Sicilia y los sicilianos, el
bosque de los relatos: Caos, de los
hermanos Taviani sobre soberbios cuentos de Pirandello.
Título original: Kaos
Año: 1984
Duración: 188 min.
País: Italia
Director: Paolo Taviani, Vittorio Taviani
Guión: Paolo Taviani, Vittorio Taviani, Tonino Guerra (Historias: Luigi
Pirandello)
Música: Nicola Piovani
Fotografía: Giuseppe Lanci
Reparto: Margarita Lozano, Claudio Bigagli, Omero Antonutti, Franco
Franchi, Biagio Barone, Regina Bianchi, Ciccio Ingrassia, Enrica Maria Modugno,
Nello Accardi, Enzo Alessi, Sabina Belfiore.
Con un prólogo y un epílogo, la película narra cuatro
historias sicilianas escritas por Luigi Pirandello, cuatro historias que
recogen algo así como esa suerte de relación entre la persona y la tierra que
provoca la aparición de psicologías tan marcadas como para identificar un
territorio con sus habitantes, algo que, aún se acentúa más en un territorio
insular como es el caso de Sicilia, extraídas todas ellas del libro Cuentos para un año. El prólogo nos muestra a unos campesinos
que encuentran un cuervo incubando los huevos de la pareja. Enfatizando que es
un macho poco macho, si hace eso, los campesinos se dedican a lanzar los huevos
que empollaba contra el animal en una diversión a modo de represalia. Uno de
ellos, sin embargo, coge al animal, le cuelga un cascabel y lo deja en
libertad. El vuelo sonoro del córvido con cencerro va a devenir el intermedio
entre una y otra historia, lo que permitirá una sucesión de planos aéreos que
nos indican la zona geográfica donde tienen lugar esas historias, propias todas
ellas, de terreno árido, de ciudades agrestes y de seres primitivos. La
fotografía del espacio natural es una maravilla, y a veces las personas parecen
integrarse tanto en él que cuesta distinguirlas, como si se hubieran camuflado.
Se trata de cuatro historias muy distintas que responden a algo así como a las “viejas
historias del lugar” que Pirandello hubiera escuchado de estos o aquellos
labios y las hubiera retenido. El epílogo, permítaseme que empiece por él, está
construido sobre otro relato diferente del autor, Una giornata (Colloquio con la madre), en el que el propio
Pirandello vuelve a la casa de los padres y tiene una entrevista con la madre
muerta, quien le cuenta la única historia que Pirandello no ha podido llegar a
escribir nunca, la del viaje a Malta de la familia cuando el padre fue
represaliado políticamente. Las imágenes de esa travesía, sobre todo las de la
parada en una isla desierta, en la que los niños, después de trepar por una
montaña arenosa, se dejan ir, rodando, hasta llegar al mar azulísimo, en un
plano fijo desde lo alto de la montaña, impactan al espectador y le confirman
las excelentísimas que ha ido viendo en los diferentes episodios, entre los que
destaca, con notabilísima fuerza, la narración de un aquejado de licantropía
que acaba de casarse y se lo revela a su mujer, quien, en celo desesperado, se
conjura con su madre para que esta y un primo suyo, que se encerraría con ella
en la casa, la protegieran contra la amenaza del marido. La narración de cómo,
siendo un bebé, se vio expuesto al influjo maléfico de la luna porque su madre
había de trabajar de noche en el campo para poder ganar lo suficiente para
subsistir, tiene todo el encanto de la historia mosaica y unas imágenes de la
luz de la luna vampirizando al niño entre las plantas que constituyen un placer
cinematográfico muy especial. Toda la película está llena de hallazgos visuales
y de tensiones dramáticas de primer orden. Las escenas del licántropo agarrado
al árbol y agitándolo, con la imagen de la copa moviéndose al tiempo que se
recorta su movimiento, en contrapicado, contra la presencia todopoderosa de la
luna es una maravilla, del mismo modo que lo es la introducción a ella, una secuencia
en la que el esposo va a la plaza del pueblo, ante la casa de su mujer, y cuenta
públicamente su maldición. El primer episodio es desgarrador y está
magníficamente interpretado por Margarita Lozano, a quien, sin embargo,
doblaron al italiano. En él, una madre quiere que los emigrantes que se van a
hacer la Américas, le lleven a los dos hijos que allí tienen una carta que, una
vecina, ha pintarrajeado para ella, porque ninguna de las dos sabía escribir,
aunque la joven fingía que sí por mera caridad. Un médico que advierte el
engaño, se ofrece a escribirle una carta de verdad, pero, antes, la obliga a
explicarle porque rechaza al único hijo que se ha quedado en la isla con ella.
Entonces, la madre cuenta la historia de la violación de que fue objeto por un
cabecilla garibaldiano que antes asesinó a su marido, con cuya cabeza, delante
de ella, jugó a los bolos. El hijo, para su desgracia, es idéntico al padre,
por lo que la madre no puede mirarlo sin ver en su persona la de su violador, y
de ahí el rechazo que el hijo no comprende, a pesar de sus intentos de
acercarse a ella y de ayudarla, porque el hijo parece que haya prosperado en la
vida. Es estremecedor, metafóricamente, el horror con el que sigue el
espectador el rodar a trompicones de una fruta que el hijo deja para ella y que
la madre le devuelve, tirándosela, porque en todo momento tiene presente el
rodar de la cabeza de su marido… El tercer episodio es el único que tiene una
vertiente cómica y supone un desquite contra el implacable amo de buena parte
del territorio, quien, en tiempo de cosecha de la aceituna y de su paso por la
almazara, encarga una tinaja gigantesca para contener cientos de litros de
aceite. Seguramente por venganza de algún recolector explotado, a quienes el “amo”
trata despóticamente, un Ciccio Ingrassia tan espectacular como su pareja
cómica, Franco Franchi, la tinaja amanece rota, para desesperación del dueño.
Como la rotura ha sido “limpia”, se le convence de que un lañador de la zona
obra milagros porque tiene una masa “milagrosa” que permite recomponer
cualquier objeto de loza. Aparece el lañador, Franco Franchi, y se activa un
microcosmos medieval en el que la presencia del lañador se asocia a la del
brujo y, en esa clave, asistimos a un divertidísimo episodio que concluye con
el lañador que acaba encerrado en la tinaja sin poder salir de ella, porque no
había calculado, siendo él jorobado, que por la boca de la tinaja no le cabía
la joroba. A partir de ese momento, se establece un pleito entre el amo y el
lañador en el que incluso hay un número musical con una canción tradicional y
un baile popular muy evocadores de los tiempos con los que se “conecta” a
través de la figura del lañador. No arruino el final, porque merece la pena que
no se conozca antes de ver la película. El episodio dedicado a la relación
entre unos colonos que no pagan nada por la ocupación de sus tierras al barón a
quien pertenecen, y que pleitean con él por poder levantar un cementerio en
ellas para no tener que bajar sus muertos en dos días de viaje a pie para
enterrarlos en la ciudad tiene todo el encanto de las luchas sociales, los
ritos mágicos, las comunidades utópicas y una cohesión “tribal” que hablan bien
a las claras de eso que podríamos llamar el tipo “antropológico” que Pirandello
se afana por mostrar. Los cuatro episodios, en conjunto, son algo así como un
tratado sobre la condición humana y la puesta en escena en los espacios
naturales consigue momentos realmente mágicos en la pantalla. Los hermanos
Taviani han captado a la perfección la idiosincrasia de los sicilianos, al
menos de los de ese territorio limitado del que el autor también se siente
hijo, aunque menos feraz: Io [...] sono
figlio del Caos; e non allegoricamente, ma in giusta realtà, perché son nato in
una nostra campagna, che trovasi presso ad un intricato bosco denominato, in
forma dialettale, Càvusu dagli abitanti di Girgenti (Agrigento), corruzione
dialettale del genuino e antico vocabolo greco Kaos. He aquí, finalmente,
la explicación del título que, en la película, se ofrece como prólogo. ¡Una maravilla
de película! ¡Tres horas pasadas en un suspiro admirativo constante!