Programa doble de un pilar indiscutible del arte
cinematográfico: Godard o la seducción de la imagen: El adulterio cuarteado; el
lenguaje desbaratado… La realidad como aspiración sagrada del esclarecedor de
enigmas.
Título original : Une femme mariée: Suite de fragments d'un film
tourné en 1964
Año: 1964
Duración: 95 min.
País: Francia
Dirección : Jean-Luc Godard
Guion : Jean-Luc Godard
Música: Ludwig van Beethoven
Fotografía: Raoul Coutard (B&W)
Reparto: Macha Méril, Bernard Noel,
Philippe Leroy, Roger
Leenhardt, Christophe Bourseille.
Año : 2014
Duración: 70 min.
País: Suiza
Dirección: Jean-Luc Godard
Guion : Jean-Luc Godard
Fotografía : Fabrice Aragno
Reparto : Héloise
Godet, Zoe Bruneau, Kamel Abdelli, Richard Chevalier, Jessica Erickson, Alexandre Païta, Dimitri Basil.
Godard es sinónimo de transgresión,
de aventura, de investigación, de disparate, de celebración de la imagen, de
búsqueda de sentido, de confesión, de confidencia, de ideologización extrema,
de documental de la aventura humana, individual y social, desde su primer
corto, Una mujer coqueta, colgado en 2017 en YouTube para satisfacción unánime
de los aficionados. Godard es un cineasta torrencial, con una obra tan extensa
que en ella puede uno encontrar prácticamente de todo: desde la ciencia-ficción
de Alphaville hasta el cine política
de La china, pasando por clásicos
como Banda aparte o sus numerosos documentales, que quizás superen en número a
de sus películas. Godard es, así pues, un universo cinematográfico completo y
abarcarlo todo se me revela poco menos que imposible, salvo una inmersión arriesgada.
Prefiero acceder poco a poco a su inmensa obra para contemplarla sin presión de
ningún tipo, en un estado de buena predisposición que no me depare las
inevitables frustraciones, sobre todo por el tiempo perdido. Hace dos días vi La mujer casada y ayer Adiós al lenguaje. Solo frente al
televisor, en un acto de militancia cinéfila que me deparó una inmensa
satisfacción, la primera, y una perplejidad absoluta, la segunda. La mujer casada alterando mi percepción
inicial de la cronología de la técnica usada en ella, el primer y primerísimo
plano, porque creí que Persona de Bergman era anterior a la película de Godard,
se convierto, por tanto, en un claro precedente de la película de Bergman, lo
cual le añade un plus de interés fílmico muy notable. La película arranca con
la pantalla en blanco y la aparición de una mano femenina que serpentea hacia
el centro de la pantalla. Luego aparece otra, masculina, que interactúa con
ella, mientras dos amantes se cruzan frases típicas de los amantes. La mujer
está casada y mantiene ambas relaciones con total naturalidad, si bien, para
reunirse con el amante sigue toda una estrategia de “distracción” propia de un
thriller, cogiendo taxis que para de repente para atravesar la medianera de un
bulevar y coger otro en dirección contraria o concertar la cita en un cine para
después, dejar el hombre caer la llave de la habitación a los pies de ella,
quien se la devuelve tras haber identificado el número de habitación. Los
diálogos reflejan el indeciso mundo interior de la mujer y, andando el metraje,
descubrimos que está embarazada, aunque le confiesa al ginecólogo, con quien
mantiene un curioso diálogo sobre el amor y el placer, que no sabe cuál de los
dos es el padre. La película nos permite ver la actividad cotidiana de la mujer
y la utiliza Godard como vehículo que pone de relieve buena parte del mundo
femenino, sobre todo porque la mujer se relaciona con el mundo de la moda y le
da pie, al director, utilizando su técnica cartelista, esto es, intercalar
fotogramas de anuncios publicitarios, carteles con textos que adquieren, en
primerísimo plano, seleccionadas las silabas, significados diferentes, etc. En
un breve descanso en una cafetería, por ejemplo, la protagonista, antes de su
entrevista con el ginecólogo, asiste, de mesa a mesa, al diálogo de dos
jovencitas sobre el hecho de acostarse por primera vez con un hombre, una que
ya lo ha hecho y la otra que está en el proceso de atreverse. Desde diferentes
ángulos se nos ofrece el diálogo de las jóvenes y las reacciones de quien
“espía” la conversación entre apicarada y enternecida. La historia es muy
sencilla y Godard tiene la habilidad de saber trascenderla para ofrecernos un
visión del amor desde diferentes perspectivas: la de primerísimos planos,
desbordantes de geometría carnal, de los amantes, se complementa con la de las
dos jovencitas, y ambas con la versión de las noches de amor que le cuenta la
asistenta a la mujer adúltera mientras hace la faena: una narración erótica y
divertida, con una naturalidad que contrata severamente con la técnica de
primeros planos que usa el autor para la contarnos la historia central, aquella
que se resuelve en una conversación trascendente en la que el amante, actor,
que se va a provincias a representar a Racine, ha de convencer a su amante de
que él no representa con ella el amor que le tiene. Un diálogo extraordinario
con una calidad testimonial que se acerca a la de las otras dos revelaciones,
la de las jóvenes y la de la asistenta. A mí me ha parecido, en comparación con
buena parte de su cine, una historia de corte clásico, y la técnica de los
primeros planos y aun de los primerísimos, la manera más adecuada para
contarla. La película está llena de encuadres y de hallazgos visuales que
bastarían para convertir a cualquier otro director en una celebridad, pero en
Godard eso forma parte de una respiración fílmica, llamémosla así, que define
su sello personal. Recuerdo ahora la larga secuencia de imágenes de sujetadores
y bragas en los anuncios de la época, que acaba con la actriz caminando junto a
una valla inmensa con uno de los sujetadores, en un contraste magnífico, lleno
de sugerencias metonímicas. Algo parecido vimos, no hace mucho, en La, La, Land, por ejemplo, cuando el
protagonista camina por una calle en uno de cuyos muros hay un grafiti realista
inmenso que anuncia un bar, si no recuerdo mal. La “manera” de Godard, que rompe la linealidad
del discurso con los textos insertados casi al modo de los cartelones que
guiaban la trama en el cine mudo, crea una suerte de campo semántico amplísimo
que se adelanta al predominio de la semiología como disciplina universitaria y
popular. Recordemos que los escritos de Barthes sobre la moda son de 1967. Es
decir, que no solo estamos ante una obra “legible” y clásica de Godard, sino
ante un avanzado de los caminos de la reflexión sociológica en Europa.
Cincuenta años después,
Godard ofrece a los espectadores con Adiós
al lenguaje una cinta absolutamente inclasificable: espectáculo visual, reflexión
filosófica, enjuiciamientos políticos, meditatio
mortis, ontología de andar por casa y una defensa del perro, supongo, como
homenaje a los cínicos, aunque también hay una experimentación cromática y
técnica, partes de la cinta están rodadas en 3D, aunque yo la he visto en 2D, y
una admiración sin límites por la naturaleza, ya desde un punto de vista
ecológico, ya incluso desde un punto de vista romántico, a juzgar por las
reflexiones sobre el amor, unidas a esas visiones del espacio natural como
verdadero depositario de la emoción. El diálogo físico entre los dos miembros
desnudos de una pareja se suma a esa celebración de “lo natural” como respuesta
a una realidad condicionada por amenazas de todo tipo, desde las mafiosas hasta
las capitalistas… ¿Suena a “empanada mental”? Puede, pero la visión de ella es
un prodigio visual que no deja indiferente al espectador, quien se deja llevar
por la cámara, muy a menudo fija, como en un intento de captar el instante como
único momento significativo de la realidad. Hay, en algunos momentos, aunque
desfigurado por el cromatismo casi salvaje e irreal de lo natural, una
aproximación a El nuevo mundo de
Malik, pero sin el preciosismo místico de este. Si algo se le quedará al espectador
de Adiós al lenguaje es el desorden,
la ausencia de lógica, incluso de razonamiento tal y como lo conocemos. Hay
muchos personajes que incluso parecen
querer decirnos algo importante para nosotros, pero son mensajes que se pierden
en el acto, en su propia inmediatez, y ni construyen personajes ni construyen
narración. Y da igual dónde estén, cuál sea el imposible contexto de esa
ausencia de comunicación, y mucho menos importa cuál sea el escenario, una plaza,
un puesto de libras, una verja, un ferry, un río o una casa. Si en Una mujer casada la música tiene una
función diversa, desde subrayar ciertos estados de ánimo a complementar la
historia con alguna canción alusiva, en Adiós al lenguaje parece subrayar un
misterio siempre a punto de revelarse, sobre todo cuando “acompaña” las hermosas
secuencias del perro en lena naturaleza. Quizás fuera buena recordar el
epígrafe que , a toda pantalla, abre la película como guía de lectura: Todos los que no tienen imaginación confían
en la realidad. ¡Utilísima!