El mundo extraño
que alumbra el sexo violento y delictivo: entre el trauma y el retrato ácido de
la orfandad afectiva.
Título original: Rose Plays
Julie
Año: 2019
Duración: 100 min.
País: Irlanda
Dirección: Joe Lawlor, Christine Molloy
Guion: Joe Lawlor, Christine Molloy
Música: Stephen McKeon
Fotografía: Tom Comerford
Reparto: Ann Skelly; Orla Brady;
Aidan Gillen; Annabell Rickerby; Catherine Walker;
Joanne Crawford; Alan Howley; Sadie Soverall.
Título original: Palm Trees and Power Lines
Año: 2022
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jamie Dack
Guion: Jamie Dack, Audrey
Findlay. Historia: Jamie Dack
Fotografía: Chananun
Chotrungroj
Reparto: Lily McInerny; Jonathan
Tucker; Gretchen Mol; Emily Jackson; Quinn Frankel; Armani Jackson; Ping Wu; Timothy
Taratchila; Auden Thornton; Kenny Johnston; Yvette Tucker; Michael Petrone; John
Minch; Yolanda Corrales; Rhied De Castro; Angel Grey Cooper.
He aquí dos películas
que muy probablemente sea imposible verlas en nuestras saturadas carteleras y
que las plataformas ponen a nuestra disposición para que sepamos qué caminos
sigue el cine actual. Son muy diferentes, pero hay un tema, el de la sexualidad,
en sus manifestaciones extremas y delictivas de la violación y el proxenetismo
que las pone en relación, lo que da para un programa doble quizá demasiado
doloroso, pero real, dando por buenas las distorsiones a que una lectura
superficial de ambas películas puede inducir.
Se trata, no
obstante, de dos «casos» individuales que no responden a ninguna teoría sobre la
sexualidad en la sociedad moderna, sino al modo como una historia personal
condiciona la vida de las personas que la viven, de un modo complejo y no
maniqueo.
Técnicamente,
ambas películas están muy bien hechas, y, sobre todo, la irlandesa de la pareja
Joe Lawlor, Christine Molloy, que consigue crear, entre sus majestuosos planos
de interior, los bellísimos exteriores de Irlanda y una música muy inquietante,
una atmósfera que nos predispone a contemplar casi cualquier cosa, incluso lo
sobrenatural, porque vemos la película sometidos a un estado hipnótico
continuo: el de la dolorida e indignada, por el abandono de que fue objeto, expresividad
facial de la protagonista, quien, desde el inicio de la película vive en una
mitificación del padre que pretende pasar del mito a la realidad, gracias a la
búsqueda de sus progenitores reales, porque ella fue adoptada nada más nacer.
No es una situación original, y algún día convendría que se nos explicara desde
la ciencia y la psicología esa supuesta «voz de la sangre» que es capaz de
pasar por encima de una vida feliz al lado de los padres adoptivos y en la
ignorancia absoluta de los biológicos. Quede claro, pues, que la situación de
la película va más allá de lo real para entrar en una patología de la obsesión
por los orígenes en la que, muchos hijos adoptados, caen irremisiblemente, por
feliz y próspera que haya sido su vida, pero… Es lo que le ocurre a la infeliz
protagonista de voz rasgada y emotiva y de mirada abstraída en el lejano pasado
de su concepción. Finalmente, ha conseguido el teléfono de una actriz a la que
asedia desde lejos y en cuya casa, so pretexto de visitarla porque está en venta,
se introduce para forzar el encuentro con ella.
A partir de ahí, no hay más que tirar del
hilo que forzosamente ha de facilitarle su madre biológica para acabar
descubriendo, porque ella al final lo confiesa, que la protagonista, Rose, es
el resultado de una violación y que nació con el nombre de Julie. De ahí el
título original de la película: Rose plays Julie, «Rose interpreta a
Julie», porque, disfrazada de la Julie que nunca tuvo vida propia, la
estudiante de veterinaria se lanzará al descubrimiento y encuentro con su
propio padre, con quien acabará viviendo un peligroso juego de seducción del que
no revelo nada, porque va en ello el misterio de la película que, sin ser de
intriga y bastante previsible, consigue atrapar al espectador en el torbellino
impasible, valga el oxímoron, que vive la protagonista, fotogénica hasta decir
basta.
Pudiera parecer que los estudios de
veterinaria en una institución académica lujosa sean una circunstancia exótica
en el seno de la trama, pero no solo es una fuente de escenas de extraordinario
verismo, sino que está íntimamente conectado con el desenlace de la película,
de ahí que me limite a destacar la originalidad de esas clases prácticas a las
que la protagonista asiste con una indiferencia glacial. Una foto de ella, de
espaldas, mirando hacia un faro al que lleva una senda que gira levemente a la
izquierda, un paseo que siempre ha soñado recorrer en animada charla con su
padre, forma parte del arranque de la película, pero también del desenlace.
Desde el punto de vista del drama, es muy
efectivo que el talante de agresor sexual del padre reviva con ocasión de la seducción
de quien ignora que es hija biológica suya, una escena muy tensa que se resuelve
con un golpe en la cabeza de él que dispara, a su vez, una seria crisis
matrimonial, en otra escena en la que la mujer de él, Catherine Walker, tiene un grado de lucimiento altísimo, a pesar
de la brevedad de su intervención.
Palm Trees
and Power Lines, un título que se ha querido explicar a través del supuesto
aburrimiento que puede producir el hecho de que «nunca llueva en California» es
la ópera prima de un directora Jamie Dack quien ha desarrollado en largo un
corto dirigido en 2018. El calvario de esta película para hallar distribuidora
nos indica el grado de «material comprometido» que nos transite una cruda
historia de proxenetismo, disfrazada convenientemente, en el seno de la narración
por parte de los protagonistas, como una desigual pero apasionada historia de
amor entre una joven de diecisiete años y un hombre de treinta y cuatro, un
largo verano de vacaciones escolares para ella en medio del aburrimiento y la
orfandad, porque el desencuentro con una madre que va a lo suyo es total, pero
el padre, como sucede en muchos hogares usamericanos, es un padre ausente. La
insatisfacción que le produce su relación con los jóvenes de su edad, social y
sexualmente, la deja en un estado inercial de profundo aburrimiento del que
solo sale cuando, arrastrada por los niñatos a hacer un «sinpa» en un restaurante
es atrapada por el dueño y retenida hasta que llegue la policía. En ese
momento, un hombre joven se enfrenta al dueño y, tras reprocharle que haya
golpeado a la joven, le conmina a dejarla marchar. Más tarde, mientras ella
camina hacia casa, el joven se acerca con el coche y se ofrece a llevarla a
casa. Ella lo rechaza, pero se siente halagada.
Ha comenzado el
«idilio», un estado de gracia que ella va a vivir como la gran aventura de su
vida, porque, en efecto, él, que es muy evasivo respeto del modo como se gana
la vida, finalmente le dice que «arreglando cosas», se desvive por complacerla
y se va acercando con una calculada lentitud a las emociones de la joven para
conseguir, por la vía de la adulación, que ella se le entregue con total
confianza. La joven, de quien la madre vive totalmente despreocupada, atareada
en su propia vida y en sus relaciones con otros hombres que, a veces, invaden
la casa donde ambas viven, con la incomodidad que a la hija le representa; la
joven, digo, puede perderse con su «galán» sin tener que dar ninguna explicación.
Con todo, la joven siempre muestra alguna extrañeza respecto de la conducta de
su amante; sospechas que se acrecientan cuando en un bar, la camarera,
aprovechando que Tom ha ido al servicio, le dice a la joven que si necesita
ayuda o si quiere que llame a la policía, que puede contar con ella. El
desconcierto de la joven adquiere una dimensión colosal, y, desde entonces, no
deja de darle vueltas a las sospechas, atando cabos de reacciones de él que le
inspiran cierto temor. Hasta que llega, cundo están pasando unos días en una
localidad cercana, el momento culminante de l verdad: ella ha de recibir a un «amigo»
de él y ser sexualmente tan amable como con él mismo: porque par vivir se ha de
tener dinero, y ese es el modo como «ellos dos» lo van a conseguir.
Ni que decir
tiene que la escena del «servicio sexual» al que ella, en absoluto estado de
choque, se presta es, a pesar de la delicadeza con que está rodada, muy difícil
de ver y de aceptar, por la pasividad de ella y por el abuso delictivo de su proxeneta.
Con todo, lo peor está por llegar, aunque ello habrá de sufrirlo el espectador.
¡Y menos mal que se trata de una «directora»!, porque ese desenlace a cargo de
un hombre hubiera significado poco menos que su muerte civil… Jamie Dack ha
revelado que algunos distribuidores le sugirieron eliminar la cruda escena del
hotel para acceder a exhibirla, pero ella se ha negado, y muy bien que ha
hecho. La autocensura es aún peor que la censura externa.
La película
cuenta con dos interpretaciones muy sobresalientes, las de Lea, Lily McInerny y
la de Tom, Jonathan Tucker, quienes
salvan la diferencia de edad con un frescor y una estudiadísima capacidad de
seducción, respetivamente, sin perder Tucker el desasosiego de la permanente
amenaza y el doble juego que no tarda en desvelarse, para horror del
espectador. La vulnerabilidad de una adolescente sin referentes familiares
vertebrales y con unos amigos superficiales y frívolos no deja de meternos el
escalofrío en el cuerpo, porque intuimos que cualquiera, incluso sin un
desamparo tan extremo, puede ser víctima de facinerosos como el protagonista de
la película. Una ópera prima valiente y narrada de manera exquisita.