Historia viva
de un álbum, una película, Let it Be, y crónica de la separación
definitiva del grupo musical más influyente de todos los tiempos habidos ¿y por
haber?.
Título original: The Beatles: Get Back
Año: 2021
Duración: 7 horas y 48
minutos.
País: Reino Unido
Dirección: Peter Jackson
Música: The Beatles
Reparto: Documental,
intervenciones de: John Lennon, Paul
McCartney, George Harrison, Ringo Starr y
Billy Preston.
¡Bueno, bueno,
bueno…! ¡Un tour por la vida, obra y
milagros de, a mi modesto entender, el grupo de música pop más influyente de
todos los tiempos! En este caso el concepto de «fan» queda, obviamente,
superado por el de «enamorado» de una música difícilmente superable, aunque
haya miles de canciones que, objetivamente, puedan competir con todas las suyas
en igualdad o superioridad de condiciones, pongamos por caso obras de Paul
Simon, Bob Dylan, Don McLean, Billy Joel o Elton John -cuyo apellido es, por cierto, un
homenaje al Beatle-, entre otros. Está claro que, del mismo modo que en el
documental se manifiestan personas a las que no les gusta la música de los
Beatles, mientras ellos están dando su último miniconcierto juntos en el tejado
de sus estudios de grabación, hay otras para quienes su música es, como dicen
los cursis, «la banda sonora de su vida», y yo me cuento entre ellas, por edad
y por sintonía, aunque oí antes a Elvis Presley y a Chubby Checker, por
ejemplo, y siempre he sido un enamorado de la música soul y, especialmente, de
Sittin’ on the Dock of the Bay, del prematuramente desaparecido Ottis
Redding.
En mi
adolescencia mitómana, ¡quién no la ha tenido!, cuando era feliz e
indocumentado, e impropiamente aléxico, me recuerdo preguntándome siempre: «¿y
qué estará John Lennon haciendo en este preciso momento?» Era una manera de
conectar mi vida con la de esos fab four lejanos cuyas voces me llegaban en
discos que no siempre me podía permitir comprar. Y la vez que más cerca estuve
de alguno de ellos fue en Boston a poco más de 300 km de la Nueva York donde un
descerebrado acabó con la vida de Lennon. Cosas de jóvenes rebeldes y sin
formación, ya digo.
El documental de
Peter Jackson, cuyo trilogía fílmica de El señor de los anillos, tan sombría,
en modo alguno borró el determinante impacto que la trilogía novelística de
Tolkien causó en mi incipiente dedicación artística, es una reedición de todo
el material sobrante que desechó el director Michael Lindsay-Hogg para rodar su
película Let it Be, que tanto me emocionó en su momento y que confirmó,
sólidamente, ya entonces, la impresión de «canto del cisne» que suponía ese «forzado»
álbum de The Beatles. Ahora, con esta inmersión literal en el día a día
del último proyecto que logró reunirlos, no sin tensiones que afloraron con la
renuncia de Harrison en mitad del proyecto, los espectadores, y sobre todo los
seguidores del grupo, tienen una visión diáfana de ese día a día del grupo en ‘lena
actividad, aunque con no pocas limitaciones. Tengamos presente que el impulso
inicial fue rodar la grabación del álbum, para lo cual se escogió un desangelado
espacio, los estudios Twickenham, que permitían un desplazamiento constante de
las cámaras para captarlo «todo». Es evidente que someterse a esa suerte de «vigilancia»
constante de las cámaras puede restar espontaneidad al comportamiento de los
protagonistas, pero la película demuestra hasta la saciedad la profesionalidad
de unos músicos acostumbrados durante su meteórica carrera a ser escrutados
como un papiro de la ribera del Nilo. Es queja unánime de quienes han visto el
documental de Peter Jackson que las tomas de las canciones cuyas grabaciones
acabaron formando parte del álbum son cortadas inmisericordemente, privándonos
de su disfrute completo. Al margen de que ello alargaría el documental, no me
parece que entre los objetivos de Jackson esté que podamos oír la versión genuinamente
original de los temas grabados, sino otros objetivos, acaso menos musicales y
más humanos. Por otro lado, tampoco descarto que la negociación con Lindsay-Hogg
haya llevado a ese resultado, porque tampoco se trataba de hacer una suerte de
contra-Let it Be, con el documental, sino de crear una narrativa propia
que permitiera acceder a los espectadores a un conocimiento del día a día de
aquella experiencia, y en eso el documental de Jackson cumple sobradamente con
sus propias expectativas.
El último
trabajo conjunto de los Beatles nos deja en la inopia de sus métodos de trabajo
anteriores, imagino que muy distintos de lo que vemos en pantalla, pero no deja
de ser sorprendente el modo como van naciendo las canciones ante nuestros ojos
y oídos, y cómo los acuerdos logran imponerse a la fría distancia con que cada
uno de ellos, excepto Paul, ve el imposible futuro del grupo como tal, no solo
por las reticencias que todos manifiestan
actuar en directo, sino porque se aprecia física e intelectualmente que
ya no forman una unidad creativa cada uno de ellos está más atento a su
proyección individual, si bien lograron vencer todas esas adversidades para
lograr un disco que, si no es «el mejor» de los Beatles, sí que contiene
canciones extraordinarias. De hecho, son frecuentes las pullas que se lanzan
unos a otros, como si hubieran abandonado sus negocios particulares y se vieran
«forzados» a participar en este último trabajo.
El dinamismo de
la realización, en la que entra absolutamente todo, el trabajo de los técnicos,
la elegante omnipresencia del productor George Martin, «el quinto beatle»,
aunque en el documental se bromea con lo del quinto Beatle para referirse al
pianista y organista Billy Preston, que tan decisivamente contribuyó a darle
entidad al último álbum de los Beatles, la no menor omnipresencia de Yoko Ono,
pegada sumisa y autoritariamente a John Lennon de un modo que acaba poniendo
nervioso al lucero del alba, la espontanea aparición de Peter Sellers, la
inesperada presencia de un jovencísimo Allan Parsons, que trabajó como
ingeniero de sonido en la producción del álbum, las esposas de Paul, George y
Ringo, entre muchas otras personas, todo contribuye a dotar al documental de un
aire fresco, espontáneo y lo más próximo posible a una armonía que solo tenía
un sentido superficial en aquel entonces.
De todo el
material disponible, Jackson ha escogido, sobre todo, momentos de distensión,
como las secuencias con la hija de Linda Eastman, o las continuas bromas con
retranca entre Paul y John sobre la supervivencia del grupo. En la filmación sí
que se aprecia que el alma mater del grupo en aquellos momentos finales
era Paul McCartney, a quien mas debió de afectar la separación de la banda,
porque estaba claro que era en ella donde él se veía realizado artísticamente.
Es cierto, sin embargo, que la indispensable visión crítica nos obliga a
contemplar a los cuatro de Liverpool como auténticos diosecillos a los que se
consiente y se celebra cualquier salida de para de banco, y todos a su
alrededor se mueven siguiendo los pasos de una coreografía de respeto
sacrosanto a los ya no tan jóvenes músicos y sin dudar jamás de su condición
secundaria en ese proyecto. Como el largo mes recogido en el documental da para
mucho, tenemos la oportunidad de ver el «crecimiento» de algunas canciones,
para las que, sorprendentemente, incluso usan los servicios de un letrista
profesional al que recurren para ir rellenando las letras con los versos que se
ajusten a la melodía. Lo que sí permanece de su veterana unión es la comunicación
a través del humor constante e imaginativo, y no poco payaso por parte de
Lennon, aunque no siempre tan gracioso como él cree que es. Se trata de jóvenes
millonarios que se permiten cualquier capricho y que saben desde qué altura olímpico-artística
se relacionan con los demás. Parte de esa naturalidad son los atuendos
estrafalarios con que suelen acudir a la grabación, lo que contrasta, sin
embargo, con las muy clásicas tostadas con mermelada y café o té a la que son
tan aficionados. Fuman, también, en exceso, y de eso acabará muriendo George
Harrison, por ejemplo.
Se trata de un
documental que va progresando hacia la actuación en vivo que inmortalizaron en
la película correspondiente. Tras barajar mil y un destino, y como ninguno
quería viajar al extranjero para actuar, se aprecia cómo se le iluminan a Paul
los ojos cuando aparece, ¡por fin!, la sugerencia de que actúen en la azotea de
los estudios de Apple Corps. en la calle Savile Row de la ciudad de Londres,
adonde finalmente se trasladaron para grabar las canciones, dada la
imposibilidad de que todo funcionara, musicalmente, en lo estudios donde se habían
instalado. Es cierto que Jackson rompe la dinámica de la actuación en el tejado
con el uso de pantallas simultáneas para tratar de captar varias perspectivas de
ese momento privilegiado, único, en el que los cuatro Beatles volvieran a
actuar juntos antes de disolver el grupo, pero recordemos que su «montaje» del
material grabado no atiende tanto a la dimensión musical de aquella grabación
cuanto a captar un momento histórico de la Historia de la Música popular: la
despedida musical y humana de cuatro jóvenes que revolucionaron el panorama
musical desde su aparición en las listas de éxitos con Love me do. Desde
esa perspectiva, hay mucho de psicológico y sociológico en el afán de Jackson,
porque lo que le queda claro al espectador del documental es la impronta de las
diferencias de personalidad que se aprecian en los cuatro componentes del
grupo, y que serían las responsables de dicha separación, más allá de la
dependencia pegajosa de Lennon de su nueva pareja, Yoko Ono. En la cinta puede
verse, por ejemplo, la sincera alegría de sus compañeros porque, uno de los
días de grabación, Lennon acoge la confidencia de que Ono acababa de conseguir su divorcio de su anterior pareja,
Anthony Cox, un músico de jazz usamericano, lo cual refrenda que la presencia
de Ono, aunque enojosa, porque parecía «querer formar parte a toda costa» de un
cuarteto que tenía su propia historia y sus propias convenciones, en modo
alguno fue el motivo determinante de la separación del cuarteto.
Cualquier
espectador que haya seguido la carrera de los Beatles hallará en este excesivo
metraje, muchos momentos en que sus ídolos muestran sus pies de barro, como no
podía ser de otra manera, y ve lo mucho que de artificial hay en el proyecto de
rodarlos como un reality show, pero, al mismo tiempo, y dado el
conocimiento anterior y posterior de los miembros del grupo, qué duda cabe que
habrá de caer en una afectación nostálgica inevitable. Se trata de un documento
en el que los detalles suplen el hilo narrativo que no existe, y por eso se han
de ver estas siete horas con redoblada atención, para no perderse nada. La
presencia de Allan Parsons, por ejemplo, de quien no apareció ni rastro en la
película de Lindsay-Hogg, la señala oportunamente Jackson con el rótulo correspondiente,
lo que nos permite ponerle nombre a cuantos participaron de forma decisiva en
aquella grabación y en el registro técnico del álbum. La puesta en escena de la
película se atiene a la modificación permanente del espacio para lograr el mejor
sonido grabado posible, lo cual no deja de ser un atractivo de primera magnitud
del documental. Como el original se rodó en 16 mm, y en el documental se habla
de pasarlo a 35mm para exhibirlo en cines, la adaptación técnica que ha hecho Jackson
para ponerlo todo en un formato 16:9 ha mutilado, en cierta manera, la imagen,
pero me temo que eso son apreciaciones técnicas que el común de los
espectadores, como yo mismo, ni siquiera vamos a tener en cuenta, porque ha de
decirse que la calidad de imagen y sonido es estupenda, y permite seguir el
documental con total complacencia. Puede que no les guste a los puristas, pero
a los seguidores no nos afectan lo más mínimo esas manipulaciones de Jackson.
En los títulos de crédito queda claro que el documental se presenta al público
con todas las bendiciones de los Beatles vivos y de los herederos de los
fallecidos. Estamos hablando de un homenaje a un grupo inmortal. Y cuanta
novedad tenga que ver con ellos tendrá siempre un nutrido grupo de
espectadores, y no solo en quienes éramos jóvenes e indocumentados en aquellos
años de comienzos de los 60, sino en las generaciones actuales que los siguen
casi con la misma pasión con que lo hicieron sus padres en su momento: mis
hijos, por ejemplo, sin ir más lejos. Aún tengo pendiente una audición con mi
hija de la discografía completa del grupo mientras, al alimón, leemos-cantamos
sus letras…¡De mañana no pasa que nos pongamos…!