Phoenix: Una hija menor, pero
aplicada, de Vértigo…
Título
original: Phoenix
Año:
2014
Duración:
98 min.
País:
Alemania
Director:
Christian Petzold
Guión:
Christian Petzold, Harun Farocki (Novela: Hubert Monteilhet)
Música:
Stefan Will
Fotografía:
Hans Fromm
Reparto:
Nina Hoss, Ronald Zehrfeld, Uwe Preuss, Nina Kunzendorf, Michael Maertens, Uwe
Preuss, Imogen Kogge, Eva Bay, Kirsten Block, Megan Gay, Valerie Koch
Basada en la novela Le Retour des cendres (Regreso
de las cenizas, 1983. Plaza y Janés), del escritor francés Hubert
Monteilhet, el director Christian Petzold, cuyo anterior film Barbara (2012),
que no vi, le granjeó un prestigio que ahora, con Phoenix, revalida plenamente, nos entrega una película de factura
sencilla, con una trama muy centrada en la historia de la protagonista; hilo
argumental al que se ciñe férreamente, huyendo de adentrarse, con
ramificaciones que hubieran sido tan legítimas como interesantes, en el rico
contexto del genocidio judío cometido por los nazis o en la esbozada pero no
desarrollada hasta sus últimas consecuencias historia de amor lésbico entre la
protagonista y su rescatadora, una activista de la Agencia Judía. La historia
es sencilla y apasionante. La protagonista, Nelly, una cantante, hija de
familia adinerada, vuelve con la cara destrozada por un disparo del campo de
concentración de donde ha sido liberada y se pone en manos de un eminente
cirujano plástico que tratará de recomponerle el rostro a partir de una
fotografía. Una vez realizada la operación, y superado el choque de la
aceptación de quien ahora es en relación con quien fue, la protagonista no
tiene otro objetivo en la vida que intentar hallar a su marido, Johnny, un
pianista con quien trabajó, hasta ser detenida, en la sala de fiestas Phoenix,
adonde va a buscarlo. La amiga intenta disuadirla de tal búsqueda y le sugiere
que tal vez su marido tuviera algo que ver en la delación y posterior arresto
para, después, ser confinada en un campo de concentración, del que ahora,
transfigurada, regresa para reunirse con él. De alguna manera, y al margen del
“eco” de Vértigo confesado por el director, quien descubrió su vocación en la
lectura del libro de Truffaut sobre Hithcock, esta película no excesivamente
ambiciosa, pero magníficamente ceñida al drama de la confusión de identidades,
pudiera verse como el reverso de aquella otra, Dos vidas (2014), de George Maas, ya criticada elogiosamente en
esta sección. El planteamiento de Phoenix,
un título simbólico con el que se ha querido evitar el título original de la
novela, sustituyéndolo con toda propiedad, no puede dejar indiferente a ningún
espectador sensible a películas como Niebla
en el pasado (1942) de Mervyn LeRoy
o Memento (2000) de Christopher Nolan,
es decir, esos thrillers psicológicos en los que se juega con la memoria, con
la confusión de identidades y con situaciones que bordean la inverosimilitud
sin caer en ella y entregando, con nitidez, el drama auténtico de la
anagnórisis clásica.
El momento
en que la protagonista se muestra ante su marido y lo llama por su nombre a una
cierta distancia, sin que éste sea capaz de reconocerla, es el dramático punto
de partida de una trama perversa. Cuando la protagonista vuelve otro día a la
sala de fiestas Phoenix, donde su marido trabaja como peón, no como pianista, y
éste repara en ella, queda impresionado por el enorme parecido que tiene con su
mujer. A partir de ese falso reconocimiento, el marido lleva a la extraña a su
humilde alojamiento, un sótano, y le propone a Nelly participar en un plan
diabólico: entrenarse para hacerse pasar por su esposa fallecida y poder
reclamar sus bienes, puesto que, al haber perecido en los campos de
concentración todos sus familiares, ella sería la heredera universal, y repartírselos.
Para ello, ha de recluirse en la vivienda, porque no puede exponerse a ser
vista por nadie que pueda dar fe de la superchería, ha de entrenarse en el
ejercicio de representación de la personalidad de la difunta y, finalmente,
pasar la exigente prueba del reconocimiento de los familiares del marido que le
sirva como coartada para proclamar su identidad. Es evidente que le voy a dejar
al lector de esta crítica con un palmo de narices, porque, al tratarse de un
thriller psicológico, no es de recibo que el crítico arruine el desenlace, y no
lo haré. Sí que quiero comunicar la enorme emoción con que se sigue la
peripecia de la protagonista, y cómo el debate entre regresar con un marido
que, según insinúa la amiga, la delató y la necesidad de ser reconocida por él
y aspirar a recibir de nuevo el amor perdido va creando un clímax que se
resolverá de la más poética de las formas. Todo funciona como un engranaje muy
engrasado y el espectador sale satisfecho del desenlace, cosa realmente inusual
en la mayoría de las historias, como reconoció Eduardo Mendoza en la divertida El laberinto de las aceitunas, creo
recordar… Eso, sin embargo, sí que no aparece en la película en ningún momento:
el humor, porque el contexto lo impide y porque cuando la protagonista tiene la
tentación pasajera de deslizarse por él, enseguida el marido, ansioso por
conseguir su objetivo y archiconvencido de estar ante una extraña a quien
prohíbe que lo llame por su apodo, Johnny, exigiéndola que lo llame Johannes,
se ciega ante cualquier atisbo de sospecha congruente, a pesar de las pruebas
en contrario que le brinda la “extraña”. Con todo, algún momento de relajación
cordial se produce cuando Nelly ha de intentar parecerse a sí misma, esforzarse
por ser ella misma, suplantarse…, un juego que no puede compartir con su
marido.
Se
trata, pues, de una película muy centrada en una línea argumental muy bien
definida y en la que la puesta en escena del Berlín postbélico está muy
conseguida, así como las excelentes interpretaciones de cuantos intervienen en
la película, sobretodo de la pareja protagonista que lleva el peso de la
historia, pero muy destacadamente de Nina Hoss, actriz fetiche del director. El
ritmo se ajusta a la perfección a la evolución de unos acontecimientos que
desembocan en un clímax final conseguidísimo. Mucho me extrañaría que algún
espectador saliera desilusionado de la sala. No se trata de una película
sobresaliente, de aquellas que se graban en la memoria del espectador
indeleblemente, pero sí de una historia excelentemente contada, original y con
unas interpretaciones muy destacadas.