La perspectiva
individual de un «tema de nuestro tiempo»: el consentimiento ante la pederastia.
Título original: Le
Consentement
Año: 2023
Duración: 119 min.
País: Francia
Dirección: Vanessa Filho
Guion: Vanessa Filho, Vanessa Springora. Libro: Vanessa Springora
Reparto: Kim Higelin; Jean-Paul
Rouve; Laetitia Casta; Sara Giraudeau; Lucie Debay: Félix Kysyl; Elodie Bouchez;
Anne Benoît; Lolita Chammah; Anne Loiret; Miglen Mirtchev; Nicolas Bridet; Christophe
Kourotchkine; Alain Fromager; Agathe Dronne; Annie Mercier;
Sébastien Pouderoux; Valérie
Crouzet; Lila-Rose Gilberti; Frédéric Andrau; Félicien Juttner; Irène Ismaïloff;
Noam Morgensztern; Josiane Pinson; Christophe Grégoire; Catherine Vinatier; Marie
Rémond; Tanguy Mercier; David Clavel; Doby Broda; Ferdinand Redouloux; Raphaël
Romand; Françoise Gazio; Blandine Laignel; Jean Chevalier; Benjamin Gomez; Héloïse
Bresc; Malvina Héraud; David Sighicelli; Lilea Le Borgne; Mado Jouannet;
Selma Tamiatto; Lou-Ann
Trabaud; Eloi Léger; Manon Le Bail; Donovan Fouassier; Victor Fruhinsholz; Marie-Christine
Letort.
Música: Olivier Coursier,
Audrey Ismael
Fotografía: Guillaume
Schiffman.
Me declaro en
el título: una película de terror sexual. Y de ahí no me muevo, porque, a pesar
de la complejidad del caso y del consentimiento expreso de la joven de 14 años,
que se complace en dejarse seducir por un supuesto mago de las palabras, cuanto
he visto me remite más a Repulsión que a Lolita, pongamos por caso otro
semejante a este, aunque me parece de mucha mayor entidad Humbert Humbert que
este Nosferatu del sexo cuya pedofilia se ampara en el éxito literario que
parece permitirlo todo, o poco menos, a juzgar por la frivolidad con que se
considera la literatura erótica de Gabriel Matzneff en el programa de Bernard
Pivot, donde el autor declara haberse acostado con menores, hechos
literaturizados en sus libros. Estamos en los años 80. Una década antes, los
intelectuales franceses, ante algunas duras sentencias por relaciones sexuales
con jóvenes de 15 años firmaron un manifiesto para que son se bajara la edad de
«consentimiento» a la edad con que la protagonista de esta película, Vanessa
Springora, catorce años, inicia su tormentosa relación con el pedófilo socialmente
reconocido como tal y alabado literariamente por ello, porque su obra tiene un
componente autobiográfico que añade a la seducción la publicidad de la aventura
abductora, más que seductora, porque, y eso choca mucho visualmente en la película,
cuesta imaginar que el Nosferatu al que nos remite la imagen del seductor de
menores pueda ser confundido con el príncipe azul de una jovencita cuya afición
a la literatura la impulsa a vivir esa relación tóxica como la máxima expresión
del amor romántico y carnal, al principio impedido por el enorme dolor que le
provocan los intentos de su ajado príncipe de quebrar el himen que durante un tiempo la
preserva del depredador instinto sexual de él.
Pongamos en
contexto la seducción. Vanessa, la protagonista, vive sola con su madre, quien
trabaja en una editorial y celebra en su casa cenas a las que asisten
escritores de moda o célebres. La figura paterna está totalmente ausente de la
vida de la joven. La madre tiene aventuras galantes con hombres casados y en su
retrato destaca su alcoholismo y su desengaño vital, además de una casi absoluta
relajación por lo que a sus deberes maternales se refiere. Esta parte de la
historia tiene, por sí misma, un potencial que quizás hubiera debido
aprovecharse más, aunque el «caso», obviamente, es el de la seducción de la
joven por un depredador que pone su mirada cazadora en Vanessa, a la que no tardará
en asediar con melosas cartas románticas en las que le declara que se ha
enamorado de ella como nunca creyó que podría llegar a enamorarse. Y ahí se
inicia, tras el primer y cortés acercamiento, la crónica de un vampirismo
sexual que lleva a la joven a creer que ha alcanzado el estatus de «mujer»,
porque cede a todas las iniciativas galantes y sexuales del escritor, quien se
exhibe públicamente con ella, hasta que, tras una escena en que su anterior
conquista persigue, desesperada, el
coche en el que ella se aleja con su príncipe, ella decide, aprovechando un
viaje del escritor, leer alguno de los libros que él no le deja leer, donde
reconocer haber seducido por igual niños y niñas, con quienes ha tenido
experiencias sexuales. El trauma de la lectura va a iniciar un proceso de
reflexión que los distancia, momento en que él contraataca con la seducción de otra
jovencita, siguiendo el mismo ritual que con ella…
La excesiva
explicitud de los contactos sexuales incomoda al espectador, porque estamos en
presencia de lo que tiene todos los visos de una profanación, a pesar de la «rabia»
con que defiende contra su madre Vanessa su «libertad» para amar a quien le dé
la gana, y, de hecho, la madre recibe en casa al amante y se comporta como una
suegra comprensiva o poco menos, con los deseos de su hija, a quien considera
plenamente madura para «saber» a qué tipo de relación se ha entregado con
absoluto consentimiento a sus catorce años. El descubrimiento de su carácter «instrumental»
para el «gran escritor» no tarda en ser descubierto por Vanessa, y la contemplación
del narcisismo del autor tiene más capacidad de disuasión que ser un mero
objeto sexual que él usa a su antojo, ¡y que tanto horripila al espectador! A
mí por lo menos, y no me considero un beato meapilas, por supuesto, pero,
contradiciendo a Matzneff, en el amor no vale todo, sobre todo cuando la relación es tan desigual como la suya,
catorce frente a cincuenta.
El clima de
tolerancia social de obras como las de Matzneff
queda en entredicho, por lo menos, con la reacción de una invitada al programa
de Pivot que considera al autor como un depravado delincuente que debería estar
en la cárcel . No era, sin embargo, la opinión dominante. Lo chocante de la
elección del título es que, aun dando el consentimiento por parte de la
protagonista, queda clara la denuncia de unos métodos de seducción contra los
que acaso la edad aún no ha preparado a las jóvenes con tendencias muy románticas
y poco anclaje en todas las caras de la realidad por falta lógica de una experiencia
que han de ir descubriendo en su vivir cotidiano. El caso permite la polémica,
por supuesto, pero me temo que la protagonista decidió escribir el libro no
tanto para «denunciar» judicialmente unos comportamientos a los que su
asentimiento les priva de cualquier sentencia punitiva, cuanto para «vencer» a
su abusador en su propio terreno: en el de los libros, en el de la memoria. Y
ahí sí que su victoria ha sido absoluta. Ella es una víctima de sí misma, y
después de sus padres y del escritor; pero se ha redimido; Matzneff, sin
embargo, carga con el descrédito de ser un depredador sexual aberrante y sin
encanto ninguno, por más que algunos durante muchos años se lo vieran y
reconocieran. Hoy ella es una superviviente; él, la cara tenebrosa del poder de
la literatura.