La nieta de Monique Lange representa sobre el escenario las vidas de su abuela y su madre, parte de la suya propia, en una honesta ceremonia catártica: por la actuación hacia el reencuentro.
Título original: Little Girl Blue
Año: 2023
Duración: 95 min.
País: Francia
Dirección: Mona Achache
Guion: Mona Achache
Reparto: Marion Cotillard; Marie
Bunel; Didier Flamand; Pierre Aussedat; Mona Achache;
Tella Kpomahou; Guy Donald
Koukissa: Àlex Brendemühl (Voz).
Música: Valentin Couineau
Fotografía: Noé Bach.
Quisimos ver
este documento de tres vidas de mujeres porque la primera fue Monique Lange,
editora de Gallimard y pareja durante veinte años de Juan Goytisolo. A partir
de ella el documental nos presenta a su hija y a su nieta, quien es la
encargada de organizar la representación escénica de las tres vidas cuyo camino
vamos a seguir con notable interés, porque nos habla de tres momentos y
circunstancias muy distintos en la Europa posterior a la Segunda Guerra
Mundial.
La hija de Monique Lange es fruto de un matrimonio anterior de la editora y escritora, aunque la hija, Carole, hizo suyo el apellido de su marido, Jean Achache, con quien tuvo a su hija Mona, la directora de esta Ceremonia del adiós, podríamos robarle el título a Simone de Beauvoir, porque hay en ella no poco resentimiento hacia una madre alocada y descentrada, pero también mucho amor y compasión por un destino que se fraguó en el seno de otro hogar, el de la abuela Monique Lange, que condicionó totalmente la vida de su hija Carole y, en parte, de su nieta.
Que Faulkner sea el padrino de Carole, que el estrafalario y perverso Jean Genet fuera admirado por su madre, quien no evitó que Genet abusara sexualmente de ella, o que Semprún, Goytisolo y otros artistas fueran parte habitual de su horizonte vital durante años y años en los que, curiosamente, no fue sometida a una formación rigurosa, sino que vivía un poco alegremente al albur de las codicias, desplantes, abusos y, sobre todo, indiferencia de quienes tenían muchas otras cosas que hacer que preocuparse de una niña con algo de Lolita y un poderoso atractivo que heredó su hija, Mona, a quien el amante de Goytisolo en Marrakesh, visitaba cada noche con la complicidad tácita del escritor español residente en Marruecos, no anticipa unas vidas como las dramáticas que su hija sube a las tablas de una evocación sin censura y con amor, pero lo más objetivamente posible.
¿De qué nos hablan esos años 50 y 60 en los ambientes intelectuales franceses, a juzgar por el caso de Carole, no distinto de otros revelados mucho tiempo después por las mujeres que sufrieron similares abusos? De la tolerancia hacia prácticas sexuales abusivas establecidas sobre una relación de poder y con muy notable diferencia de edad: las ninfas sacrificadas en el altar de la ausencia de principios morales y de la exaltación del deseo como un todo avasallador plenamente justificable. Recuérdese que en los años 70 hay movimientos alternativos en Alemania que preconizan la pederastia como una práctica normal, sana e incluso necesaria, como las iniciaciones sexuales de las vírgenes a cargo de sus padres en las tribus primitivas que estudiaron los antropólogos, con cuyo auge disciplinar, curiosamente, coinciden esas tendencias. Que parte de la vida francesa gira en torno a la seducción, máxime desde el siglo XVIII, en que se ritualiza dicha práctica y se canoniza literariamente, no es un secreto. El valor documental de esta película, de este docudrama, en parte inspirado en las teorías de Jacob Moreno Leví, estriba en la exacta plasmación de cómo afectó a tres vidas el libertinaje de las élites y en cómo sufrió en sus carnes, la hija de Monique Lange, la incomprensión, la desorientación, la ausencia de afecto y, sobre todo, la nula formación rigurosa. En un momento dado de la película, cuando Carole busca ayuda, después de haberse convertido en Usamérica en una prostituta, única manera de conseguir dinero que tenía, un amigo de la familia, de la madre, le pregunta: «¿Y tú qué sabes hacer?», una verbalización exacta del drama de lo que podríamos llamar, tomando el dicho de la medicina, «el síndrome del recomendado», porque, al margen de la propia personalidad de la mujer, diríase que el simple contacto con tantas «personalidades» del mundo artístico la iban a convertir en una mujer «formada». Y no fue así. A la pregunta responde con su «afición», que no profesión, fotográfica, lo que le permitirá ser contratada como fotógrafa en algunos rodajes, después de haber sido actriz discreta en algunos largometrajes.
Lo
sorprendente de este documento vivo del fracaso existencial de una mujer que,
en principio, lo tenía todo a su favor para haber llevado una vida satisfactoria
es la honestidad con que su hija, quien participa del docudrama en primera
persona, en calidad de víctima de abusos como los de su propia madre, sube a la escena la vida de su madre y de su abuela, mezclando las
vidas «representadas» con los documentos, fotos y vídeos, que no dejan lugar a
dudas sobre la veracidad de lo exhibido.
La técnica
teatral para este «desnudamiento» no es otra que la metamorfosis de una actriz que
llega al lugar del rodaje, Marion Cotillard, con un marcado aire usamericano
que va a contrastar con el «revestimiento», tras el preceptivo abandono de su
propia vestimenta, de la actriz con las ropas de la madre de Mona: los
vaqueros, la blusa, la peluca, las lentillas oscuras para opacar los ojos
azules de la actriz, las gafas, las joyas humildes… En casi un abrir y cerrar
de ojos, Cotillard ha desaparecido y ha emergido la madre de Mona, con una
propiedad y con tal grado de verosimilitud que nos va a costar lo suyo
reconocer que estamos en presencia de una actriz, en vez de ante la madre
verdadera de Mona, a tal grado de nivel emocional llega la «imitación», que no «representación»,
de Cotillard. Estamos hablando de una identificación tan extraordinaria entre
la actriz y el personaje que se borran las fronteras entre ambas para bien del
espectador, aunque me abstengo de decir para su «disfrute», porque esta
Ceremonia del adiós tiene tanto dolor dentro como la del original de Beauvoir,
por supuesto, si no más. Al fin y al cabo, la vida de Sartre y Beauvoir fue
elegida; la de Carole Lang —con ese nombre artístico actuó como actriz, no con
el Salomon de su padre— impuesta, en un ambiente que la maltrató hasta la
crueldad y la desintegró hasta la pérdida de una noción real y satisfactoria de
sí misma.
Puede
criticarse que a alguien le parezca demasiado esteticista la puesta en escena,
que se juegue con la belleza como contraste para exhibir el desgarramiento de
Carole, algo que se extiende, como una maldición, a la abuela de Mona, Monique,
de quien me entero en el documental que fue violada en grupo en unos Sanfermines, algo
que estremece, dado el caso reciente de la llamada «manada». La vida de la abuela,
curiosamente, está condicionada por el hecho de que sus dos grandes
amistades/amores son homosexuales, Genet y Goytisolo. El juego escénico, absolutamente
teatral, permite la contemplación de unos decorados de exquisita composición pictórica,
y los elementos pertenecen todos a los «materiales» propios de las vidas narradas:
fotografías, vídeos, grabaciones, hojas de manuscritos… De este tour de force por
la vida de las tres mujeres, me quedo con una obra escrita por Carole: Hija
de, tal cual, muy prometedora, porque casi puede decirse que sea un destino
en la vida para no pocas personas, no ser ellas mismas, sino hijos o hijas de.
A pesar de que
se trate de un documental con partes ficcionadas, la emoción preside el relato
y atrapa al espectador en esa tela de araña imantada del fatalismo. Cuesta
creer que una persona disponga de tan poco libre albedrío y sucumba a una
inercia destructiva cuyo origen puede concretarse en los abusos sexuales
sufridos de niña y adolescente; pero la extrema individualidad del «caso» de
Carole Achache es lo que le da valor al documento que su hija ha elaborado con
esa doble actitud, amorosa y compasiva, que hemos mencionado al principio.
El desenlace
está en su biografía, pero, para quienes no la conozcan, mejor que lleguen sin
conocerlo a él.
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