martes, 14 de abril de 2015

Espectacular semiópera prima de Damien Chazelle: Whiplash


                                                     

Whiplash: Blood, Sweat and Tears…, a ritmo de jazz.

Título original: Whiplash
Año: 2014
Duración: 103 min.
País: Estados Unidos
Director: Damien Chazelle
Guión: Damien Chazelle
Música: Justin Hurwitz
Fotografía: Sharone Meir
Reparto: Miles Teller, J.K. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser, Austin Stowell, Jayson Blair, Kavita Patil, Kofi Siriboe, Jesse Mitchell, Michael D. Cohen, Tian Wang, Jocelyn Ayanna, Tarik Lowe, Marcus Henderson, Keenan Henson


       A veces, detrás de una película hay una historia tan interesante como la de la propia película. Quizás solo tenga interés para el historiador del cine o para el cinéfilo, pero seguir el rastro de cómo ha llegado a ser filmada una historia nos dice mucho de la película. Estirando, así pes, de este hilo “fuera de campo”, podríamos decir, uno se entera de que hay un sustrato autobiográfico, porque Damien Chazelle estudió para convertirse en batería y tuvo, como él lo ha revelado, un profesor muy duro que le sirvió de inspiración para la creación del Terence Fletcher que nos ofrece en la película, protagonizado por J.K. Simmons, tanto en el corto previo a la película, rodado un año antes con el mismo título, como en el largo final en que se convirtió y que le permitió ganar el Oscar al mejor actor de reparto. El hecho de que el corto llegase a Sundance y recibiese el premio al mejor corto fue el punto de partida para llevar a la pantalla un guion que había sido bien recibido pero en el que nadie estaba dispuesto a invertir los dineros necesarios para que se convirtiera en la película que, ¡afortunadamente!, hoy podemos ver. Chazelle reconoció, después de la dura experiencia, que la batería y el jazz no iban a ser el destino de su vida, y estudió cinematografía en Harvard, donde, como proyecto de fin de carrera, realizó un largo, Guy and Madeleine on a park bench (2010), ambientado, también, en el mundo de la música de jazz. Así pues, no se trata de una casualidad que Chazelle haya dirigido Whiplash, ni que haya volcado en ella experiencias que conoce de primera mano, lo cual se advierte a poco de comenzar la impactante historia de su personaje, o mejor dicho, de sus dos personajes, porque se trata de un viejo tópico, la relación maestro-discípulo, actualizado de una manera soberbia, eficaz y conmovedora. La entrada en escena del profesor Fletcher es absolutamente impactante, sobre todo cuando el joven Anrew Neiman es recibido en la banda del profesor estrella del conservatorio donde estudia, el mejor de los Estados Unidos de América. Contribuye mucho a esta sensación demoledora de la presencia del profesor el eficaz uso de la iluminación, con un juego de luces y sombras de adscripción tenebrista que potencia hasta el no va más la formidable presencia del profesor tiránico y despreciador que quiere extraer de sus alumnos, como más tarde lo confesará, no solo lo mejor de ellos, sino algo que vaya más allá de sus propias expectativas, las de los alumnos, razón que se nos ofrece como el fundamento de sus particulares métodos didácticos, en las antípodas de las actuales deformaciones pedagógicas “buenistas” que están hundiendo tantos sistemas educativo en todo el mundo. Así que comienza a mostrarse el verdadero rostro de sus métodos y vemos el sufrimiento que son capaces de causar, nos vienen a la memoria las poderosas imágenes del sargento Hartman de La chaqueta metálica (1987), de Stanley Kubrick, personaje en el cual parece haberse inspirado Chazelle para construir la personalidad y la gesticulación del profesor Fletcher, aunque éste tenga su origen en la propia biografía del director.  Ahora bien, la musculación de Fletcher, la anfractuosidad de su rostro, su agresividad y el poder omnímodo de que disfruta, porque va asociado a la labor de director de orquesta, más allá de su condición de profesor; así como sus movimientos acompasados con las ejecuciones musicales, nos producen la impresión de ser los privilegiados observadores del turbio ballet del autoritarismo que se representa, a puerta cerrada, a espaldas del sistema; una actuación que nos insta a relacionar esta película con la de Kubrick, con la que tiene más parecidos de los que a primera vista descubrimos, aunque acaso sería demasiado largo y enojoso descubrirlos todos. Por lo que llevo dicho, es muy probable que quien no haya visto aún la película (¡Vayan corriendo, por favor, a los Meliès, donde acaso tengan la última oportunidad de verla, algo que me parece inexplicable, si pensamos en la fuerza visual de esta historia tan bien narrada y que renueva con inteligencia y densidad el viejo tópico de las relaciones maestro-discípulo) piense que puede encontrarse con una historia ya conocida, ya vista, ya sabida. Pues es justamente lo contrario, lo que hallará: una reescritura inteligente del tópico que le sorprenderá y le emocionará. Además, la película tiene un final absolutamente magistral y que resuelve a la perfección una trama que podríamos calificar de thriller psicológico. Whiplash gira alrededor de una realidad demasiado común como para que haya pasado la película tan relativamente desapercibida: qué se ha de sacrificar para llegar a la cima, casi a la perfección, ya sea en el arte, en el deporte, el mundo empresarial o cualquier otra actividad que implique una competencia desaforada. El joven músico Anrew Neiman es un caso paradigmático de los seres humanos que tienen una vocación desde que son apenas niños y que no persiguen en la vida nada más que destacar en aquello por lo que se sienten llamados, como un ídolo que exigiera una absoluta devoción y dedicación a su culto. Es más frecuente en el mundo del deporte, y frecuentemente son los propios padres los que empujan a sus hijos a la conquista de metas para las que acaso no reúnen las cualidades necesarias; pero el mismo esquema se da en la música: comienzan 100.000 y solo uno llega. Por el camino que dan muchas vidas destrozadas, acaso irreparablemente, tal y como se refleja en la película, porque los procedimientos pedagógicos del “sargento de hierro” del conservatorio constituyen un repertorio de recetas fascistas que socaban la integridad moral de los alumnos y hasta pueden, en casos extremos, llevarlos al suicidio. La realidad, sin embargo, no es tan sencilla como podríamos deducir de este planteamiento, porque, en uno de los grandes momentos de la película, la dureza del profesor cede y da paso a una confesión tan íntimo como estratégica en el seno de la trama, con la cual quiere justificar sus métodos tiránicos que tanto mal como bien pueden hacer a los alumnos: solo aquellos que no salen destruidos, devastados, después de haber sufrido sus humillaciones en el proceso de aprendizaje, y son capaces de entender que lo que necesitan es reforzar con mayor intensidad el adiestramiento, son los que llegarán a la cima; solo aquellos que no se rinden ante la exigencia de la perfección, porque, al entender del apasionado profesor de música, en el arte sólo podemos aspirar, ¡solo se ha de aspirar”, a conquistar la perfección, aunque eso nos prive de todo lo que podríamos considerar una vida plena en otros sentidos de los que quien está llamado a la esclavitud del culto al Dios de la perfección, no puede disfrutar nunca, como con una frialdad escalofriante le aduce como razones para romper su relación a la chica con la que acaba de empezar a salir. Fetcher lo resume todo en una sola que expresión que, según él, ha desvirtuado, en el país, y en cualquier ámbito de actividad, el sentido real del aprendizaje: Good job! Estas son, como dice en la película, las dos palabras nefastas que harán imposible, por ejemplo, que, en el mundo del jazz, el único para el que viven profesor y discípulo, vuelva nacer un Charlie Parker. Dejo en el aire, como es mi obligación crítica, cómo se resuelve en la película este punto crucial. Somos los espectadores quienes hemos de posicionarnos ante ese reto pedagógico, y eso, ponernos entre la espada y la pared de la decisión es una de las grandes virtudes de esta película. Al fin y al cabo, como en la antigua Grecia, la Paideia, la educación de los niños, los jóvenes, e incluso de los adultos, es el eje vertebrador de la sociedad.

sábado, 11 de abril de 2015

Pasolini de Abel Ferrara: luces y sombras de un ser poliédrico.

                                              



Pasolini: El retrato intermitente y desvaído del último día de un autor polémico.


Título original: Pasolini
Año: 2014
Duración: 86 min.
País:  Italia
Director: Abel Ferrara
Guión: Abel Ferrara
Fotografía: Stefano Falivene
Reparto:Willem Dafoe, Ninetto Davoli, Riccardo Scamarcio, Valerio Mastandrea, Adriana Asti, Maria de Medeiros

        
         A medio camino entre el documental, la película biográfica y la ficción, sin optar decididamente por ninguno de los tres géneros, Abel Ferrara nos presenta una película biográfica sobre el último día de la vida de Pier Paolo Pasolini, el de su trágica y violenta muerte en la playa de Ostia el 2 de noviembre de 1975. Pasolini fue, desde sus inicios, un director incómodo para el gran público, aunque muchas de sus películas han tenido una buena acogida popular y alguna de ellas como El evangelio según San Mateo (1964) incluso fue un clásico de las Semanas Santas de la época franquista. Comenzó con el neorrealismo de Accatone (1961) y Mamma Roma (1962) –que acabo de ver muy recientemente, con una Anna Magnani en todo el esplendor de su maestría interpretativa–, y después realizó incursiones en géneros muy diferentes que siempre abordaba, sin embargo, desde una idéntica actitud transgresora –incluso la del evangelio según San Mateo, austera como el desierto, parecía más una visión protestante, que propiamente católica– y siempre descarnadamente crítica hacia la burguesía, aunque sin perder de vista nunca las contradicciones pequeñoburguesas de la izquierda del entonces todopoderoso PCI, del cual fue expulsado, por cierto, después de haber tenido que hacer frente a denuncias por corrupción de menores y de hacer gestos obscenos cuando trabajaba como maestro de escuela. Fue absuelto del cargo de corrupción de menores, pero no del de realizar gestos obscenos, lo que le valió la expulsión de la profesión de magisterio y del PCI. Sin oficio ni beneficio y con unas tensas relaciones con su padre, militar, decidió huir a Roma en compañía de su madre para ganarse la vida, lo que al comienzo hizo como corrector de pruebas. Descubrió los arrabales romanos y llevó el submundo de los suburbios a dos  novelas, Ragazzi di vita (1955) y  Una vita violenta (1959) que se convirtieron en éxitos de ventas. Ello le abrió las puertas del cine, en el que se iniciaría como guionista, trabando para Fellini y muchos otros. Su ideología “de izquierdas jamás la cambió, aunque, como vemos en la película, en la cual se recrea la última entrevista que le hicieron en televisión, el 31 de octubre de 1975, dos días antes de ser asesinado, y que se puede ver en youtube, aquí, su concepción de la política abarcaba todos los aspectos de la realidad, nada quedaba excluido de la dimensión política, ni el sexo, ni la religión ni, por descontado, la economía o la política profesional. De aquí la sospecha respeto de que su asesinato no fuera una mera cuestión de un malentendido con un chapero que se rebela en el último momento y se encara con él, sino una suerte de venganza de la ultraderecha que no soportaba una provocación artística tan radical. De hecho, la segunda versión del acusado de la muerte, 30 años después de los hechos, adjudica a tres jóvenes de extrema derecha la responsabilidad del asesinato. Recordemos que muchas obras de Pasolini fueron recibidas como un insulto por las fuerzas sociales conservadoras, quienes no tardaron en demonizarlo. Como reconoce en la entrevista, le insultaban y le seguían insultando, a pesar de ser una figura artística mundialmente reconocida, y Pasolini se sentía orgulloso de ese hecho, porque él consideraba que era un derecho, el escandalizar, y que era un placer, el ser escandalizado.
        La película nos presenta un Pasolini intepretado por a quien podríamos ver como su más exacto retrato físico, Willem Dafoe, las anfractuosidades de cuyo rostro casi son la exacta réplica de las del propio Pasolini. La gesticulación, la mínima expresividad que también eran propias de Pasolini, además del sentido de su importancia como artista en el panorama cultural italiano que se trasluce en su manera casi mayestática de moverse y gesticular, todo eso, se nos ofrece con una veracidad que le da a la película un aire de documento verídico cercano al documental, la técnica del cual preside buena parte del metraje. Como los hábitos de Pasolini obedecían a una rutina muy marcada, dentro de la cual figura la escritura de los que acabaran siendo sus últimos proyectos, Abel Ferrara, con la complicidad del actor fetiche de Pasolini, Ninetto Davoli, se atreve a traducir en imágenes dos historias muy diferentes: una que toma como eje de la narración el mundo complejo de un novelista muy intelectualizado, con un aire autobiográfico muy marcado; y otra, la historia de Epifanio, que se convierte en una suerte de parodia a medio camino entre la verdadera fe, la política y la transgresión, eso sí, un poco sin pies ni cabeza y con un aura de ingenuidad acaso excesiva, para mi gusto. Ni se sabe qué hubiese llevado a las pantallas Pasolini con estos textos aún en fase embrionaria, de ahí que Abel Ferrara se haya mostrado demasiado atrevido en el intento de substituir la particular visión imaginativa del director italiano.
        Sorprende la discreta puesta en escena de la película, e incluso la humildad de los espacios donde vive y se mueve el protagonista, sobre todo teniendo en cuenta la riqueza visual de sus films, muy influidos por autores tan emblemáticos del cine italiano como Fellini, Rossellini o Antonioni, por ejemplo, con los cuales mantuvo un estrecho contacto a lo largo de su vida. Hay muchas secuencias nocturnas, como si fuese, la noche, la perfecta aliada de su clandestinidad sexual, una inclinación erótica que tanto lo marcó, sobre todo en una sociedad tan religiosa y tradicional como la italiana de posguerra. Desde este punto de vista, Pasolini siempre fue un abanderado de la liberación individual en todos los órdenes y, sobre todo, en el de la libre manifestación de la sexualidad de cada uno. La película no lo convierte en una especie de mártir gay, porque hubiera sido demasiado grosero, pero es indiscutible la importancia que Pasolini concedió a su condición sexual y a la dificultad de vivirla en libertad en la sociedad de su tiempo. De hecho, la película respeta exquisitamente la dimensión holística que Pasolini concedió a la política y que no traza fronteras entre las diversas manifestaciones vitales de os seres humanos.
        Hay en la película, por cierto, una opción lingüística que me dejó muy parado, porque el director ha optado por una suerte de bilingüismo, italiano e inglés, difícil de entender desde el punto de vista de la verosimilitud, excepto que yo desconozca que Pasolini solía usar el inglés como elección propia en su intimidad y con ciertas amistades, lo cual me ha sido imposible de encontrar en la documentación biográfica que he consultado. Así pues, esta extraña elección de Ferrara choca demasiado como para que no se vea como una elección demasiado forzada, teniendo en cuenta, además, que el propio Dafoe cuando habla en italiano lo hace muy bien, ajustándose a las maneras expresivas del propio Pasolini recogidas en el dicho latino: suaviter in modo, fortiter in re.  En todo caso, eso es lo que hay, y aunque distancia al espectador de lo que espera, porque no entiende una elección lingüística como la que se le ofrece, acaba aceptándolo y recibiendo la historia con un generoso “como si” el inglés perfecto de Pasolini fuera su italiana contaminado del friulano materno, lengua en la que incluso escribió un libro de poemas.
        Llama la atención la escasa presencia de sus amistades de renombre, excepción hecha de la actriz Laura Betti, auténtica musa de Pasolini, interpretada, sin ninguna explicación de la importancia que tuvo su presencia en la vida del director, por una Maria de Medeiros algo sobreactuada. Betti fue la encargada de gestionar el Fondo Pier Paolo Passolini y en el 2001 rodó el que se considera el mejor documental sobre la vida del director italiano. Quizás Ferrara contaba con que el público de la película fuese adicto a la biografía de su protagonista y supiese todas estas cosas, pero me parece un descuido no haber incorporado al guion una mínima identificación de los personajes secundarios, como es el caso de la criada/secretaria, por ejemplo.
        Hay en la película una suerte de presagio funesto que sobrevuela la actuación del protagonista y de quienes lo rodean, sobre todo por la parquedad comunicativa que acompaña la actividad cotidiana del protagonista, como si se hubiera hecho un augurio que le avisase de la inminente tragedia a la que se vería abocado- Una especie de sentencia fatal no explicita, pero sí operativa. En cierta manera recuerda la situación tan bien descrita por García Márquez en Crónica de una muerte anunciada. Nadie lo dice, porque hubiera sido absurdo, pero parece como si todos los que aparecen en la película supiesen que están viviendo las últimas horas de la vida del protagonista. Creo que es un lastre para la película, pero, al mismo tiempo, le otorga una dimensión casi ritual que encoge el ánimo de los espectadores, llevándolos a la catarsis del teatro antiguo que Pasolini también llevó a la pantalla: Edipo rey (1967) y Medea (1969).
        Ojalá este acercamiento a la figura de Pasolini sirviese para que volviesen a las pantallas muchas de sus magníficas películas o, al menos, para que los amantes del  buen cine vuelvan a verlas. Les aseguro que les sorprenderán algunas obras, como Mamma Roma o como la metafórica Teorema (1968) por ejemplo, con un Terence Stamp divinodiabólico extraordinario que sería “aprovechado” por Fellini para su episodio de Historias extraordinarias (1968). Se trata de una típica película de episodios en la que  Roger Vadim, Louis Malle y Federico Fellini  adaptan, desde tres ópticas muy diferentes tres cuentos de Edgar Allan Poe.
        Si nos atenemos al credo fílmico del propio Pasolini: sólo hay una cosa esencial en una buena película: el hecho de que en la pantalla pase algo real., podríamos decir que esta biografía es una buena película, pero en la medida en que pasan más coses que las reales, digamos que se limita a ser una película interesante.

martes, 7 de abril de 2015

Marie Heurtin o el proceso de humanización.



                                                         

La historia de Marie Heurtin o el siempre emotivo milagro del descubrimiento del lenguaje.

Título original: Marie Heurtin
Año: 2014
Duración: 95 min.
País:  Francia
Director: Jean-Pierre Améris
Guión: Jean-Pierre Améris, Philippe Blasband
Música: Sonia Wieder-Atherton
Fotografía: Virginie Saint-Martin
Reparto: Isabelle Carré, Ariana Rivoire, Brigitte Catillon, Gilles Treton, Laure Duthilleul, Sonia Laroze, Noémie Churlet, Martine Gautier, Patricia Legrand, Stéphane Margot



            El hecho de estar ante una película basada en hechos reales –esta sí, no como muchas de las norteamericanas que lo ponen en los títulos de crédito aunque sea una falsedad, como en la célebre Fargo (1996) de los hermanos Coen, por ejemplo, y tantas otras–  y sobre la cual todo el mundo lo conoce todo antes de entrar en la sala, probablemente sea, antes que un estorbo, un auténtico aliciente, porque incluso conociendo la historia de arriba abajo, el director Jean-Pierre Améris ha conseguido hacer una película con unos niveles de emotividad altísimos, lo cual no solo nos habla de una habilidad técnica y de una capacidad creativa muy especiales, sino, sobre todo, de un hito muy difícil de alcanzar, teniendo, como tiene, precedentes tan ilustres como El milagro de Anna Sullivan (1962) de Arthur Penn, El pequeño salvaje (1970), de Trufaut o El enigma de Gaspar Hauser (1974) de Werner Herzog, porque las tres abordan el mismo tema con circunstancias levemente diferentes. En cualquier caso, el eje fundamental de todas ellas es el descubrimiento del lenguaje y de la posibilidad de comunicarse con los otros. En todos los casos, además, hay un alma compasiva que se esfuerza por abrir la puerta que lleve la luz de la inteligencia y de la palabra, sea oral o de signos, a quienes, hasta aquel bendito momento, vivían en las tinieblas de la incomunicación incluso con ellos mismos. Así pues, el descubrimiento de la lengua nos permite acceder a conocimiento propia, al de los demás y al de las ideas. El procedimiento tiene un esquema fijado desde antaño, y con esta palabra quiero dignifica que nos hemos de remontar hasta el siglo XVI, cuando Vicente de Santo Domingo y Pedro Ponce de León –del cual hay una estatua en la parte alta de Passeig de Sant Joan, donde supongo que aún deben de reunirse las asociaciones de sordos y sordomudos, como vi que lo hacían durante muchos años cuando vivía en la próxima Plaça de Joanich– inventaron métodos de enseñanza adecuados para darles voz a los sordos y sordomudos, esto es, que siempre se necesita el concurso de un maestro o maestra dispuestos a dejarse literalmente la piel por tal de atraer a los y las pequeñas salvajes en que se acababan convirtiendo los adolescentes dejados de la mano de la educación per diferentes motivos. Los casos de Gaspar Hauser, que acabó suicidándose, y el de Helen Keller, que triunfó como luchadora social y acabó convertida en ejemplo de superación personal en Norteamérica, son los más conocidos. Ahora hemos de añadirles el de esta chica, Marie Heurtin, a quien el esfuerzo pedagógico admirable de la hermana Marguerite, en una interpretación verdaderamente magistral de Isabelle Carré, con un poder de transmisión de los sentimientos poderosísimo, conseguirá rescatar de las tinieblas de la incomunicación para abrirle las puertas a un mundo enigmático al cual solo accedía, hasta aquel momento, mediante los sentidos del olfato, el tacto y el gusto. Antes del “descubrimiento”, del “milagro” producido por la tenacidad de su pedagoga intuitiva –y la última maravillosa que nos ha deparado el cine ha sido la de quien en La escafandra y la mariposa (2007), de Julian Schnabel, consigue “devolverle” a un paciente el poder de la comunicación y la expresión–, es interesante destacar la vivencia del mundo exterior, en sus manifestaciones primordiales: el sol, el agua, el viento, la tierra, los árboles, las piedras, etc., que nos dejan imágenes llenas de lirismo y emoción auténtica. En este sentido del limitado contacto de la protagonista con la realidad, me ha venido, mientras contemplaba la película, el recuerdo de una película en la que este contacto asume la condición de categoría, más allá de la anécdota. Me refiero a El nuevo mundo (2005) de Terrence Malick, un prodigio cinematográfico que ya anunciaba obras posteriores como la impactante y maravillosa El árbol de la vida (2011). El papel protagonista del descubrimiento de una nueva naturaleza por parte de los europeos y del impacto que provocó en ellos ese conocimiento nunca lo he encontrado mejor filmado que en El nuevo mundo de Malick. En la historia de Marie Heurtin hay un deliberado intento de transmitir a los espectadores todo este mundo de sensaciones que la protagonista, y me parece que el director se ha salido con la suya, porque la película transmite una belleza no decorativa, sino sustancial, física, podríamos decir, que nos hace mirar de otra manera incluso nuestro entorno. Contribuye a ellos, sin duda, la magnífica interpretación de Ariana Rivoire, que consigue, en un monólogo final, con un espectacular trávelin ascendente de la cámara, transmitir una profunda emoción con la especie de plegaria laica que cierra la película en agradecimiento a su verdadera madre, porque si algo queda claro después de ver esta obra es que la chica no es hija de quien la parió, sino de quien le dio las luces imprescindibles para poder conocerse a ella misma y relacionarse con el mundo que la rodeaba. Estoy convencido de que la película no defraudará a nadie, porque la sencillez con la que se nos hace llegar la historia verídica de Marie está potenciada con unas imágenes poderosas y vitales. Es evidente que los espectadores que pertenezcan al sector educativo gozarán quizás un poco más que aquellos que nunca han tenido ante ellos un chico o una chica a los que literalmente se les ha de abrir, acaso por primera vez, el acceso al conocimiento y en algunos casos incluso a las propias palabras; pero todos, en definitiva, habrán tenido no pocos momentos de ternura tan intensos como los que nos muestra, sin sentimentalismos baratos y azucarados, esta pequeña joya cinematográfica.