Pijama para dos: Una divertida visión naïf y avant la lettre de Mad
Men
Título original: Lover Come Back
Año: 1961
Duración:
107 min.
País:
Estados Unidos
Director:
Delbert Mann
Guión: Stanley Shapiro & Paul
Henning
Música: Frank DeVol
Fotografía: Arthur E. Arling
Reparto: Rock Hudson, Doris Day, Tony
Randall, Edie Adams, Jack Oakie, Jack Kruschen, Ann B. Davis, Joe Flynn, Jack
Albertson
Me extraña que tras el éxito arrasador de la serie de
televisión Mad Men no se haya revisado, ni en la tele ni en el cine, esta amable y
divertida película de Delbert Mann, un director de quien recordamos con emoción
su ópera prima, Marty (1955), con un
Ernest Borgnine sobresaliente, que lo convirtió en el primer director en
conseguir un Óscar en su debut. Pijama para dos ha de verse desde la actualidad
de Mad Men, porque la película se nos
presenta como una suerte de “estudio” documental sobre esos seres de excepción
que habitan en el ecosistema neoyorquino de Madison Avenue y que se dedican al
proceloso negocio de la publicidad. El espectador de Mad Men no pierde el ritmo de las comparaciones constantes entre la
serie y esta screwball comedy que incluye, como en La fiera de mi niña (1938) incluso una divertida
escena de travestismo nada menos que con el entonces rey de la masculinidad: Rock
Hudson. Son muchas las virtudes de la película, aunque, en su conjunto, pueda
dar la impresión aparente de que cierta ñoñería preside su guion, pero son
muchas las cargas de profundidad que hay en una narración aparentemente
inocente. Que el alcohol y la prostitución sean recursos habituales del Draper Hudson para captar clientes, por
ejemplo, acercan ambas visiones del tema. Que Doris Day sea una infatigable
trabajadora que se rebela contra los métodos sucios de Hudson le da a la
película una dimensión burlesca y un motivo recurrente que, como en otras
comedias, nos adelanta parte de su desarrollo, porque la “rendición y captura
de la fortaleza ética que ella representa” será el meollo del asunto. Los equívocos,
así pues, constituirán el aderezo de ese asedio, y he de decir que, aunque
tomados en parte de Pillow Talk (“Confidencias
de medianoche”) (1955), quizás en este guion aparecen más depurados y con mayor
desarrollo, como el relativo a la invención de una personalidad falsa por parte
de Hudson, quizás la mejor parte de la historia. Que hay un toque de
autoparodia en su interpretación, teniendo en cuenta sus vidas personales,
opuestas radicalmente a sus personajes, salta a la vista enseguida, lo que le
da a la película un notable aliciente, sobre todo porque ambos “bordan” sus
personajes en las difíciles escenas que han de interpretar. Lo cierto es que la
relación con Mad Men se va evaporando
a medida que la trama deriva hacia la amenaza de que un tribunal ético del ramo
publicitario al que están sujetas las empresas para disfrutar de su licencia
suspenda en su ejercicio al protagonista, por prácticas contrarias a la ética
de la profesión. Con todo, siempre hay oportunidad de practicar el entretenido
juego de las comparaciones en lo relativo al vestuario –con ese dominio
espectacular de la camisa blanca que Draper convirtió en emblema de la serie–,
la decoración de los despachos, la relación con las secretarias, etc.
Excepcional, como motivo narrativo, es, sin embargo, el excéntrico jefe de
Hudson, el divertidísimo actor Tony Randall, quien consigue ofrecernos una
creación divertidísima de un acomplejado hijo que ha heredado el imperio
paterno y que, trastornado y sometido a control psiquiátrico, pretende ser de
utilidad en la empresa a toda costa, lo que permitirá añadir nuevas vueltas de
tuerca al desquiciado guion, para deleite de los espectadores. A su manera,
Pijama para dos puede considerarse, por comicidad y puesta en escena, a la
altura de Su juego favorito (1964),
de Howard Hawks, una divertidísima e inolvidable comedia. La película recurre a
un elemento de comicidad que rinde sus frutos sin ningún esfuerzo: una pareja
de “viajantes” en Nueva York que se van cruzando sistemáticamente con Hudson, a
quien tienen por un “modelo” de varón conquistador. Que sea un recurso muy
empleado no le quita ni un ápice de su gracia. Del mismo modo que el
descubrimiento de la galleta alcohólica que constituirá el producto de la
campaña de publicidad que se ha lanzado sin que este existiera tiene una carga
vitriólica más que considerable y da pie a deliciosas escenas, incluido el
casamiento no consciente de los publicistas rivales.
Se
trata, en resumen, de un clásico que merece una revisión, no únicamente por su
relación, por el tema, con Mad Men,
sino porque su guion, medido al milímetro, consigue gags muy apreciables, entre
los que no es el menor el de la conversación en el acuario. Así pues, en estos
tiempos veraniegos, en los que no nos planteamos demasiadas exigencias, la
revisión de Pijama para dos permite pasar casi dos horas en excelente compañía.