Entre el
cuento de hadas gótico y la forja de la fortaleza de una superviviente
accidental.
Título original: The Queen's
Gambit aka
Año: 2020
Duración: 420 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Scott Frank (Creador), Allan Scott (Creador), Scott Frank
Guion: Scott Frank (Novela: Walter Tevis)
Música: Carlos Rafael Rivera
Fotografía: Steven Meizler
Reparto: Anya Taylor-Joy, Thomas Brodie-Sangster, Bill Camp, Harry
Melling, Isla Johnston, Moses Ingram, Chloe Pirrie,
Janina Elkin, Marielle Heller, Marcin Dorocinski, Patrick Kennedy, Matthew
Dennis Lewis, Russell Dennis Lewis, Rebecca Root, Christiane Seidel, Millie
Brady, Akemnji Ndifernyan, Eloise Webb, Murat Dikenci, Alexander Albrecht,
Tatsu Carvalho, Michel Diercks, Rebecca Dyson-Smith, Reda Elazouar, Sam Gilroy,
Hubertus Grimm, Charlie Hamblett, Madeline Holliday, John Hollingworth, Tim
Kalkhof, Raphael Keric, David Masterson, Steffen Mennekes, Alberto Ruano,
Kyndra Sanchez, Sarah Schubert, John Schwab, Ricky Watson, Martin Müller.
Socialmente parece que hemos
recibido esta serie como una demostración pueril de que “el ajedrez ayuda a
triunfar”, del mismo modo que en la dictadura se quiso convencer al pueblo de
que “un libro ayuda a triunfar”. No sé si aquella campaña logró aumentar la
venta de libros; pero esta serie ha conseguido que se acaben en los almacenes
los juegos de ajedrez, no, sin embargo, los muchos libros necesarios sobre él
que son indispensables para conseguir ser un “modesto” jugador de ese juego
desquiciante. Lo que sí deseo es que no corra la misma suerte el consumo de
antidepresivos, está claro…
Hemos de
distinguir en esta serie dos elementos muy marcados: por un lado, la frágil e
hipercompleja circunstancia personal de una niña, cuyo origen, además,
no se desvela hasta casi el final de la película, razón por la cual pondré un
candado en mis falangetas; y, por otro, el envoltorio formal de la producción:
cuidadísimo. A mi modo de ver, el hecho de que se trate de una miniserie con
solo siete capítulos de una hora de duración, permite verla, a razón de dos capítulos
diarios. y una generosa propina en la última sesión, en tres días consecutivos,
lo que recomiendo fervientemente, porque la serie no es episódica, sino que tiene
una continuidad narrativa propia de una película que se ha querido alargar
mediante una generosa descripción de ambientes, de cuidados dibujos de los
personajes y de una morosa fase infantil de la protagonista que, gracias a la
soberbia interpretación de Isla Johnston, se convierte poco menos que en lo
mejor de la película, sin desmerecer con ello el trabajo excelente de la
protagonista, Anya Taylor-Joy, capaz de la mirada más tenebrosa y de la sonrisa
más dulce. La vida de la niña gira en torno a dos hechos que se producen en el
arranque de su vida, tras ser internada en un orfanato después de sobrevivir a
un accidente de coche en el que ha muerto su madre: la adicción a los ansiolíticos
y, por aburrimiento, el gran descubrimiento de su vida: el ajedrez, del que el
encargado de mantenimiento del orfanato es un adicto. ¿El resultado?, la suma
de dos adicciones: el reto intelectual del juego y la necesidad de una
tranquilidad psíquica que, enseguida, ella asocia a la lucidez con que puede
desarrollar las estrategias del juego. Las imágenes invertidas, en el techo, de
la coreografía de las piezas sobre el tablero es uno de los grandes aciertos de
la película, sin duda, aunque esta está llena de ellos. Particularmente, como
jugador aficionado que fui en un club de Gracia, allá por los 80, me parece que
lo que va a calar en la sociedad es más la estilizada capacidad de triunfar de
la protagonista que el amor al estudio del juego y la obsesión por el
perfeccionismo que guía a cualesquiera que están «dotados» para el juego. La
comparación con la música sería lo más apropiado. En este sentido, la película,
que ha sido asesorada por Garri Gaspárov -¡inolvidable su rivalidad con Anatoli
Kárpov!- refleja muy adecuadamente, aunque con algún exhibicionismo simpático,
como el campeón de estilo cowboy, el mundo cerrado de quienes no tienen entre
ceja y ceja más que aperturas, cierres y desarrollos de partidas que almacenan
como otros almacenan recuerdos autobiográficos con pelos y señales.
Destaca, desde
el inicio, la vertiente estilizadísima de la puesta en escena, que incluye detalles
como el propio vestuario de la protagonista que, en una competición oscariana
se llevaría el premio, sin duda. Solo hay que reparar, por ejemplo, en la
puesta en escena casi gótica del orfanato, y en el cambio de decoración que
sufre su casa cuando, después de ser adoptada, su madre adoptiva muere
sorpresivamente en el transcurso de un torneo en el que participa. A todo ello
le acompaña un deslumbrante repertorio de planos, sobre todo primeros planos,
explotados con una habilidad extraordinaria, gracias a la capacidad de
comunicación de sus estados íntimos de la protagonista, y de secuencias rodadas
con una poderosa sensibilidad, aunque en algún momento resulten incluso
predecibles, pero eso cae ya del lado de la veteranía de los espectadores. No
me malinterpreten, sin embargo, porque la serie va desgranando poco a poco los
diferentes motivos dinámicos de la historia, y muchos de ellos, como el de la
adopción, están tan bien plasmados que, aun formando parte de la película, bien
hubieran dado de sí para convertirse en una película individual. El personaje
de la madre adoptiva, interpretado por una exquisita Marielle Heller, es,
también, uno de los grandes aciertos de la serie, toda ella, como ya se va
viendo, un dechado de buen hacer. La historia del encuentro de esas dos mujeres
que vienen de mundos cuya conexión se les escapa: la música y el ajedrez, nos
depara un retrato ácido de dos personajes unidos por el dolor, la devastación y
el consumo de drogas que permitan sobrellevar dicho destino adverso; porque,
más allá del triunfo que refuerza la insolencia y la propia autoconfianza, el
desgarro que produce en las personas el vacío, la incomprensión de sus
circunstancias y saberse víctimas del destino, sobre todo en el caso de Beth,
la protagonista, basta para sentirse absolutamente desamparado. Ya he dicho,
por lo que he leído, que la serie ha sido tomada por el lado de lo anecdótico,
el triunfo y el glamour a él asociado; pero la película nos cuenta la historia
de una persona víctima de un destino cuyos orígenes, propiamente la búsqueda de
ellos, la atormentará durante buena parte de la vida que se cuenta en la película,
a través de un flash-back de muchas horas. La recreación del mundo de
los 50 y 60, con la perfección propia de las series inglesas en el lado de la
ambientación esmeradísima, me ha recordado la recién vista Endeavour, y
cómo a través de los capítulos de la serie va cambiando la realidad británica
desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 70.
Tenemos heroína,
sí, y en cierta forma, un cuento de hadas sobre cómo se llega a la cima del
ajedrez mundial desde un orfanato en Kentucky; pero esa es la parte superficial
del asunto; la difícil y enrevesada personalidad de la protagonista, sin embargo,
discurre, como su iniciación en el juego, por los sótanos de un alma destrozada
por la ignorancia y el desamparo, y no todo es tan sencillo como el mero
desconocimiento de sus propios orígenes, como el desenlace de la película pone
de manifiesto. Una personalidad sin sólidos anclajes en el afecto, crecerá siempre hacia el delirio y la entropía,
de ahí el complicado camino que ha de recorrer Beth Harmon no tanto para ser
ella mismo cuanto para deshacerse de quien ha llegado a ser porque no sabía quién
era. Un difícil equilibrio entre la construcción y la autodestrucción de sí
misma que encandilará, como ya hay pruebas estadísticas de ello, a cualesquiera
espectadores, sean o no aficionados al ajedrez; sean o no aficionados a la música;
sean o no aficionados al psicoanálisis… ¡Que la disfruten”.