Título original: Im Westen nichts Neues
Año: 2022
Duración: 147 min.
País: Alemania
Dirección: Edward Berger
Guion: Lesley Paterson, Ian Stokell, Edward Berger. Novela: Erich Maria Remarque
Música Volker Bertelmann
Fotografía: James Friend
Reparto: Felix Kammerer,
Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus, Edin Hasanovic, Daniel Brühl,
Sebastian Hülk, Adrian Grünewald, Devid Striesow, Thibault de Montalembert,
Anton von Lucke, André Marcon, Michael Wittenborn, Andreas Döhler, Joe
Weintraub, Luc Feit, Peter Sikorski, Michael Stange, Tobias Langhoff, Dominikus
Weileder, Alexander Schuster.
Título original: Argentina, 1985
Año: 2022
Duración: 140 min.
País: Argentina
Dirección: Santiago Mitre
Guion: Santiago Mitre,
Mariano Llinás
Música: Pedro Osuna
Fotografía: Javier Juliá
Reparto Ricardo Darín, Peter
Lanzani, Alejandra Flechner, Carlos Portaluppi, Norman Briski, Héctor Díaz,
Alejo García Pintos, Claudio Da Passano, Gina Mastronicola, Walter Jakob, Laura
Paredes, Gabriel Fernández.
Guerra en los
Oscar: la barbarie del 14 y el genocidio del 76 al 81: dos muestras de la
degradación militar.
Dos películas, entre otras, compiten
por el Oscar a la mejor película extranjera con serias posibilidades: un remake
con el mismo título de la filmada por Lewis Milestone en 1930 y una crónica de
la justicia que se le hizo a la cúpula militar que guerreó de la manera más
bárbara, cruel y hasta sádica contra los militantes izquierdistas a los que
diezmó desde el abuso de poder y la fortaleza de ser los depositarios de las
armas para la defensa del país frente a agresiones externas. Es cierto que la
segunda solo impropiamente puede ser llamada «guerra», y quizás debiera recibir
el nombre de «represión genocida», pero el protagonismo militar lo permite,
porque se aplicaron degradadas tácticas militares contra el «enemigo interno:
los ‘subversivos’». En ambos casos, además, son los jóvenes los principales
damnificados por la barbarie de sus mayores, si bien en el caso de Sin
novedad en el frente, los mayores los empujan a la barbarie con entusiasmo,
engañándolos vilmente, y, en Argentina, 1985, son los propios mayores
los que acaban con ellas de los modos más crueles imaginables, porque ¿de qué modo
calificar las torturas de la EMA o los vuelos nocturnos que arrojaban a esos
jóvenes al océano, algunos vivos aún, tras las terribles torturas? Vayamos por partes.
Sin novedad en el frente ya
causó en su estreno una poderosa contestación del movimiento hitleriano: hasta
ratas se soltaron, en el cine donde se estrenaba, los sicarios de Goebbels para
impedir que los ciudadanos recibieran un mensaje tan demoledor contra el
nacionalismo que corrompió a tantos jóvenes ingenuos como en ese momento lo
estaba haciendo el nazismo a pocos años de su asalto al poder. Se trató, pues,
de una novela «valiente» y de una película «necesaria», y bien se puede
observar, comparando una y otra, la excelente vigencia de la de Lewis Milestone,
en blanco y negro, frente a la de Edward
Berger, con un color especialmente persuasivo para entender la sangrienta
barbarie que significó una guerra de trincheras en la que se inmolaron tantos
millones de jóvenes bien podríamos decir que inútilmente y al servicio de una
ideología nacionalista alemana que los vencedores no fueron capaces de
combatir, sino de alimentar con la onerosa paz de Versalles. Fieles ambas
versiones a la novela de Erich Maria Remarque, es lógico que los guiones de
ambas hayan descrito situaciones idénticas, con escasas variaciones en cuanto a
la puesta en escena, más sobria y realista en el caso de la primera versión,
más escenográfica e impactante en esta última versión, como en el caso de la
muerte del enemigo en la zanja entre trincheras en la que ambos coinciden. La
atención detallada a los males de la guerra, de las amputaciones, las heridas,
etc. adquiere en esta nueva versión un papel que refuerza el pánico en que se
sumen los jóvenes soldados a quienes nadie les describió los horrores de la
guerra, ni ningún profesor de arte les mostró los estremecedores grabados de
Goya, por supuesto. Remarque fue llevado al cine en muchas ocasiones, pero de
ellas yo solo he visto dos, ambas notables: Arco de triunfo, también
de Milestone, Tiempo de amar, tiempo de morir, de Douglas Sirk y la muy
curiosa Así acaba la noche, del siempre sorprendente John Cromwell, con un jovencísimo Glenn Ford.
El contraste radical entre el falso «idealismo»
nacionalista y la realidad brutal de la despiadada contienda militar justifica
por sí solo la revisión del clásico, esta vez, además, no desde el lado de los
vencedores, como la película de Milestone, sino del de los perdedores, que, más
de un siglo después, digieren con
profundo espíritu crítico las aberraciones de sus antepasados. Hace muy poco
criticaba en estas paginas Benediction, de Terence Davies, que abundaba
en los traumas de aquella guerra inclasificable; una contienda que, además, nos
ha dado obras cinematográficas tan importantes como Rey y patria,
de Losey o Senderos de gloria, de Kubrick. Y si el antibelicismo forma
parte del discurso humanista, no es menos cierto que nada prueba, en nuestros días,
contra la necesidad de liberarse de sus invasores rusos que tienen los
ucranianos; como nada probaba contra los ejércitos que se defendían en 1914 de
la agresión alemana.
Buen ojo ha tenido Daniel Brühla la hora de convertirse en productor, aunque también actúa, porque la película ha salido redonda.
Argentina, 1985, que ha sido un
modo de fijar una fecha redentora de la recién nacida democracia tras, acaso,
el quinquenio más negro de su historia, es una película que ha levantado cierta
polémica, no solo por el enfoque de la misma, sino por las «apropiaciones
indebidas», como la del peronismo, y, sobre todo, por los «silencios y olvidos»,
como el muy escaso relieve que se le otorga al presidente Raúl Alfonsín, de
quien parte la decisión de enjuiciar a la cúpula militar fuera de los
tribunales militares y, por lo que afecta al desarrollo del juicio, el
incomprensible olvido del llamado «Informe Sábato» que con un año de
anterioridad al juicio documentó más de 7000 casos de violaciones de los
derechos humanos por las juntas militares que gobernaron dictatorialmente el país.
Veía la película, excelente cinematográficamente, y no dejaba de preguntarme si
el informe del grupo de trabajo presidido por Ernesto Sábato fue anterior o
posterior al famoso juicio. Comprobado, a posteriori, que fue un año anterior,
me hago cruces de que el equipo de Strassera aparezca como empezando de nuevo
unas pesquisas que ya habían dado un fruto tan amargo en el informe del
escritor. Por otro lado, y esto conviene aclararlo de forma previa, para dejar
intactos los valores estrictamente cinematográficos de la película, la persona del
fiscal y juez Strassera está contemplada desde una cierta asepsia que obvia un
pasado «actuante» en el estado dominado por el régimen militar, desde su
condición de jurista, es cierto, pero con fallos judiciales que, implícitamente,
avalaban la imposible legalidad de dicho gobierno de facto. De hecho, su renuncia
inicial a ser nombrado fiscal del juicio a los militares se deriva de la
intuición de que se le quiere tender una trampa para encausarlo, acaso, a él también.
Solo un brevísimo diálogo en la película da a entender ese oscuro pasado de
Strassera, pero en modo alguno se indaga en esa dirección. Al contrario, se resalta
la abnegación y la solidez jurídica de su planteamiento acusador que llevó a la
cárcel a los altaneros militares que tuvieron su momento de maldita «gloria»
con la consecución del título de campeones del mundo que organizó Argentina en
1978.
La película merece ser vista de todas
todas, porque es un ejercicio cinematográfico que, centrándose en el
procedimiento judicial, es capaz de imitar con absoluta naturalidad el cine usamericano
de bufetes o abogados que luchan contra todos los imponderables para sacar
adelante una causa justa, como vimos hace poco en Aguas oscuras, de Todd
Haynes, sobre la contaminación asesina de las aguas por parte de la empresa
fabricante del Teflón. Hay un espíritu de rebeldía juvenil que contagia el entusiasmo
por una instrucción de la que depende nada menos que el más importante juicio
político de la historia de la Argentina. No es que Strassera esté solo ante el
peligro, sino que sobre su equipo se ciernen todo tipo de amenazas, lo mismo
que sobre su familia. Y esa veta familiar de la película está muy conseguida,
sobre todo la especial relación que tiene el fiscal con su hijo adolescente,
con quien consulta casi de tú a tú ciertos aspectos que sorprenden al
espectador. A ese mismo hijo, por ejemplo, le ha escandalizado que el peronismo
gobernante intente apropiarse de la «obra» de su padre, cuando, en aquel
momento, fueron muy reticentes a que ese juicio pasara de la jurisdicción
militar a la civil. Está fuera de toda duda que Ricardo Darín es el mejor actor argentino de los últimos tiempos, en dura competencia con muchos otros, pero el desempeño en la piel de Strassera consigue una verosimilitud absoluta y usa para ello un repertorio de incomunicaciones que expresan a la perfeccion la complejidad de un personaje no poco insatisfecho consigo mismo, a pesar de su redención última a través del gran juicio.
No son muy complicados los entresijos
judiciales, y ello permite seguir casi con espíritu de thriller el desarrollo
de los escasos cuatro meses de que dispone la acusación pública para desnudar
los crímenes de la dictadura. La gran habilidad de las tramas paralelas familiares
de Strassera y de su ayudante, el fiscal novato, hijo de militares, Luis Moreno
Ocampo, quien se ve metido en algún que otro embolao a pesar de sus antecedente
familiares, por la incomprensión gremial de a quienes les parece atroz que se
les persiga por haber evitado caer a la nación en manos de los «subversivos»,
consiste en crear la tensión necesaria para generar en el espectador —a pesar
de que es una película «histórica»— la tensión de si finalmente se llevará a
cabo o no. Incluso somos capaces de temer, inmersos en la narración, por la
vida del propio Strassera.
Y, finalmente, la fase culminante: el
gran juicio. Si las películas de juicio suelen ser un espectáculo dialéctico,
al menos las usamericanas, en este caso, y dados los crímenes de que se acusa a
los militares, lo que desfila ante los ojos estremecidos de la nación argentina
y ante el ánimo acongojado de los espectadores es un relato contundente y abrasivo
del genocidio concienzudo que llevaron a cabo esos endemoniados «salvadores de
la patria» que siguen convencidos, desde el banquillo de los acusados, de haber
trabajado por el bien de la nación. Ciertos testimonios son una fuente de
horror que nos deja hechos unos zorros ante la pantalla y nos preguntamos cómo
ha sido posible tanta maldad institucionalizada, y sabemos que cualquier dictadura
se mira en el espejo de la argentina o de la chilena o de la cubana o de la
coreana o de la venezolana o de la nicaragüense o de la rusa o de la china o de
la… en una lista de horrores que son la
pesadilla de la Humanidad.
Sí, el pathos es de altísima intensidad,
y de ahí la catarsis y el regocijo por el triunfo parcial de la verdad y de la
justicia.