Solo los amantes sobreviven: El lento crepúsculo de los vampiros ilustrados.
Título original: Only Lovers Left Alive
Año: 2014
Duración: 123 min.
País: Reino Unido
Director: Jim Jarmusch
Guión: Jim Jarmusch
Música: SQÜRL
Fotografía: Yorick Le Saux
Reparto: Tilda Swinton, Tom Hiddleston, Mia Wasikowska, John Hurt, Anton Yelchin, Slimane Dazi, Jeffrey Wright
Jim Jarmusch tiene ganada reputación de hacer el
cine que él quiere, nunca el que el público pudiera esperar, ni siquiera a
partir de películas anteriores suyas. En ese sentido, Sólo los amantes sobreviven es una película muy jarmuschiana y, acaso,
sólo para devotos del peculiar director quien, en esta ocasión, se adentra en
el mundo de los vampiros, una temática que constituye una sólida tradición fílmica desde los
tiempos legendarios de Bela Lugosi, Lon Chaney, Boris Karloff o el
relativamente reciente Christopher Lee. Nada tiene que ver esta película con
obras anteriores suyas, ni las lejanas Stranger
than Paradise –en la que el look del protagonista, sombrero incluido, es
totalmente actual, a pesar del tiempo transcurrido– y Down by Law o las recientes, y magníficas Ghost Dog: The Way of the Samurai, homenaje directo a Le Samuraï, de Jean Pierre Melville, con
un impresionante Alain Delon en la obra cumbre del polar francés, y Broken Flowers, con un inspirado Bill
Murray en un papel que parece anunciar el muy conseguido de Lost in Translation, de Sofia Coppola.
Haber ido viendo las películas de Jarmusch a lo
largo de los años, permite al espectador apreciar la singular variedad de su
obra, en la que cuesta lo suyo hallar el sutil hilo conductor que nos permite
relacionar todas sus obras con un mismo director. Mientras Almodóvar, por ejemplo,
tiene un sello inconfundible que se repite hasta la saciedad en su manera de
acercarse a la materia narrativa, Jarmusch elabora una especial poética para
cada película, lo cual es de agradecer, aunque no quiere ello decir que siempre
el resultado esté a la altura de sus esfuerzos creativos.
Solo los
amantes sobreviven toma como pie
argumental la situación de reclusión de un vampiro músico y coleccionista que
arrastra el cansancio infinito de los siglos a través de los cuales ha ido
dejando la impronta de su arte en compositores de muy distintos estilos, desde
la música clásica hasta la música actual. Los vampiros alrededor de los cuales
construye Jarmusch la historia están al borde de la eutanasia, a fuerza de
languidez y acedia, y malviven alimentándose de sangre de bolsa, porque, por la
sensibilidad que les ha deparado su elevada cultura, les repugna la faceta
cazadora y sanguinaria del vampiro tradicional. Son vampiros ahítos de cultura
y carentes por completo del deseo de sobrevivir. Esa decadencia de la especie
se refleja a la perfección en los periplos nocturnos que realiza la pareja
protagonista en coche por la ciudad fantasma de Detroit, cuyas ruinas son el
escenario idóneo por el que arrastran los vampiros su melancolía extrema. Ambos
actores y en especial Tilda Swinton componen dos tipos excepcionales y
hechizantes. La morosa cámara descriptiva de Jarmusch, que parece haberse
contagiado de la decadencia y flojedad de sus personajes, hace un alarde de
técnica descriptiva y logra composiciones de insólita belleza tenebrosa, tanto
en el interior de la casa como en los exteriores nocturnos. Ahora bien, ese
alarde estético no está al servicio de ninguna trama, sino del retrato de un
“momento” y una “atmósfera” especiales, una suerte de adiós a la vida mortecina
y eterna que se alarga de forma inmisericorde para con el espectador, al cual
le sobra buena parte del metraje. Quienes guarden buena memoria de Déjame entrar, de Tomas Alfredson,
acabarán haciendo las odiosas comparaciones, y en ese preciso instante
comenzarán a pensar que Jarmusch describe perfectamente, pero que apenas tiene
nada que narrar. También Max Ophüls era un maestro de la descripción
cinematográfica, pero en modo alguno olvidaba que la esencia del cine es la
narración. Con todo, ya digo que la atmósfera creada por el director
norteamericano es magnífica y la figura desengañada del vampiro/artista, una
auténtica estrella del rock, nos trae a la memoria aquella incomprendida película
de Tony Scott, El Ansia, con un
rutilante David Bowie. Son notables los paralelismos entre ambas, pero mientras
en The Hunger se nos muestran unos
vampiros en plenitud de sus facultades cinegéticas, en Sólo los amantes sobreviven, se nos muestran unos vampiros
desamparados y necesitados de descanso auténticamente eterno, sin resurrección
posible. La aparición de la hermana de la protagonista, una especie de vampira
gamberra que no puede resistirse a la tentación de acabar con el “zombie” del
protagonista, el que le sirve de mediador con la realidad de los hombres, ni
siquiera es capaz de animar el velatorio continuo que es la película. La
reacción indignada y airada, poniendo a la hermana de patitas en la calle, tras
haber desangrado a su correo, constituye un ejemplo del nivel ético de estos
vampiros lletraferits, tan
insatisfechos con su propia condición.
A título anecdótico, cuando el vampiro hace la
maleta con sus libros de cabecera, porque se desplazan a Tánger, a la búsqueda
de Marlowe, la cámara se recrea en un volumen ¡nada menos que de Ramón de
Campoamor!, lo que dejó en estado de auténtico schock a este espectador, porque
se codeaba con antiguos clásicos de relieve mundial, lo cual le induce a pensar
qué extraño tipo de asesoramiento literario habrá tenido Jarmusch, a la hora de
escoger a los autores Cuando la acción se desplaza a Tánger, donde suele vivir
la pareja del protagonista, la película parece cobrar interés, siquiera sea por
la presencia de un Marlowe, el autor de Fausto, a quien una sangre contaminada
está a punto de acabar con su condena eterna. Ese hecho…, pero el final siempre
ha de respetarlo el crítico.
Reitero que el excesivo metraje de la película
daña mucho las buenas cualidades fílmicas que atesora la cinta, y que un poco
menos de languidez y algo más de hemoglobina quizás hubieran hecho de ella una
obra redonda, dentro de su género, porque es difícil encontrar una vampira tan
vampira como la Swinton, con una presencia imantadora y, a pesar del título,
absolutamente asexuada.