Biografía musical
de Frankie Valli y The Four Seasons o de la marginación al estrellato: un musical con
perfecta puesta en escena.
Título original: Jersey Boys
Año: 2014
Duración: 134 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Clint Eastwood
Guion: Marshall Brickman, Rick Elice
Reparto: John Lloyd Young; Vincent Piazza; Erich Bergen; Michael Lomenda:
Michael Doyle; Christopher Walken; Jeremy Luke; Joey Russo; Freya Tingley; Freya
Tingley; Sean Whalen; Francesca Eastwood; Kathrine Narducci; James Madio; Steve
Schirripa.
Música: Canciones: Bob
Gaudio
Fotografía: Tom Stern.
Ignoraba la
realización de esta película de Clint Eastwood hasta que un amable lector de mi
Ojo tuvo a bien preguntarme por mi opinión sobre ella. No lo he visto
todo de Eastwood, aunque el tono general de sus películas, por escasamente
innovadoras que sean, invita siempre a la contemplación. No se dio la ocasión y
ahí seguía, sin que nunca reparara en ella. Ignoro la acogida que tuvo en su día,
pero yo soy un enamorado del género musical y, en principio, trato de ver cuanto
se me ofrece como tal, luego ya me hago yo mi composición de lugar, porque el
género tiene tantas obras maestras en su haber que cuesta lo suyo hacer alguno
que capte la atención del aficionado. ¡Menuda sorpresa la mía, cuando descubrí Los
paraguas de Cherburgo, de Jacques Demy, ese peliculón! O sea, que me
encanta ser sorprendido por películas que, en principio, no busco, al menos
hasta que me las recomiendan, como es el caso.
Desconocía la
existencia de The Four Seasons, y reconozco que la voz en falsete de
Valli no es mi registro preferido, si bien con ellas triunfaron los Bee Gees,
por ejemplo; aunque soy un fan de contratenores como Philippe Jaroussky, cuya
técnica clásica me parece literalmente increíble. Gracias a él hemos sido
capaces de descubrir lo que en su momento significaron, a nivel musical,
celebridades como Farinelli. Antes de ser llevado a la pantalla por Eastwood,
Jersey Boys triunfó en el teatro musical y, de hecho, sus intérpretes repiten
en la película y cantan ellos mismos. La película me ha servido para descubrir que
Bob Gaudio, compositor de muchos de los éxitos del grupo, es el autor de una
canción tan extraordinaria como Can’t take my eyes off you, mil veces
versionada hasta convertirse en un auténtico standard inmortal. Y la
letra es del productor Bob Crewe, encarnado aquí por un prodigioso actor, Michael
Doyle, que lo convierte, en cada aparición suya, en el centro de la atención,
muy por encima de los cuatro componentes del grupo, por su ambigüedad sexual y
por su férreo dominio profesional de la escena y la producción diuscográfica.
La película
nos habla de un caso de superación personal de unos jóvenes que caen en la
delincuencia e incluso pasan, algunos de ellos, una temporada en prisión.
Guardan cierta relación con la mafia, papel representado por Christopher Walken,
en sus excelentes postrimerías, y se debaten entre reducirse a su aciago
destino o luchar por sus sueños. Aunque la historia real del grupo es más
compleja, en la película se simplifica la historia y solo se da cuenta de la
incorporación del compositor Bob
Gaudio, que es el autor de sus primeros éxitos; una admisión
no exenta de polémica por las relaciones tensas entre los miembros del grupo.
Más adelante, Gaudio le propondrá a Valli que inicie una carrera en solitario,
cantando sus canciones, con las letras de Crewe, algo realmente inusual para la
época, si bien el éxito que alcanza lleva a que, en adelante, sean conocidos
como Frankie Valli y The Four Seasons.
La película
tiene una producción fastuosa, una puesta en escena en la que no se ha
descuidado ningún detalle y con una iluminación que potencia los claroscuros de
la carrera de los cuatro músicos. La historia, rompiendo la cuarta pared, nos
la cuentan directamente a los espectadores los miembros de la banda, excepto el
protagonista, quien, devastado por el suicidio del su hija predilecta, es
incapaz de añadir nada que no sea dicho a través de las canciones,
especialmente My eyes adored you, una historia de amor que, leída en
clave paternal admite algún equívoco, la verdad sea dicha. La canción, no obstante, es hermosísima y fue un auténtico hit en su momento. La variación de los
puntos de vista son un acierto, porque permite abordar desde miradas muy
distintas la frágil unión de personajes muy distintos y no siempre dispuestos a
bajarse de sus egos para facilitar los acuerdos que permiten la supervivencia
del grupo. De hecho, los trapicheos del más mafioso de los cuatro acaba
llevándose por delante el grupo y dejando a Valli al frente de una carrera en
la que, solo mucho más tarde, volvería a ver la reconciliación con sus colegas.
Puede
reprochársele a Eastwood que el resultado final de la adaptación no tenga un
carácter tan personal como sí sucedió con Bird, su homenaje impecable a
Charlie Parker, pero hablamos de un grupo popular muy famoso frente a una
personalidad tan compleja y estrella de una música de públicos más reducidos,
selectos y entendidos. A mi modesto entender, sin embargo, y por el cuidado que
la producción ha derrochado, Eastwood ha sabido empaparse no solo de una época,
los 60, sino de unas psicologías que, desde los márgenes de la sociedad, se
acercan al sueño usamericano del triunfo y el éxito, con gran acierto. Es
notable la preocupación formal por hacernos llegar la música del grupo de la
más prístina manera, y, contrastando las actuaciones de la película con
grabaciones reales del grupo en YouTube, el resultado aún es más apreciable.
Imagino que, al margen de que esa música nos guste más o menos —¡y hay que oír lo
que debió de tomar Billy Joel de Gaudio…—, hay que saber leer entre las líneas
de la puesta en escena para disfrutar de una historia colectiva que retrata hasta
lo más íntimo el sistema artístico usamericano. Dejando al margen al
protagonista, John Lloyd Young, muy limitado expresivamente, aunque con una voz
idónea para el papel, el resto del elenco cumple sobradamente para dotar a la
película de un nivel de interpretación acorde con lo que la historia prometía.
De hecho, incluso con Lloyd Young acaba el espectador simpatizando, aunque solo
sea gracias a la dureza de las situaciones que ha de sobrellevar cuando
antepone la gratitud y la lealtad al egoísmo o el derrotismo de otros
componentes. Nadie tema aburrirse o creer que todo es convencionalismo en la dirección
de Eastwood, porque hay sobradas secuencias en las que se advierte la maestría
que lo ha llevado a convertirse en uno de los mejores directores de la historia
del cine, como se lo reconoció nada menos que Orson Welles.