Una comedia amable y algo tediosa
en su segunda parte, pero con excelente puesta en escena: Café Society, de Woody Allen, entre el amor y la mafia.
Título original: Café Society
Año: 2016
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Música: Varios
Fotografía: Vittorio Storaro
Reparto: Jesse Eisenberg,
Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Parker Posey, Corey Stoll, Jeannie
Berlin, Ken Stott, Anna Camp, Gregg Binkley, Paul Schneider, Sari Lennick,
Stephen Kunken.
Nunca he acabado de entender la “necesidad” de Allen de “tener que” rodar una película al año, con todo lo que ello conlleva: repeticiones, carencia de imaginación, rutinas, urgencias, complacencias innecesarias y, sobre todo, la falta de respeto que implica por una obra, la mejor de él, a la altura de los grandes del cine, de los inalcanzables: Kurosawa, Bergman, Fellini, Ford, Welles, etc. Supongo que la necesidad de hacer frente a sus compromisos económicos tendrá algo que ver; además, lógicamente, de que, dado su insobornable amor al cine, a nadie le amarga el dulce de que pongan en tus manos un presupuesto para dirigir una película sin otro control que el tuyo propio. Teniendo, además, un público europeo tan fiel, al que le ha ido agradeciendo su devoción, con mejores o peores películas ambientadas en las principales capitales europeas, sin acaso ser un “negocio redondo”, tampoco provoca pérdidas en los inversores. Por cierto, aunque Café Society no es ninguna maravilla, y aun pudiéramos decir que es más que discreta, ni de lejos llega al horror estético que perpetró en su homenaje a la Barcelona del productor secesionista Roures, aquella infumable Vicky, Cristina, Barcelona, de infausto recuerdo. En esta película, escasamente original, y en la que Allen se reserva la narración en off para darle a la historia ese toque personal que su sosias de turno, en este caso un muy logrado Jesse Eisenberg, confirma, porque es capaz de, en el registro del joven Allen, dotar al personaje de una vida propia que permite comprobar su enorme calidad interpretativa, al menos si comparada con el papel representado en La red social, aquella película aturdidora. Decía en el título que la película de Allen parece construida a partir de retales de su mundo narrativo, si bien, a las escenas familiares judías, al mundo del cine o a las historias de amor con giros sorprendentes añade esta vez la presencia de un judío mafioso que, dada la época, los años 30, permite no pocas situaciones humorísticas que tiran de la veta del humor macabro, por más que la chispeante y animada narración de Allen le dé a toda la historia una suerte de pátina de comedia ligera que impide que el ala oscura de la tragedia siquiera roce el desarrollo del argumento. Dividida en dos mitades claramente diferenciadas, en Hollywood y Nueva York, y sin que sirva de precedente, la parte angelina se lleva el gato del agua del interés del espectador, acaso porque el tío del protagonista, un magnífico Steve Carell, que le roba no poco protagonismo, no solo está inmenso, sino que, por su condición de representante del mundo del espectáculo permite retrotraernos a grandes producciones antiguas con esos ambientes glamurosos cuya puesta en escena, tan cuidada, y tan bien fotografiada por un Storaro que no es precisamente (Novecento, Apocalypse Now…) un debutante en su oficio, consigue seducir al espectador. La historia de amor inicial, muy sutilmente narrada por Allen, entre el sobrino que llega de Nueva York para abrirse camino en el mundo de Hollywood y la secretaria de su tío es, sin duda, lo mejor de la película y su desenlace marca un antes y un después en la película, hasta tal punto que Allen ha de hacer un serio esfuerzo por intentar estar a la altura de sí mismo en la segunda parte, en la neoyorquina, donde hay momentos de singular belleza e intensidad ciudadana, con algunos planos en Central Park a la altura de las mejores biografías de Nueva York que él ha dirigido. Que no se me despiste el futuro espectador: la película mantiene en todo momento el tono amable y juguetón que permite seguir con interés los destinos de los personajes, sobre todo el del protagonista, cuya omnipresencia ni cansa ni aburre, por más que ciertas escenas, como la de la familia judía del protagonista parezca salir de Días de Radio, por ejemplo, y las iniciativas seductoras de este de cualquiera de las películas primerizas de Allen, como Annie Hall, por ejemplo. La obra está lejos, afortunadamente, de los sonoros fracasos de Allen, como la reciente Magia a la luz de la luna o la no muy lejana Un final made in Hollywood, y sí, sin ser Match point, por supuesto, ni Blue Jasmine, tiene suficientes aciertos de guion y de realización como para pasar un rato entretenido, sin más.