Don Siegel o el arte de la síntesis efectiva en el cine de suspense.
Título original: The Lineup
Año: 1958
Duración: 86 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Don Siegel
Guion: Stirling Silliphant
Reparto: Eli Wallach: Robert Keith; Richard Jaeckel; Mary LaRoche; William
Leslie; Emile Meyer; Marshall Reed; Raymond Bailey; Vaughn Taylor; Cheryl
Callaway; Robert Bailey; Warner Anderson.
Música: Mischa Bakaleinikoff
Fotografía: Hal Mohr
(B&W).
Con dos
oscarizadas bazas ganadoras de partida, el guionista Sitrling Silliphant y el
cinematografista Hal Mohr, ¡con qué sabiduría narrativa nos atrapa Don Siegel
en esta película a medio camino entre el thriller y el cine policiaco! Si le
añadimos la sabiduría narrativa del director, su facilidad para el encuadre
impactante, la búsqueda de unos espacios singulares para la puesta en escena y
el magnífico desenlace con una trepidante persecución automovilística por las
calles de San Francisco, lo tenemos todo para disfrutar de una película que se
ve con sumo placer y entregada admiración a quien no usa ni un solo plano de
relleno en una historia comprimida y nerviosa en la que destacan los dos
maleantes complementarios, el clásico secundario Robert Keith y un actor de la
talla de Eli Wallach, de dilatada trayectoria, por más que el público lo
recuerde por la trilogía del spaghetti western de Sergio Leone.
La historia es
la adaptación cinematográfica de lo que fue primero un programa de radio y
después una serie de TV. Siegel, no obstante, construye un artefacto narrativo
en el que el predominio de lo visual en escenarios explotados al máximo por su
cámara: un club de marineros, con vestuario y sauna incluidos; un acuario en el
que comienza el «secuestro» de una madre y su hija, y una pista de hielo y
parque de atracciones en el que, mientras el delincuente Dancer trata de
identificar al capo para el que trabajan, un colegio de monjas tiene a sus
alumnas revoloteando aquí y allá y también, sí, junto al pistolero cuando,
finalmente, tiene el encuentro con el jefe al que nunca nadie ha visto, lo que
supone la sentencia de muerte del colaborador, aunque la madre y la hija que
aguardan secuestradas en el coche están allí para explicarle al cabecilla de la
banda que no le pueden entregar toda la mercancía, heroína escondida en
artículos de regalo que entran en el país los viajeros que regresan, sin ser en
absoluto conscientes de ello, porque la que iba en la muñeca china de esa niña
la empleó esta para empolvar la cara de la muñeca, ante la sorpresa de un
desquiciado psicópata que ya está dispuesta a liquidar a ambas, si no llega a
convencerlo su socio para llevarlas a la cita de la entrega y para que le
expliquen al cabecilla dicha circunstancia, con la esperanza de que el
cabecilla las crea y no sospeche que se la han birlado los esbirros.
Desde que
desembarcan los viajeros del buque, tras varios de los cuales ha de recolectar
la pareja de delincuentes las bolsas de heroína, un suceso fortuito, la muerte
de un taxista que huía con la maleta de uno de los pasajeros, pone a la policía
alerta del contrabando de heroína a través de artículos de decoración, que los
viajeros pasan ignorando su función de camellos. Los dos detectives de la
policía, con la presencia contundente de un clásico secundario como Emile
Meyer, organizan la búsqueda de los posibles contactos a quienes «visitarán»
los delincuentes, quienes van dejando a su paso un reguero de muertes, dada la
facilidad con que Dancer usa la pistola con silenciador para no dejar testigos.
Estamos, pues, ante una carrera intensa para evitar más muertes, por un lado, y
para reunir las bolsitas de heroína que han de entregar en un plazo determinado a su contacto, si no
quieren sufrir unas consecuencias dramáticas, por otro.
El recorrido
por esos escenarios singulares es una de las grandes bazas de la película. ¡Qué
habilidad, la de Siegel, para moverse con tanta soltura en esos escenarios en
los que se le da a Wallach la ocasión de lucirse mostrando variadas facetas de
su personalidad psicópata, porque tanto se desnuda para meterse en la sauna y
cargarse allí al camello involuntario, antes de subir a su habitación para descubrir
el alijo, como exhibe un tierno lado solitario y triste ante la mujer a cuyo
domicilio han de acompañarla para descubrir que la hija ha usado como polvos
para la cara de la muñeca la heroína que estaba dentro de ella. El modo como en
la habitación destroza la muñeca para encontrarla y amenaza a la madre y a la
hija es antológica, ciertamente. El último espacio singular, una pista de
patinaje sobre hielo y, en el mismo recinto, feria con atracciones de muy
diversa naturaleza sorprende al espectador, no solo por la propia distribución
del espacio, sino por la superposición de un colegio de niñas entreteniéndose
en las atracciones y la vigilancia del esbirro para acabar descubriendo al
paralítico cabecilla que recoge en persona el alijo en el interior de un
elemento decorativo del atractódromo, podríamos neologizar…, y en ese
momento, tras sufrir la amenaza de muerte por parte del estirado y lisiado
cabecilla, Dancer se revuelve y acaba empujando la silla hacia una barrera que
no la frena y le aboca al choque contra la pista de patinaje, lo que nos da un
plano cenital del fallecido, en un escorzo de polichinela, impresionante.
Localizados
por la policía, que ha seguido acercándose a ellos tras cada asesinato, logran
escapar con el coche, cuyo volante lleva un conductor especializado y futuro excelente
actor de reparto, Richard Jaeckel, que incluso llegó a ser nominado al Oscar en
esa categoría por la película Casta invencible, de Paul Newman. Teniendo
en cuenta el año de la película, 1958, bien puede decirse de esa persecución
que es un modelo en su género. De hecho, buena parte de la película transcurre
en las calles, sobre todo por parte de la policía, con una estética de Chevrolets
llegando o saliendo a y de los sitios con la espectacularidad de su clásico diseño,
y con los policías con sombreros inconfundibles y gestos de dinámico compromiso
con su búsqueda indesmayable de los contrabandistas dispuestos a inundar el
mercado con su letal producto.
De hecho, no
hay película de acción que se precie que no cuente con una persecución automovilística;
pero la de esta película, con un coche que se lanza a la huida por una carretera
aun a medio hacer, a cuyo borde llega el coche, y está a punto de precipitarse
al vacío, nos deja imágenes de gran efecto, en tomas panorámicas que acentúan
el contraste entre la circunstancia y la desesperación de quienes huyen. Pero
lo mejor es que la vean, por supuesto, y que disfruten de un autor, Don Siegel,
encuadrado por la crítica en el capítulo de los «artesanos», si bien sus
películas contienen un «arte» que conviene ir reconociendo para ascenderlo, y
no al cadalso…, sino al selecto club de los grandes de todos los tiempos.