El activismo ciudadano contra los despiadados poderes
fácticos urbanísticos: La lucha de Jane Jacobs contra la paradójica deshumanización
humanitaria urbanística de Nueva York en los años 50.
Título original: Citizen Jane:
Battle for the City
Año: 2016
Duración: 92 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Matt Tyrnauer
Música: Jane Antonia Cornish
Fotografía: Chris Dapkins,
Nick Higgins, Paul Morris
Reparto: Documentary, Thomas Campanella, Mindy Fullilove, Alexander Garvin, Paul Goldberger, Steven Johnson, Max Page,
Mary Rowe, Michael Sorkin.
Reticente como soy a ver
documentales en el cine, excepción hecha de algunas joyas como La sal de la Tierra, de Wim Wenders o Inside Job, de Charles Ferguson, enseguida
nos interesó a mi Conjunta y a mí este documental sobre la figura de la
activista usamericana Jane Jacobs en su lucha contra el promotor inmobiliario
Robert Moses en los años 50, cuando se impuso la teoría de derribar ciertos
barrios degradados y volver a construir en esos espacios “higienizados” edificios
tipo colmena con grandes espacios entre ellos que esponjasen la densidad de los
viejos barrios tan tupidos urbanísticamente como, sin embargo, llenos de vida. A lo largo del documental
asistiremos, por una parte, a un retrato biográfico de la periodista que fija
su interés intelectual y activista en una lucha contra la desnaturalización de
la ciudad y, mediado el metraje, en su lucha contra la descerebrada idea, ¡nada
menos!, de acabar con la plaza Washington Square, en el Greenwich Village, para
construir una autopista que facilitara el tráfico en un Manhattan que se quería
poner al servicio del tráfico rodado, no de los habitantes. El documental
alterna los planteamientos urbanísticos teóricos con las luchas civiles contra
proyectos que atentaban contra una concepción de la ciudad como organismo vivo
en el que las personas determinan sus usos, sus dominios y le confieren un carácter
propio, aunque como hablamos de grandes metrópolis, todas ellas, sea en China,
en Sudamérica o en Europa, comparten no pocos rasgos de identidad que Jacobs
defendía como un valor tradicional frente a un urbanismo aséptico que atendía
más al negocio que a la concepción humana de la asociación en barrios cuya
personalidad, como venimos diciendo, han construido los vecinos a lo largo de
las generaciones que han habitado en ellos. Sí, el título de la lucha entre
David y Goliat que le he puesto a la crítica refleja, en efecto, lo que fue la
dedicación vital de Jane Jacobs a la lucha, junto con muchas personas que la
secundaron, contra la especulación inmobiliaria y contra el intento de la
autoridad de diseñar una ciudad de espaldas a los ciudadanos, con el pretexto
de que ciertos barrios degradados no admitían más solución que arrasarlos para
construir de nuevo. Y el defensor de esa posición "higiénica", Robert Moses, actúa en el documental en el papel de "villano", que desempeña con una convicción para la que parecía haber nacido, desde luego. El documental incide mucho en que esa solución, que
desarraigó a los nuevos ocupantes de esos bloques de la ciudad tal y como la
habían vivido hasta que acabaron con barrios como el West Village, se reveló
una solución falsa: la gente no puede vivir donde la vida comunitaria brilla
por su ausencia. Esos bloques gigantescos acabaron degradándose al ritmo que lo
hacían quienes no superaron el hecho de tener que vivir en ellos, y, al final,
acabaron siendo derruidos, una vez que se habían degradado a extremos mayores
de la supuesta degradación urbana que venían a combatir. La parte del león del
documental se la lleva la lucha contra la autovía rápida que iba a atravesar la
plaza Washington Square. Al principio se menospreció el movimiento vecinal
calificándolo como la “revolución de las amas de casa”, con un menosprecio
absoluto de las razones urbanísticas y sentimentales que animaban a quienes
hicieron de esa protesta una lucha a la que consiguieron atraer, en su defensa,
incluso a personalidades como Eleanor Roosevelt. La presión vecinal, mediática
y el permanente estado de agitación social que supo liderar Jane Jacobs,
pusieron en entredicho la política destructiva del Ayuntamiento y les obligaron
a retractarse del proyecto, lo que significó una derrota política para el
promotor Robert Moses de la que ya no se recuperaría. Lo que el documental
viene a demostrar a los ingenuos izquierdistas de salón europeos, es la
vitalidad de los movimientos asociativos usamericanos, que hunden sus raíces en
los tiempos de la propia construcción de su nación soberana. Es cierto que
Jacobs fue acusada de desacato a la autoridad y que se le pidió una condena
que, finalmente, no llegó a cumplir, aunque esa presión judicial sí que
consiguió que cambiara su residencia a Toronto, Canadá, donde, sin embargo,
continuó practicando lo que mejor sabía hacer: organizar la protesta ciudadana
contra los caprichos injustificables de las autoridades. Se trata de un
documental muy oportuno, porque la tensión que se vive en muchas ciudades
europeas que han sido tocados por la varita ambigua del turismo de masas tiene
mucho que ver con decisiones del poder municipal que pueden agravar o aliviar
dichas situaciones. Desde el punto de vista local, barcelonés, hay algo que
llama mucho la atención en este documental: la diferencia abismal que uno advierte
entre activistas como Jacobs, profesional, lúcida, no sectaria ni demagógica, y
otras como nuestra insufrible alcaldesa, Immaculada Colau, cuyo sectarismo,
cuya falta de preparación, cuya demagogia y cuya inoperancia política son algo
así como el reverso de la activista usamericana. Por supuesto, Jacobs hizo más
por la ciudad de NY desde su activismo que la señora Colau por la ciudad de Barcelona
desde el sillón presidencial del Consistorio. ¿Es o no es curioso? El documental,
muy clásico en su estructura: entrevistas a especialistas que pueden analizar
con amplio criterio la acción de la activista; recortes de prensa; fragmentos
de noticieros antiguos, tomas de la ciudad que subrayan cuanto se está
exponiendo en la película, abundantes fotos de la protagonista y su antagonista…
permite conocer la ciudad en una época de poderosa transformación. A quienes
tanto nos dolió retrospectivamente el derrocamiento de la Pennsylvania Station,
una joya arquitectónica que acabó dando paso al Madison Square Garden y al
soterramiento de los trenes, somos conscientes de que ni todos los activismos
del mundo, a veces, son capaces de impedir barbaridades urbanísticas como la
que acabo de citar, y ello, poco tiempo después de las victorias de Jacobs,
porque las piqueta empezaron a demoler la Penn en 1961… La loa de la ciudad como
un organismo vivo que se autorregula recuerda mucho Berlín: Sinfonía de una ciudad, de Walter Ruttmann, aunque estética
y narrativamente poco tengan que ver, desde luego. En cualquier caso, la vida
de las ciudades constituye un tema tan cautivador que pocos serán los que vean
este documental sin quedar absolutamente complacidos.