Indagación en
aquel palimpsesto que respondía al artificioso nombre de Truman Capote: la
creación del personaje que se devoró a sí mismo.
Título original: The Capote
Tapes
Año: 2019
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Ebs Burnough
Guion: Holly Whiston, Ebs Burnough
Fotografía: Antonio Rossi
Reparto: Documental,
(intervenciones de: Truman Capote, Kate Harrington, George Plimpton, Norman
Mailer, Jay McInerney, Lauren Bacall, etc.).
Los docubiopics
son un género que sigue ganando adeptos y realizadores. Cualquier pretexto es
bueno: descubrir algo manuscrito, algunas cintas grabadas, una entrevista
inédita, unas imágenes nuevas por olvidadas, las declaraciones de alguien
allegado que nos ofrece una nueva perspectiva…, todo sirve para lanzarse a la
reescritura de una vida que, como en el caso de Capote, fue, si acaso,
excesivamente pública. Y si de algo se resiente este acercamiento biográfico,
al margen de las «novedades», de muy relativo alcance, la verdad sea dicha, es
lo poco que aporta sobre su intimidad, sobre el reducto al que, en vida, nadie
tuvo nunca acceso, por lo que se ve.
Truman Capote, originalmente Streckfus
Persons, bien podía haber adoptado su segundo apellido, Persons, por lo que
tiene etimológicamente de máscara, como pseudónimo artístico, pero prefirió el
sugestivo “Capote” del segundo marido, de origen español, de la madre. Ni siquiera
se plantea en el documental el porqué de dicha elección, y si en ella tuvo algo
que ver alguna admiración especial por aquel hombre cuyo apellido le pareció oportuno
llevar. Recordemos que su apasionada homosexualidad es un factor determinante
no solo de su personalidad, sino de la construcción de su personaje, porque no
era fácil en aquellos tiempos cercanos a la posguerra reivindicarla públicamente
como él no perdía ocasión de hacer. Hablamos, por lo tanto, de un auténtico
pionero que desafió la moral de su tiempo y «naturalizó» una desviación de lo
estándar como lo más natural del mundo.
Su afición a la máscara forma parte de su
solitaria educación antes e ir a Nueva York a vivir con su madre, cuando fue
vecino de Harper Lee, la autora de Matar a un ruiseñor, quien lo incluyó
en su novela como un personaje más, algo que fue y no fue del gusto de Capote,
dadas las complejas relaciones que acabó teniendo con ella, la envidia de no
haber conseguido el Pulitzer entre ellas, por supuesto. Desde su inclinación
sexual, su belleza juvenil, su escasa estatura y su exhibicionismo congénito,
además de su pasión por la literatura y, posteriormente, el periodismo, Capote
fue construyendo un personaje excesivo e insobornablemente libre que logró
escribir, al menos, dos obras hoy consideradas clásicas, Desayuno en Tiffany’s
y A sangre fría, sobre todo la segunda, que le ganaron no solo la
reputación que tuvo, sino un lugar en la crónica social, dada su frecuentación
de la misma, e incluso, en alguna ocasión, como el célebre baile de máscaras
del 66 en el Hotel Plaza, en su organizador: un autentico «promotor» de las
celebridades y sus códigos de excepción, los mismos que en su última novela,
inacabada, acabó privándole de muchas de sus relaciones, que se sintieron
traicionadas por haberse convertido en trasuntos literarios de su acerada pluma
implacable, porque a Capote le distinguía la lengua afilada y el juicio sumarísimo
de los demás, no la crítica sosegada o el estudio ecuánime. Capote era una persona impulsiva, con filias
y fobias que no respondían sino a la arbitrariedad de su carácter inestable,
cambiante. Mantuvo a lo largo de su vida, sin embargo, ciertas fidelidades que
lo honran, y entre ellas ha de figurar, porque así lo destaca el documental, a
una hija de un amante suyo, con quien mantuvo una larguísima relación de índole
protectora, paternal.
A pesar de la constante vida social de Capote,
insisto en que el reducto de su Sancta Sanctórum queda aún virgen, tras este
documental. Constatamos, sí, cómo creó y moldeó su personaje, incluso hasta
desfigurarlo en sus últimas entrevistas televisivas, cuando ya la provocación,
que fue su arma favorita, se convirtió en parodia de sí mismo, que es el último
paso que ha de dar un narcisista antes de perderse en el olvido de con quienes
construyó su vida. Murió relativamente joven, para un escritor, pocas semanas
antes de cumplir los 60 años de edad, pero una vida de exhibición pública tan
intensa por fuerza había de pasarle factura. Supongo que sus conflictos
personales con sus amistades influyeron en la imposibilidad de que acabara su
última novela, Plegarias atendidas, pero ni siquiera eso nos permite
intuir el documental. Dada su excentricidad y el tiempo que dedicaba a la
promoción de su propia persona, una auténtica «marca» publicitaria en sí misma,
el espectador devoto de la literatura echa de menos que no le dediquen el
tiempo que merece sus procesos de trabajo creativo, sus métodos, sus hábitos,
sus espacios, las pequeñas cosas que en el mundo de un escritor son
definitorias de su manera de hacer y crear. Se nos hurta al escritor y se abusa
del exhibicionista social cuya interés para los media está fuera de toda duda.
Sobre Capote se han hecho dos películas
muy buenas, la primera, Capote, de Bennet Miller, protagonizada por el
malogrado Philip Seymour Hoffman, quien ganó el Oscar por esa interpretación, y
la segunda, no menos interesante, de Douglas McGrath, Infamous («Historia
de un crimen» en España), con una suerte de doble del escritor, Toby Jones.
Ambas nos permiten un acercamiento al personaje desde el biopic más profundo
que este documental, aunque las imágenes reales que aquí vemos tienen
suficiente entidad como para verlo con auténtica delectación, porque Capote
construyó su personaje a partir de su interactuación con los media y basándose siempre
en el exceso y la libertad sobre todas las cosas, lo que le acarreó tantos
incondicionales como detractores, por supuesto. Lo que pocos pueden decir es
que, lo odiaran cuanto lo odiaran, él era el autor de A sangre fría, por
supuesto.