Una historia a medida de un joven rompedor conservador…Elvis Presley en su salsa de joven airado que escala a la cumbre del éxito.
Título original: Jailhouse
Rock
Año: 1957
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Richard Thorpe
Guion: Guy Trosper
Música: Canciones: Elvis
Presley y Jeff Alexander
Fotografía: Robert Bronner
(B&W)
Reparto: Elvis Presley, Judy Tyler, Mickey Shaughnessy, Vaughn Taylor,
Dean Jones, Jennifer Holden, Anne Neyland.
Mis razones personales para ser un
incondicional de Elvis proceden de que suyos fueron los primeros discos que
entraron en mi casa a través de mi hermano mayor: Don’t be cruel, Jailhouse
Rock, Hound Dog, It’s now or never y Blue Suede Shoes,
junto con el Twist and shout de The Beatles sonaban una y otra vez en el
tocadiscos familiar. Luego vendría Chubby Checker y su vibrante Let’s twist
again que he bailado hasta la saciedad. Recuerdo que nos llegaron a través
de una prima mía gallega que trabajaba en Nueva York, por lo que bien podía
considerarme un afortunado en aquellos tiempos en los que triunfaba el Dúo
Dinámico…, y aún no habían aparecido Los Brincos.
El rock de la cárcel es una
película, como todas las suyas, hecha a la medida de quien se iba convirtiendo
en una estrella usamericana y universal; un joven rebelde absorbido por el
sistema y cuyo reclutamiento dio pie a aquel musical inolvidable Un beso
para Birdie, de George Sidney, con una espectacular Ann-Margret en un papel
estelar. Un joven de puñetazo fácil interviene en defensa de una mujer
maltratada, se le escapa la mano y acaba matando sin quererlo a su
contrincante. Es condenado a prisión, y en ella se encuentra con un viejo
aficionado al country que le enseña a gobernarse sobre la guitarra y a sacar
partido de sus posibilidades, al tiempo que ejerce de «protector» del joven,
aunque no pueda impedir un terrible castigo de azotes por golpear a un guardia
de la prisión. Con esa fama de rebelde a cuestas, y con la intención de abrirse
camino en el mundo de la música, acaba entrando accidentalmente en contacto con
una joven metida en el negocio de los discos, con quien intentará la aventura
de «mover» una maqueta que le acaban «robando» para otro artista de la compañía
a la que la ofrece. Desengañado, le propone a la chica convertirla en su socia
y crear una casa de discos propia, algo así como las actuales autoediciones a
las que recorre cualquier escritor e incluso músicos como Jero Romero, por
ejemplo, o cineastas como José Luis Garci, que recurre al micromecenazgo para
poder rodar su próxima película. La cosa va bien y el joven va escalando
posiciones en la industria hasta convertirse en una verdadera estrella. Eso sí,
su gatuna independencia y su veneración del dinero como principal estímulo
vital arruina la relación con su socia y enamorada, con quien comparte un
malentendido permanente que los aleja. Con anterioridad, antes de triunfar,
ella se atrevió a «enseñarlo» en su casa, donde el joven sin educación se
considera humillado por los invitados al party que tiene lugar en casa
de los padres de ella, de la que se despide con los peores modos, para tener,
después, un potente encuentro lleno de una potente atmosfera sexual salvaje
que, dado el rigor moral de la época, simplemente deja entrever los
desbordamientos fuera de campo de esa pasión.
La historia de la estrella que llega al éxito
y se va apartando de sus orígenes, a los que traiciona por el culto al
beneficio material y la superficialidad de las relaciones que no lo comprometen,
se pone más de relieve cuando aparece su compañero de celda, tras salir de
prisión, y pretende hacer valer un contrato que firmó el joven y según el cual se repartirían el negocio de
sus futuros éxitos al 50%. El desarrollo de esa relación va a cruzarse con el
de la socia y nos abocará a un clímax dramático que acerca el desarrollo al
melodrama, aunque con absoluta dignidad, porque el trío protagonista cumple a
la perfección con tres personalidades complejas, alejadas del estereotipo, por
más que el desarrollo de la historia cumpla con un esquema visto mil veces. Ha
de decirse que Elvis cumple a la perfección con el papel de joven airado,
rebelde y violento que sabe, sin embargo, aprender de las lecciones que le da
la vida para olvidar su ingenuidad de
joven agresivo pero de infinito buen corazón de chico de las montañas.
Richard Thorpe, el director más prolífico
de Hollywood, y de quien ya en la niñez había visto Tarzán en Nueva York,
con aquel salto mítico desde el Puente de Brooklyn al East River, que yo solía
imitar en el trampolín del club de natación… rueda con su habitual magisterio
artesanal la película, con abundancia de planos fijos y, curiosamente, con el
rodaje de un número musical cuya coreografía alcanzó notable celebridad, la de
la canción que da título a la película, todo un acierto.
Junto a King Creole, me parece que
esta es una de las mejores películas de Elvis, porque el rockero insociable,
hosco e independiente se ajusta como un guante a su físico y, sobre todo, a su
peinado. Faltaba mucho, entonces, para que se rodara La ley de la calle,
de Coppola, pero ya se habían rodado Rebelde
sin causa, de Nicholas y Salvaje, de Laslo Benedek_que habían
prefigurado ese perfil de chico duro que
Elvis calca con absoluta naturalidad.
Curiosamente, hay un diálogo en la película en la que el joven triunfador dice
que su único interés en la vida es amasar una fortuna. Preguntado por la socia
si «nada más», confirma que sí, lo que inicia la distancia emocional entre
ambos. Recordemos que la propia vida de Elvis giró en torno a esa necesidad de
amasar la fortuna que acabó encerrándole en un aislamiento que resultó mortal
para sus intereses vitales e incluso económicos.
Por cierto, cabe reseñar que la compañera
de reparto de Elvis, Judy Tyler murió en accidente de coche a los pocos días de
acabar el rodaje. Elvis, muy afectado, ni siquiera quiso ver la versión
definitiva de la película.