jueves, 12 de septiembre de 2024

«Decálogo, 10. No codiciarás los bienes ajenos», de Krzysztof Kieślowski.

 

Una coda final cómica con algún mensaje subliminal a gusto de hermeneutas…

 

Título original: Dekalog, dziesiec.

Año: 1990

Duración: 55 min.

País: Polonia

Dirección: Krzysztof Kieślowski

Guion: Krzysztof Kieślowski, Krzysztof Piesiewicz

Reparto:  Jerzy Stuhr; Zbigniew Zamachowski; Henryk Bista; Olaf Lubaszenko; Maciej Stuhr; Anna Gornostaj; Cezary Harasimowicz; Daniel Kozakiewicz.

Música: Zbigniew Preisner

Fotografía: Jacek Blawut.

 

          Kieślowski pone punto final al decálogo para dejarnos con un esbozo de sonrisa en los labios, si nos atenemos al corte de mangas que se llevan los dos hermanos que han heredado del padre una supuesta fortuna en una colección de sellos y acaban siendo engañados por una red mafiosa de profesionales que los despluman como a dos pardillos, que es lo que son, aunque, de por medio, asistimos a la crónica de su ambición, su ingenuidad y su falta de escrúpulos.

          El personaje que fallece, y que no aparece en ningún momento, es el vecino de la profesora de ética en el capítulo octavo, el que le muestra, como un padre orgulloso de su prole, unos sellos rarísimos de la expedición al Polo con zepelines, una afición que, al parecer, comparte con el hijo de la profesora, justamente en el que no quiere saber nada de ella.

          La historia comienza con un personaje haciendo señas al cantante de un grupo de rock, su hermano, quien aúlla desde el escenario un mensaje que representa un aspecto del cambio radical que ha experimentado la sociedad polaca tras la caída del muro y el inicio de su transición hacia la democracia: «Mata, mata, mata y fornica. Codicia los domingos. Pega a tu padre, a tu madre y a tu hermana. Pega a los más débiles y roba todo lo que puedas, porque todo es tuyo…», puesto que esa letra era imposible que fuera autorizada durante el régimen comunista.

          Una vez que ambos conocen la muerte de su padre, van a la casa de este, donde les cuesta entrar, porque ha instalado una puerta de ultraseguridad, además de una alarma sonora. El hijo mayor recuerda, entonces, una vida de privaciones y casi miseria, porque, al parecer, los ahorros del padre se iban tras su costosa afición a los sellos, que llenan dos armarios.

          A partir del descubrimiento de esos álbumes, los hermanos inician la exploración del valor que puedan tener en el mercado, pero como son unos pardillos, acaban enredados en una trama de oportunistas que ven en ellos la oportunidad de hacerse con una valiosa colección a precio de saldo, esto es, de engañarlos como a bobones.

          El hermano pequeño compra un perro que mete espanto al mayor, en una divertida escena, porque todas las medidas son pocas para proteger el «tesoro» al que le van a sacar sus buenos dividendos. La ambición ciega a los hermanos, una vez introducidos en el opaco circuito filatélico, y son incapaces de ver claro en el extraño negocio que les propone un filatélico, poseedor de un sello que vale dos millones, pero que no tienen ellos, sino él, y, ¡para total sorpresa de ambos hermanos!, lo que el vendedor quiero no es dinero, ¡sino un riñón! Para su hija necesitada de un trasplante. La deriva de esos tratos nos habla bien a las claras de la desesperación ante un sistema sanitario inoperante, o poco menos. Las analíticas deciden que el hermano compatible es el mayor, y a ello se somete en pro del gran negocio que supone la posesión de una joya filatélica tan codiciada.

          Mientras está en la clínica, donde le acompaña el hermano menor, unos ladrones entran en la vivienda y los desvalijan sin dejar ni las huellas. Desde ese momento, los hermanos se distancian y acaban haciendo la misma reflexión: el robo lo ha orquestado el otro. Por separado, se ponen en contacto con la policía y cada uno de ellos, al mismo inspector, le revela las mismas sospechas.

          No tardan, eso sí, en atar cabos sobre lo que puede haber pasado, porque la pericia con que entraron en la casa y la pasividad del perro inducen a sospechar poderosamente de que ha habido una ayuda «desde el interior», porque desde dentro, por ejemplo, se anula la alarma sonora, algo que confiesa haber hecho el hermano mayor porque se disparaba cada dos por tres.

          Tiene, la película, algo de aquellas Nueve reinas, tan extraordinaria, dirigida por Fabián Bielinsky, siquiera sea por la temática filatélica y por la incursión en un mundo desconocido cuyos intereses se llevan por delante a cualquiera, como les pasa a los hermanos.

          Los hermeneutas no se conforman con una historia tan simple y algo cómica, teniendo en cuento lo mucho y fino que ha hilado Kieślowski en el Decálogo, y aventuran hipótesis sobre el simbolismo de la Polonia vendida al capitalismo y la ley de la explotación y el robo, aquello que proclamaba a los cuatro vientos el cantante al comienzo de la película y que acaba sufriendo, para su desesperación en carne propia. Véase como se vea, el divertimento que pone punto final al Decálogo tiene momentos deliciosos y grandes interpretaciones, algo común a toda la serie, desde luego. El espectador se siente cómodo en esa barriada, con esos vecinos que, hasta el final, han ido entretejiendo sus destinos para sacar el director un retrato incisivo de la condición humana en la humana comedia de la vida.

         

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