her: La abducción
cibernética; la incomunicación humana; el amor imposible.
Título
original: her
Año: 2013
Duración: 126 min.
País: Estados Unidos
Director:
Spike Jonze
Guión:
Spike
Jonze
Música:
Arcade
Fire, Owen Pallett
Fotografía:
Hoyte
Van Hoytema
Reparto:
Joaquin
Phoenix, Scarlett
Johansson, Amy Adams, Rooney Mara, Olivia Wilde, Chris Pratt, Sam Jaeger, Portia
Doubleday, Katherine
Boecher, Alia Janine, Matt Letscher
La maravilla en
el cine se produce cuando de un resumen que no revela sino lo anodino o lo
vulgar: Va de un tío que se enamora de su
sistema operativo, que tiene voz de mujer y nombre de tal, Samantha, como el de
Embrujada, y al que éste, el sistema
operativo, le sigue la corriente, calándose hasta los bytes por su enamoradizo,
solitario y tristón propietario…, emerge una historia que nos seduce a
través de unas imágenes que nos deslumbran. Ése es el caso de her (sic), es decir, con la minúscula
del pronombre íntimo pero también del posesivo, porque la historia que se nos
cuenta en her es la de una seducción
amorosa cuyo desarrollo abarca todas las fases de una relación íntima
(incluidas las relaciones sexuales verbales): desde la incredulidad y la
reticencia inicial, una suerte de jovial coqueteo, pasando por la felicidad
indescriptible del descubrimiento del alma gemela, la madurez de la amistad y
la solidez de la complicidad hasta, por supuesto, el inevitable y amargo
desengaño final que nos lleva al despertar de la ficción futurista.
La cibernética distopía
que se nos plantea en la película tiene rasgos que lo son, ya, de nuestro
presente, de ahí que her sea una
película con la que es más fácil que conecten los jóvenes que las personas “de una cierta edad” –las edades
anteriores y posteriores a esta cierta son todas falsas, por supuesto, como bien
lo ha demostrado la ciencia…-; jóvenes, además, que, si cinéfilos, es muy
posible que posean algunas claves que les permitirán explicarse el porqué de la
casi genialidad que han visto en la pantalla. her, digámoslo cuanto antes, es una maravillosa muestra de cine
moderno que ha bebido con ansiedad en la fuente del mejor cine de todos los
tiempos, de ahí que, salvando las distancias, pueda decirse que hay algo de
“cine clásico” en este drama sentimental que, al modo de Tamaño natural, de Berlanga o Dillinger
é morto, de Ferreri, explotan el mundo oscuro de las obsesiones de
personajes marginados, si bien hemos de considerar que el principal antecedente
de sí mismo ha sido el propio Spìke Jonze, quien se ha mostrado absolutamente
fiel a una película suya tan atractiva como Being
John Malkovich, si bien buena parte del mérito de ésta radicaba, como
ocurrre en her, en el guión, en aquélla,
obra de Charlie Kaufman; pero en her,
del propio Spìke Jonze, alumno aventajado de Kaufmann. Por Eternal Sunshine of the Spotless mind (aquí ridículamente traducida
con un jocoso y absurdo ¡Olvídate de mí!
que la privó de muchos espectadores a los que el título disuadió de pasar por
taquilla), quizá la película más visualmente imaginativa que haya visto en los
últimos 20 años, con un Jim Carrey irreconocible, recibió Kaufman un Óscar al
mejor guión en 2004. Ahora, su alumno, Spike Jonze, ha sido galardonado con el
Óscar al mejor guión, diez años después. Estas someras referencias nos permiten
situar en su contexto adecuado, una obra aparentemente inclasificable como es her, pero cuyas deudas con otras
películas y maneras de concebir las historias es muy estrecha.
De película de
cámara podría calificarse una obra en la que solo dos personajes, uno visible y
audible y el otro solo audible, el sistema operativo, OS en inglés, mantienen
la atención del espectador sin que ésta prácticamente decaiga a lo largo de un
metraje acaso excesivo. Es obvio que si el personaje del sistema operativo
tiene la voz de Scarlett Johansson, no se trata de una película que pueda verse
en versión distinta de la original. Soy enemigo declarado del doblaje, porque
si la voz, según algunos entendidos, representa el 70% del trabajo de un actor,
en esta película, es el 100%, y un trabajo tan admirable que sólo por oír a la
Johansson, por recrearnos en ese curso intensivo de representación, un
auténtico máster ultraintensivo de dos horas, es necesario ir a ver la
película. Si añadimos que le da la réplica el versátil Joaquin Phoenix, un
actor de la talla del recién fallecido Philip Seymour Hoffman –pareja
espectacular, ambos, en la irregular The
Master– es difícil resistirse a la sabia tentación de ir a ver esta
película.
En her, Phoenix representa, con una
capacidad persuasiva apabullante, a un friky
de las nuevas tecnologías que, sin embargo, trabaja como redactor de cartas para quienes, en ese
futuro cercano, las han redescubierto como expresión de la personalidad, aunque
las escriban otros… (Ah, la hermosa defensa que Pedro Salinas hace de la carta
en El defensor frente a la amenaza
del telegrama!). Y lo que la utopía no deja claro es si lo que han perdido es
el arte de escribir cartas personales o bien los sentimientos que a ellas van
asociados, porque la frialdad clínica de la vida urbana en la que se inserta el
personaje, común a otras obras de ciencia-ficción, como Fahrenheit 451, con
espacios asépticos, funcionales,
limpísimos, como diseñados desde una óptica zen, nos habla, sobre todo de la
soledad del hombre del futuro, y de la radical incomunicación y contacto humano
en los que vive, de ahí la paradoja del planteamiento: solo mediante la
relación con un OS puede el protagonista acercarse a la plenitud vital y al
descubrimiento del verdadero amor, de la más excitante pasión. Estoy convencido
de que Jonze sólo se convencerá de que ha escrito una película magnífica cuando
sepa que el espectador ha descubierto que ese sistema operativo, OS es, en realidad,
una paradójica llamada de socorro, S.O.S de quienes ya se reconocen incapaces
de soportar la radical soledad en la que sobrellevan una vida viuda de
emociones que la hagan merecedora de tan alto nombre. Lo que tiene, de buen
comienzo, apariencia de original disparate, una relación tan desemejante, va
progresando en una dirección dramática que adquiere una densidad casi trágica. Notables
ecos existencialistas alcanza el horrible destino incorpóreo de Samantha: una
mujer en toda su plenitud a la que lo único que le falta es un cuerpo donde
reconocerse y aceptar, desde él, a su enamorado. Los buenos aficionados a la
ópera pueden contemplar her como el
reverso del drama de Brunilda, en La
Valquiria, de Wagner, cuando ésta, para poder seguir manteniendo su amor
por Sigfrido ha de perder su condición divinal: her no suspira, desde su condición cibernética, sino por encarnarse
en un cuerpo con el que poder unirse con su enamorado. Los acentos de dolor de
OS ante sus limitaciones y la incomprensión de que, estando tan viva y
disfrutando de la vida tan apasionadamente en compañía de su amante, no pueda
liberarse de su prisión bytal,
confieren a her categoría de
auténtica tragedia. Y así lo vive el espectador, con idéntica congoja y
sufrimiento. Por otra parte, OS bien
puede ser considerado, también, desde el ámbito cinematográfico, como el
reverso del HAL de 2001: Una odisea del
espacio, que se vuelve loco para, a continuación, convertirse en la
manifestación del mal. Pero va mucho, ciertamente, de aquel HAL a esta her. Determine el espectador el porqué.