Una anatomía dialógica del poder papal que descubre y
encubre a partes iguales la humanidad de los vicarios de Cristo…, y la
fragilidad ante la corrupción de su estado terrenal.
Título original: The Two Popes
Año: 2019
Duración: 126 min.
País: Reino Unido
Dirección: Fernando Meirelles
Guion: Anthony McCarten
Música: Bryce Dessner
Fotografía: César Charlone
Reparto: Jonathan Pryce, Anthony Hopkins, Juan Minujín, Cristina
Banegas, Sidney Cole, Luis Gnecco, Federico Torre, María Ucedo, Thomas D
Williams, Pablo Trimarchi.
Había
pasado dos veces por ella en la pantalla y me llamaba la atención, pero no
acababa de meterme. Una recomendación de mi buen amigo Jose (Joselu en la red)
acabó de darme el empujoncito y ya está vista y saboreada incluso con
delectación, a pesar de cierta complacencia, sobre todo con Ratzinger, y la
escasa acritud con que se aborda que ambos Papas se planteen los graves
problemas que aquejan a la secta católica, fundamentalmente la corrupción
sexual de menores -solo hay un tibio apunte sobre el depredador Maciel- y la
corrupción económica, un IOR o Banco
Vaticano cuyas opacas actividades hubieran acabado con más de un gobierno
democrático, como si solo fuera «materia de confesión» que se resuelve con la
absolución del confesor, y en ambos casos, se da la circunstancia, de que no
hay penitencia impuesta…, ¡con la de salves y credos que me caían a mí cuando
niño por un quítame allá esas pajas…!
De
hecho, como lo confiesa el director, el hermetismo del Vaticano fue total y ni
recibieron facilidades ni permisos ni denegaciones para hacer la película,
rodada con técnicas digitales para conseguir unos efectos de autenticidad
absolutamente maravillosos. Las únicas grabaciones auténticas que le facilitó
el Vaticano fueron la secuencia del entierro de Juan Pablo II y el encuentro
real entre los dos Papas, al final de la película. Es difícil observar con
tanto realismo y detalle la capilla Sixtina como ocurre en esta película, en la
que la sensación de estar físicamente en ella es total, una experiencia
artística fabulosa. Lo mismo puede decirse de la residencia veraniega del Papa
en Castelgandolfo, una edificación de lujo en un paraíso residencial.
Por
el medio, desde que a la muerte de Juan Pablo II le sucediera Joseph Ratzinger,
quien fuera todopoderosa mano derecha del Papa, en su puesto de definidor de la
ortodoxia católica, hasta que este se viera obligado a dejar el papado por los
serios problemas de corrupción que había de afrontar su ministerio y se
convocara el nuevo cónclave del que saldría elegido Francisco, la película
discurre a través de una ficción amable que sabe alternar, con hábil maestría,
el vaticanismo-ficción del encuentro entre el papa en retirada y su posible
sustituto con la biografía escrupulosa del papa actual, en unos flash-backs
excelentes, en que se nos narra la prehistoria laica de Bergoglio, la quiebra
de su compromiso matrimonial y la llamada vocacional del sacerdocio in
extremis, el mismo día en que se confirmaba su boda inmediata.
El
cambio al blanco y negro resulta esencial para distinguir los durísimos tiempos
de la dictadura militar argentina de la que Bergoglio no supo distanciarse lo
suficiente, un error religioso y político que, a juzgar por la interpretación
vital que de él nos transmite la película, aún forma parte de sus
remordimientos y sus miserias morales. Si a ello le sumamos la «desorientación»
política que supone recibir a un dictador
como Nicolás Maduro como un auténtico «hijo de la Iglesia», enseguida
descubrimos que aquel error de juventud sigue sin resolverse y sin ser superado
por su protagonista.
Es
cierto que tras aquel clamoroso error, no saber dónde estaba su puesto ni al
lado de quién, en aquella tragedia argentina que fue la dictadura de Videla,
Massera y Agosti, una de las más sanguinarias que se recuerdan en el cono sur
americano y que fue retratada por Luis Puenzo, con absoluta oportunidad, en La
historia oficial, Bergoglio inició una penitencia que lo llevó a
identificarse con los menesterosos y los desposeídos, a quienes supo hablar en
su lengua para entender él la realidad y ser entendido, su mensaje religioso, por
ellos. Esa época, rodada con una pulcritud histórica máxima, es de las mejores
partes de la película, aunque el trasfondo religioso de la misma se centra en
la conversación «privada» entre un Papa deseoso de «probar» la calidad humana y
religiosa de quien podría ser su sustituto…
Antes
de continuar he de decir que estamos ante una película de interpretaciones
excelsas. Para algunos, Hopkins se merienda a Pryce; para otros, es al revés. A
mí me ha gustado más Pryce, pero por mera cuestión del sentido de humor, que no
falta en la película, hasta el extremo de que el futuro Francisco le enseña a
Ratzinger los fundamentos del tango en una secuencia muy jocosa. Antes, ya ha
habido un acerado intercambio de pullas y contrapullas entre dos religiosos que
no esconden lo opuestos que son: un hombre culto, amante de los libros y el estudio;
un hombre populista que ha de aprender el lenguaje básico del pueblo para
hablarle «en vulgo», como quería Lope. Un especialista en Juan de la Cruz y un
especialista en movimientos cristianos y populares de base. Ratzinger admira la
«conversión» del obispo de la Dictadura en el austero pastor de los humildes y
el futuro Francisco admira en Ratzinger la valentía frente a su debilidad y a
las dudas que le plantea ser incapaz de oír la voz del Señor iluminando el
camino por el que, como buen pastor, ha de guiar a los fieles de la Iglesia.
Bergoglio acaba descubriendo en Ratzinger un ser exquisito, cultivado y con un
particular sentido del humor alemán, cuyos chistes, por ser alemanes, no exigen
ni siquiera ser reídos, como dice en un momento dado el papa alemán. Los de
Bergoglio, sin embargo, llenos de argentinismo medular, sí que lo exigen, como
cuando define cómo se suicida un verdadero argentino: se sube hasta la cima de
su yo, y desde allí se despeña… El otro chiste estrella de Bergoglio es el de
los jesuitas, el rezo y el fumeteo…
Desde
el comienzo de la película vemos que esa lucha de caracteres es, también una
lucha de mentalidades y aun de continentes, por más hermanados que estén,
ambos, en la profesión de la religión católica. Bien es cierto que el papado
ambos lo viven como una pesada carga, y que la forma de asumirla varía mucho de
una mentalidad a otra, pero no lo es menos que lo significativo de esa carga no
es tanto la responsabilidad espiritual -no es un texto muy difícil el catecismo
católico…-, como la responsabilidad política de dirigir el microestado con más
influencia espiritual en los que serían sus «ciudadanos» si la doble
nacionalidad de todos ellos lo hiciera posible, y ahí es donde la película
digamos que «flojea», como lo prueba el hecho de no dar un paso al frente
cuando Benedicto XVI se acusa de haber sido débil ante los abusos del
pederasta Marcial Maciel, algo que no
ocurre, sin embargo, cuando se trata de mostrar el silencio cómplice de
Bergoglio ante la Dictadura militar, una fase de la película que supera en
interés humano y político al resto de la cinta.
Como
confiesa el director, a un cardenal que la vio le gustó, y este estaba
convencido de que a Francisco le gustaría. Yo creo que también. La película
está hecha con un respeto profundo a una institución milenaria y se adentra en
los terrenos de la psicología personal de los protagonistas, planteando un
choque de caracteres, en vez de dos visiones del papado, aunque algo de esto
último también hay, al menos en los aspectos superficiales del asunto: la
austeridad frente al lujo.. Es cierto que de Ratzinger apenas se indaga en su
pasado, pero también lo es que la película escoge a Francisco como protagonista
absoluto. Creo que la película interesará por igual a creyentes y a quienes no
lo son, como yo, y entrar en ese archivo de rituales y misterios que es el
Vaticano -¡y cómo supo explotarlo Gide en Los sótanos del Vaticano!-
siempre es un motivo de curiosidad que el director satisface, máxime porque ha
escogido a un director artístico que ya trabajó con Sorrentino en El joven
papa, y que conoce a la perfección los entresijos de ese mundo tan opaco de
la curia vaticana. La austeridad de las «sandalias» negras de pescador de
Francisco, frente a los mocasines de Prada de Benedito XVI son la metáfora perfecta
del cambio de papado, aunque, como a veces suele pasar en estos casos, le es
muy difícil a un Papa pasar de la retórica a los hechos, como venimos
advirtiendo en su papado, con una antigüedad suficiente para emitir un juicio
sobre su obra, por más que sea provisional.
Mi
amigo Joselu se divirtió tanto con la película, que me confeso que prefería los
Papas de la película a los reales; que se ganaba mucho con los del celuloide en
comparación con los verdaderos, y que su
compañía era bastante más grata e interesante que lo que la realidad puede
ofrecerle. ¡Ese, y no otro, es el secreto del arte, en efecto!, y Meirelles ha
sabido expresarlo a la perfección. También es cierto que contar con dos actores
-de esos de los que antes se decía que eran “eximios”- ha contribuido lo suyo
al éxito de la empresa y a hacer de ella
una obra redonda. No nos olvidemos, con todo, del enorme actor que hace de Bergoglio
joven, Juan Minujín, ¡espléndido!, y muy convincente. Gracias a él logramos
tener una visión casi perfecta de ese ser atormentado que aún debe de ser el
Papa actual, Francisco. ¡No se pierdan la película!