismo inglés de la diferencia de clases, esta película tiene mucho que ver con The Riot Club, de  Lone Scherfig, aunque si frente a esta no sentimos la más mínima compasión, frente a los destinos de las tres jóvenes que buscan sus noches locas en Grecia tenemos una actitud muy diferente, porque tras las fachada de la locura semicontrolada hay una protagonista que va a recibir una herida que no cicatrizará jamás, por más que su inconsciencia, su idealización de la pérdida de la virginidad y la perversa y nefasta influencia de una de sus amigas tenga mucha responsabilidad en el asunto.

          Teniendo próximos los ambientes asalvajados de Magaluf en Palma y los encuentros «deportivos» del Saloufest, tan despreciables, una película como esta no nos pilla por sorpresa, de ahí que la contemplación del primer tercio de la película constituya un auténtico sufrimiento para la retina y para la moral, en modo alguno puritana, sino liberal a fuerza de cargar las tintas sobre la responsabilidad individual de cada cual para escoger lo mejor de sí mismos y contribuir a la mejora de la sociedad. En pantalla, sin embargo, aunque con una pulcritud y ritmo muy potentes, la directora nos ofrece una visión directa, sin intermediaciones morales de ninguna clase, de un modo de diversión muy extendida entre la juventud, ¡y aun entre la madurez!, y no hay más que recordar La gran belleza, cuyas fiestas casi en nada se distinguen, salvo cierto decadente glamur jethortera, de la que atrae a los jovencitos que hacen de las transgresiones hepática y sexual el no va más de la diversión. Reconozco que esta es una película que, vista por un abstemio no militante, resulta bastante dura de ver sin sentir cierto asco, pero el abismal vacío humano de la fiesta orgiástica va más allá de esa condición. Los alucinógenos, en su día, significaron la búsqueda de la ampliación de la conciencia, y, de verdad, me resisto a comparar a Aldous Huxley con los niñatos que pululan por esta historia de simulacros y negaciones.

          Pero la película tiene dentro una pequeña historia que va creciendo a medida que la devastación emocional y psicológica de su protagonista se apodera del guion: entonces choca esa isla de decepción, ¡de sufrimiento!, con el entorno agresivo de las noches disparatadas de las que se sale para recobrar un pelín de energía y volver al ataque con energías cada día más mermadas. Una de las protagonistas, la que parece tener menos luces —de las tres es la

única que ha suspendido el examen para entrar en la universidad— y es manipulada —patronize en inglés— por las otras dos, aspira a que este que hace sea el viaje de la pérdida de su virginidad, algo que se presenta de la forma más banalizadora del mundo, casi como un estorbo del que se ha de librar, y para el que, en principio, cualquier candidato sería un buen candidato. Pero… —ese viejo «pero» del «príncipe azul» que parece dormir escondido en el universo ancestral de los deseos femeninos— se cruza la atracción y el deseo en forma de un joven atractivo, apodado Badger, alojado en la misma planta del hotel y cuyo balcón se comunica con en de la protagonista, quien coquetea con él. Los seis jóvenes formarán un sexteto que se une estrechamente para apurar la diversión hora a hora, si bien no siempre los caminos de ella y de él coinciden, ¡y a veces se apartan radicalmente!, como cuando el tal Badger participa en uno de esos concursos piscineros, que entretienen a las hordas «diversivas»…, en que un candidato es asaltado por varias jóvenes dispuestas, a boca armada, a conseguir del candidato la más potente erección jamás vista…

          La historia se crece cuando advertimos que Tara, la protagonista, se queda sola, aislada en medio de una fiesta en la que el agente del sueño feliz de su desvirgamiento disfruta en el escenario mientras ella se arrima a unos y otros y bebe y baila y va entristeciéndose a cada minuto que pasa. La aparición del amigo de Badger, Paddy,  la «rescata» de esa deriva, y le propone ir a la playa a bañarse desnudos, ella acepta, y entre risas y abrazos, cede a la sugerencia de Paddy de «hacerlo», algo que ella vive más como un sufrimiento que como el gran logro que era el objetivo de su viaje.

          A partir de ese momento, la depresión anímica de la joven se instala en el corazón de la aventura orgiástica y ya nada vuelve a ser el proyecto loco que fue en sus inicios. El desdén de Paddy, el silencio propio, la intuición de que algo grave ha pasado que tiene Badger, y la banalización del recuento de la «aventura» por parte de las amigas hace derivar la película hacia una situación dramática que la protagonista interpreta con una convicción total. Lo peor está por llegar, no obstante, y ese es el momento en que las alarmas morales de ella y de los espectadores empatizan, finalmente. Lo dejo a la contemplación y enjuiciamiento de los espectadores. Por el camino ha quedado claro que la presión del grupo tiene unos efectos devastadores en personas con débil fundamento moral y escasa formación. ¡Cuántas Taras no son sacrificadas en esos ritos de paso hacia ninguna parte…!

          Como narración dramática y como falso documental de unas prácticas alienantes, la película tiene un valor superior al de esas mismas características. Y lo mejor es la fidelidad con que la directora ha sabido «meternos», para horror y desesperación de algunos…, en el corazón de esa locura que contrasta, en sus escasas fases diurnas, con la calle vandalizada, llena de residuos, como el escenario de una batalla terrible, de un saqueo, de una violación…

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