Un fallido guion de saga para una
película con aciertos fordianos plenos: Paz en la Tierra o el peaje del genio a la
desmesura irregular: entre la Historia, la transmigración de las almas, la crítica
del capitalismo desalmado y el antibelicismo.
Título original: The World
Moves On
Año: 1934
Duración: 104 min.
País: Estados Unidos
Director: John Ford
Guión: Reginald Berkeley
Música: R.H. Bassett, David
Buttolph, Louis De Francesco, Hugo Friedhofer, Cyril J. Mockridge
Fotografía: George
Schneiderman (B&W)
Reparto: Madeleine Carroll,
Franchot Tone, Reginald Denny, Sig Ruman, Louise Dresser, Raul Roulien, Stepin
Fetchit, Lumsden Hare, Dudley Digges, Frank Melton, Brenda Fowler, Russell
Simpson, Barry Norton, George Irving.
La filmografía de John Ford es inacabable incluso para
los buenos aficionados, a no ser que se convierta en objeto de estudio
monográfico, que no es mi caso, aunque, eso sí, película del director que cae
en mis manos, película que veo con una complacencia total, porque incluso en el
caso de una película como esta, de la que el propio director renegó siempre,
hay destellos inequívocos del genio cinematográfico del autor. La película
narra muy sintéticamente la historia de una saga de comerciantes dividida, por
el testamento del fundador de la misma, en cuatro ramas, que se establecen en
cuatro países, Usamérica, Inglaterra, Francia y Alemania, en un afán
monopolista que adelanta, curiosamente, lo que ahora conocemos como capitalismo
global, heredero del reciente capitalismo multinacional. Como en el arranque de
la narración se nos muestra un conato de relación adúltera en la época de la
guerra de Secesión usamericana, que no llega a materializarse, por esa división
familiar, la historia salta de finales del XIX al siglo XX, antes de la Primera
Guerra Mundial, para reencontrarnos con una reunión de la familia en la sede
original de la empresa, en Nueva Orleáns, y allí, los descendientes de aquella
pareja adúltera in péctore se
reencuentran en lo que podríamos llamar amor trangeneracional, porque,
desconociéndose, tienen la sensación de conocerse íntimamente, lo que se
manifiesta a través de la canción favorita de ambos, que suena antes de la
emocionante despedida final de sus antecesores. Que actor y actriz, Franchot
Tone y Madeleine Carroll interpreten ambas parejas, genera una situación que, a medio camino entre una extraña película de
amores imposibles y otra de reencarnaciones inverosímiles, logra crear un
clímax muy particular, porque todo apunta a que los herederos de aquellos
amantes que no pudieron serlo de facto, tampoco lograrán serlo ahora, dado que
uno de los primos, el de la rama alemana, dice públicamente, en una reunión
familiar con motivo de la boda de un miembro de la rama alemana, que él se va a
casar con ella, si bien ella lo disuade, finalmente, de la imposibilidad de tal
compromiso. La historia de ese amor se ve atravesada por la Primera Guerra Mundial,
que separa a los miembros de la familia, pero temporalmente, porque el
juramento de anteponer los intereses de “la familia” por encima de todo
prevalecen sobre las fidelidades “nacionales” de cada rama. En ese tramo de la
Primera Guerra Mundial, mientras el protagonista usamericano está en Francia,
donde decide enrolarse en el ejército francés en defensa de las libertades
democráticas amenazadas por los alemanes, se centra para muchos lomejor de la
película, las escenas de guerra, que a mí también me parecieron de lo mejor de
la película…Ahora bien, ni las rodó Ford ni pertenecen propiamente a la
película, sino que fueron tomadas prestadas de una notable película francesa
que sin duda no debió de ser vista en Usamérica, me refiero a Las cruces de madera (1932), de Raymond
Bernard, un director que realizó en España, por cierto, La bella de Cádiz (1953) con Luis Mariano y Carmen Sevilla. Lo
curioso es que las mismas imágenes las tomara prestadas también Howard Hawks en
1936 para su película Camino a la gloria,
de temática casi idéntica a la de Bernard. Finalmente, esos primos se casan, en
medio del conflicto, y después los vemos ya en plena fiebre empresarial antes
de que se produzca el crack del 29 y se arruinen, en parte, porque el
protagonista logra poner a salvo la empresa de su mujer, no así la suya. La
distancia entre los esposos en la época de la abundancia, en la que al marido
le excitan más los trust empresariales que los encantos de su señora, da pie a
un curioso discurso anticapitalismo avariento, del mismo modo que la Primera
Guerra Mundial da pie a un discurso antibelicista algo ajeno a la propia
ideología de Ford, quien se quejaba amargamente ante Peter Bogdanovich de que
se “había visto obligado a hacer la película por estar bajo contrato”, pero que
no le parecía un guion del que pudiera sacarse algo en claro. Aun así, a pesar
de las quejas, la película, que toma como motivo argumental la obra de Nel
Coward Cabalgata, llevada al cine
poco antes de esta de Ford por Frank Lloyd, con el mismo título, y que obtuvo
un gran éxito, no deja de tener un interés más que notable y los espectadores,
a mi juicio al menos, no se sentirán decepcionados por esta película que no
tiene nada de menor, en la filmografía de Ford, a pesar de que la repudiara, y
en la que tanto Madeleine Carroll como Franchot Tone, a quien he visto en
películas recientemente criticadas, como Tempestad sobre Washington o Así aman
las mujeres, tienen una destacada interpretación. Ni siquiera el clásico humor
de Ford, tan característico de sus películas, está en esta ausente, y es el
magnífico secundario Sig Rumann (Siegfried
Rumann), a quienes todos recordaremos siempre por su desternillante actuación
en To be or not to be, entre tantas
otras, el encargado de sacarnos la sonrisa, con aquella vis cómica tan
particular que lo hizo famoso. La película cuenta, además, con una fotografía
muy ajustada a las diferentes épocas, obra de un viejo conocido de Ford, George
Schneiderman, con quien trabajó en su primera gran película, El caballo de hierro (1924), una epopeya
de la construcción del ferrocarril de costa a costa y en Barco a la deriva, rodada en 1935, una obra notable que ya
comentamos en este Ojo en su momento.
Diga Ford lo que diga, y a pesar de las imperfecciones evidentes de un guion
que quiere abarcar demasiado, no es menos cierto que, en lo esencial, la
estructura narrativa de la película no padece en exceso esa ambición y se
admiten con amabilidad ciertas elipsis generosas y ese aire un poco de
rompecabezas que tiene la historia, con tantas ramas familiares dispersas y
unidas, sin embargo, por una lealtad inquebrantable a “la familia”, al seno originario
de la cual, en Nueva Orleans, vuelven los medio derrotados protagonistas para
empezar de nuevo desde una perspectiva ética que no anteponga la avaricia al amor.