Título original: Gai
dimanche!
Año: 1935
Duración: 33 min.
País: Francia
Dirección: Jacques Berr
Guion: Rhum, Jacques Tati
Música: Michel Michelet
Fotografía: Marcel Paulis
(B&W)
Reparto: Rhum; Jacques Tati.
Título original: L'École des facteurs
Año: 1947
Duración: 16 min.
País: Francia
Dirección: Jacques Tati
Guion: Jacques Tati
Música: Jean Yatove
Fotografía: Louis Félix
Reparto: Jacvques Tati; Paul
Demange.
Título original: Forza
Bastia
Año: 2002 (1978)
Duración: 26 min.
País: Francia
Dirección: Jacques Tati,
Sophie Tatischeff
Guion: Jacques Tati
Reparto: Documental
Fotografía: Yves Agostini,
Henri Clairon, Alain Pillet
El privilegio
de contemplar las primeras manifestaciones singulares de un genio de la
comedia: Jacques Tati.
Tres cortos, dos de ficción y un documental que, a fuerza de
realidad seleccionada con ojos de antropólogo y psicólogo, casi acaba
convirtiéndose en pura ficción , permiten a los espectadores contemplar el
proceso de ensayo y error que llevó a Tati a ver con claridad cuáles habían de
ser los fundamentos en que se basaría un lenguaje cinematográfico que lo
convirtieron en uno de los mejores cómicos de la historia del cine.
El documental, Forza Bastia, rescatado en 2002 por su hija de
entre la obra no estrenada del padre, está lejos temporalmente de los dos
primeros cortos, tanto por la temática como por la manera como el rodaje de una
jornada futbolística entronca con películas suyas como Tráfico o Playtime,
si atendemos al extraordinario ojo crítico con que Tati, junto con su mujer
Sophie Tatischeff ―quien adopta el apellido original, ruso, de su marido―, que figura
como codirectora, sabe descubrir en la realidad cotidiana las señales de
identificación de conductas humanas dignas de ser contempladas como si de una
película de ficción se tratara. El asunto es bien sencillo y, en parte, de «encargo»,
por la amistad de Tati con el presidente del club francés: filmar la ida de la
primera final de la UEFA en la que participaban los bleus de la ciudad
de Córcega. Desde buena mañana, la ciudad se despierta animada por la presencia
de los seguidores del Bastia, después de un diluvio que ha dejado el campo literalmente impracticable y sobre el
que los cuidadores se afanan para permitir que se juegue el partido, aunque, en
esas condiciones, hoy no se autorizaría por el excesivo riesgo para los
jugadores. La selección de Tati, construida a partir de las tomas de tres
cámaras que se repartieron la ciudad, atiende, sin diálogos, al crescendo de emoción
que para los ciudadanos de Bastia suponía ver una final de fútbol europeo en un
estadio propiamente de tercera división. Es divertidísimo el modo como los operarios
achican el agua del terreno llenando cubos con una escoba con la que la
empujan, por ejemplo; pero no lo es menos el optimismo «revolucionario» con que
los corsos bastioli toman las calles para, finalmente, desplazarse al estadio,
en el que Tati recoge, en un montaje muy dinámico, la exaltación, la decepción
por el triste empate de la ida (El PSV Eindhoven ganaría 3-0 en la vuelta) y
los «restos» materiales de la euforia. La película recoge las mil y una expresiones
de la ilusión de una afición modesta que, vista en perspectiva, es calcada de
la explosión de tifosismo que vivió Nápoles nueve años después con el
primer escudetto del Nápoles de Maradona, hecho que recoge Sorrentino en
Fue la mano de Dios, una de sus mejores películas. Tati mima la grabación
de todos esos ciudadanos anónimos que cifran en los colores de su equipo, Allez
Les bleus!, la realización de un sueño que constituya un punto y aparte en
sus vidas y en la historia de la ciudad. Quizás las banderas deportivas sean,
en nuestro complejo presente, las únicas que enfrentan «noblemente» a aficionados
de distinta nacionalidad, y de ahí el despliegue de ellas, como una marea, en
la película, y Tati está muy atento a cualquier momento singular del gran acontecimiento.
El desfile constante de personas tiene en el campo encharcado una suerte de espejo
desleal de tan emotivas ilusiones, al tiempo que se prefigura como tumba de las
mismas. El corto tiene un gran valor estético, a pesar del rudimentario rodaje
in situ, sobre todo porque es el montaje lo que le da al corto un dinamismo que
lo acerca poderosamente a la narrativa de ficción; acaso porque todo lo
deportivo, tan ritualizado, se presta a ello con facilidad. Del partido en sí,
poco se ve, salvo alguna tarascada, alguna jugada aislada y el omnipresente
pésimo estado del terreno.
Domingo alegre es la segunda aparición en pantalla de Tati, formando un dúo
cómico con el actor alemán Rhum, quien incluso parece llevar la voz cantante de
la pareja, aunque ya se manifiesta la tendencia de Tati hacia el humor físico
propio del slapstick de los comienzos del cine cómico mudo, así como a
sacar partido humorístico de los objetos, inanimados e incluso animados, como
ocurre con la persecución grupal de la gallina en el restaurante campestre. La
trama ya gira, en 1935, acerca del fenómeno del turismo como realidad
generalizada. Los dos pícaros que buscan hacer fortuna compran, con el dinero
del vendedor un pequeño autobús descapotable para vender una excursión a los
castillos con comida campestre incluida. A pesar del inicio, en que se busca a
la clientela con sonoro reclamo, el resto de la pieza bien podría incluirse
dentro del cine mudo, y tiene que ver con los diferentes percances que sufren
con el vehículo y muy especialmente La comida en el campo, donde les anuncian
un arroz con gallina del que se «cae» la gallina porque no la han podido cazar,
y ahí se inicia una cacería de la
gallina por parte de los comensales que tiene muy divertidos momentos y un
ritmo trepidante. El clásico personaje de Tati aún no está perfilado, pero intuimos
que no pocos de sus movimientos en esta película le servirán para ir
perfilándolo hasta conseguir la caracterización de un personaje que forma parte
ya de las grandes creaciones del cine cómico.
Escuela de carteros, por su parte, presenta ya unas hechuras plenamente
tatiescas y, de hecho, la mayor parte del corto pasará íntegro a su primer
largometraje: Día de fiesta, protagonizada por un cartero bonachón y
solidario que, predispuesto a colaborar con todos, casi se convierte en
organizador de «catástrofes». El arranque del corto es francamente desternillante, una escena de
adiestramiento de los carteros por parte de un
superior minúsculo de voz atiplada, quien les hace practicar los movimientos
básicos del oficio «en seco», todo ello para imprimir un velocidad al reparto
que les permita conectar con el correo aéreo, sin demora ninguna. En cuanto el
cartero Tati sale a su reparto se inicia un periplo rodado que, con el estirado
gesto de un hombre tan alto sobre la bicicleta, se anuncia pródigo en mil y un
incidentes, como así ocurre. En la medida en que los gags se van sucediendo con
excelente planificación, como el del pelotón de los ciclistas o el de la
barrera ferroviaria, inteligentísimo, el buen humor «blanco», en apariencia,
del personaje se va conformando como una señal de identidad del futuro
personaje clásico de Tati, aunque su intervención en la realidad siempre pone
de manifiesto las contradicciones sociales propias de unos tiempos que Tati ha
sabido ridiculizar como nadie. Quizás uno de los mejores gags de la película es
cuando la bici se «independiza» de su propietario y sigue sola su camino. Al
pasar por delante de dos viejas pueblerinas, una de ellas dice que si es la del
cartero se parará en el bar cercano, lo que efectivamente sucede… El corto
merece una visión, por más que casi todo él se haya visto en Día de fiesta,
pero tiene una hechura tan perfecta en lo que es su anécdota narrativa, que los
fervorosos seguidores de Tati van a disfrutar de él como si nunca antes
hubieran visto el largo en el que se incluyó.