Título original: Sailor
Beware
Año: 1952
Duración: 108 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Hal Walker
Guion: James Allardice, Martin Rackin
Música: Leigh Harline, Joseph J. Lilley
Fotografía: Daniel L. Fapp
(B&W)
Reparto: Dean Martin, Jerry Lewis, Corinne Calvet, Marion Marshall,
Robert Strauss, Don Wilson, Leif Erickson, Vince Edwards.
Título original: Pardners
Año: 1956
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Norman Taurog
Guion: Sidney Sheldon, Jerry Davis, Mervin J. Houser
Música: Frank De Vol
Fotografía: Daniel L. Fapp
Reparto: Jerry Lewis, Dean Martin, Lori Nelson, Jeff Morrow, Jackie
Loughery, John Baragrey, Agnes Moorehead, Lon Chaney Jr., Lee Van Cleef, Jack
Elam.
Quizás solo
para devotos de Jerry Lewis y Dean Martin, pero ambas películas son una gozada,
sobre todo ¡Vaya par de marinos!: una fórmula brillante y eficaz que
duró 17 películas…
La casualidad ha querido que el numero
1000 de las reseñas de este Ojo lo ocupen dos películas del dúo cómico
Martin & Lewis, quizás no tan renombrado como El Gordo y el Flaco, Abbott y
Costello, Crosby y Hope, Belushi y Aykroyd o Lemmon y Matthau, por poner solo
algunos ejemplos de dúos cómicos que han triunfado en el cine, pero con un
indudable gancho popular y cuya desaparición alumbró la carrera individual de
Jerry Lewis, un genio de la comedia que, sin embargo, fue elevado a la
categoría que ocupa en la historia del cine por los críticos franceses de
Cahiers du Cinéma, algo parecido a lo que ha sucedido con otro cómico, Woody
Allen, que ha triunfado más en Europa que en Usamérica. Yo me confieso devoto
de Lewis, a quien he seguido y admirado toda mi vida de aficionado al cine, un
cómico que, literalmente, me ha hecho rodar desde la butaca al pasillo en no
pocas ocasiones, quizás por su peculiar
humor, aparentemente simple y directo, pero muy elaborado, en realidad. Dos joyas,
para resumir su trayectoria: El botones y El profesor chiflado. A
partir de ahí, ya saben sus adictos de quién y de qué estamos hablando.
Para mí está
claro que el dúo Martin & Lewis fue una incomparable escuela de aprendizaje
para Jerry Lewis y que a lo largo de esas 17 películas que rodaron juntos, el
cómico supo asimilar un enorme caudal de recursos cómicos que luego explotaría «por
libre» en sus fantásticas comedias, a las que llevaría, sin embargo, no poco
del «personaje» patoso, desvalido y necesitado de afecto que creó junto a Dean
Martin, el cantante cuyo timbre vocálico aterciopelado sigue siendo tan grato
de oír hoy como siempre. En estas dos películas, como en el resto de su «joint
venture», no hay duda de que la comicidad gestual, corporal, de Lewis se impone
frente al ingenio con que obró después, en solitario, para la construcción de
los gags, en los que la verbalidad adquirió una importancia mayor. Lewis es un
payaso que domina como nadie la expresividad corporal, y si a ello unimos unas
dotes privilegiadas para la contorsión y el baile, el resultado es muy parecido
al de un mimo, ¡quizás por ello su debut como director en El botones fue
un homenaje a las películas cómicas del cine mudo, algo que los productores
fueron incapaces de entender, aunque, ¡y quizás por ello mismo!, El botones
sea hoy una de las cimas de la historia del cine cómico. De algún modo, Lewis
reconoció esa dimensión corporal de su humor cuando aceptó colaborar en una película
extraordinaria de la que, sin embargo, no se suele hablar: Funny Bones,
(«Los comediantes») de Peter Chelsom, pero mejor me centro en estas dos
muestras magníficas del exitoso humor del dúo.
¡Vaya par de
marinos! es una réplica, pero en la Armada, del primer largo de Martin y
Lewis con absoluto protagonismo, ¡Vaya par de soldados!, también de Hal
Walker, en el Ejército de Tierra. No recuerdo haber visto la primera, pero dudo
que tenga la calidad de esta, porque aquí el guion se ha esmerado en la creación
de un personaje que justifica las excentricidades habituales de Lewis: se trata
de un hipocondríaco que, además, es alérgico a los productos de belleza de las
mujeres, especialmente las barras de labios. El inicio de la película es
francamente excepcional, y marca una pauta que, con muy pequeños altibajos, se
mantendrá hasta el final de la película. Aunque hay un corto de Laurel y Hardy
con el mismo título, las historias son muy diferentes. Aliado, Lewis, en la
cola de inscripción con un galán, Martin, que se enrola para huir de sus
amantes, iremos viendo que no necesariamente se cumplen los presagios que inevitablemente
se forjan los espectadores: Lewis será el receptor de todos los contratiempos,
golpes incluidos. Bien puede decirse, en realidad, que casi ocurre lo
contrario, porque su accidentada participación en un concurso radiofónico en el
que ha de besar, ¡él, besar!, a una participante para ganar el concurso que la
llevará unos días de vacaciones a Honolulú, incluye unas escenas trepidantes
que recuerdan, parcialmente, las películas mudas de Buster Keaton. El viaje a Honolulú, adonde se
dirige el submarino en que Lewis protagoniza golpes memorables, da pie, ¡y cómo
no!, al número folclórico inevitable, entre otras cosas, en el que participa
Lewis para huir de quienes quieren evitar que bese a la cantante de un club
para hacerles ganar a sus compañeros de promoción una suculenta apuesta contra
su sargento. Sin ser propiamente películas musicales, la fórmula del dúo incluía,
forzosamente, algunas canciones que,
casi siempre, eran saboteadas por la presencia de Lewis, con la consiguiente
comicidad, un recurso que explotaron en clubes,
hoteles y casinos durante no pocos años con magníficos resultados, de ahí su
paso al cine, donde lograron una gran popularidad, hasta que las desavenencias
y la necesidad de tener el control de sus propias películas por parte de Lewis
condujo a la desaparición del dúo de las carteleras. Que la vida militar haya
dado pie a tantas películas y de todos los géneros en Usamérica se debe a que allí
la institución en modo alguno es ajena a la dimensión popular y democrática de
todo el país, y en ¡Vaya par de marinos! se aprecia muy singularmente. Son bastantes
las escenas de excelente humor que hay en la película, pero estoy seguro de que
los devotos de la pareja convendrán conmigo en que la del preludio del combate
de boxeo es desternillante.
Pardners,
slang para «partners», que nosotros traduciríamos por «colegas» y en
Méjico por «cuates», lo han transformado los tituladores españoles en una
suerte de parodia de Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann, estrenada
cuatro años antes. Con un arranque genial, en el que dos amigos caen abatidos
en un tiroteo contra los bandidos que asuelan los ranchos del territorio, poco
después de que la mujer de uno de ellos decida volver a Nueva York, pasamos del
salvaje Far West al civilizado Near East donde la mujer ha logrado forjar una
fortuna y criar un hijo, Lewis, que, a pesar de la madre, es un enamorado del
recuerdo de su padre y de todo lo relacionado con aquel Far West legendario.
Cuando una prima se presenta en la casa, pidiendo ayuda económica a la madre para
comprar un semental para su rancho, se inicia una aventura en la que el
enamorado cowboy se gastará su pequeña fortuna personal en ayudar a su prima,
quien está enamorada del hijo del que fuera pardner de su padre y que,
al principio, porque le estropea un rodeo en el que participa para lograr el
dinero para comprar el semental, no quiere saber nada de él. Estamos, pues,
ante una idealización que va a chocar contra el duro muro de la realidad apenas
llegue la pareja a su destino, en el que, ¡estaba escrito!, ambos han de
enfrentarse a los mismos peligros que se enfrentaron sus padres, aunque de un
modo ciertamente diferente, porque, en el transcurso de esos enfrentamientos,
el novato incluso acabará siendo nombrado sheriff, lo que da pie a escenas
cómicas de Saloon muy logradas.
La película fue dirigida por Norman
Taurog, un habitual de las películas del dúo, antes de dedicarse a filmar las de
Elvis Presley, del mismo modo que en sus inicios en el cine mudo dirigió la
serie de Larry Semon, a quien en España se bautizó como «Jaimito», del mismo
modo que a Buster Keaton se le conoció como «Pamplinas». Dado el olvido general
que parece haber caído sobre Larry Semon, quizá un mes de estos me dedique a
revisar su obra para acercarlo a los públicos actuales, los cuales no andan
lejos, imagino, por puro aburrimiento de los efectos especiales, de volver al
slapstick con el que tuve, de joven, tantísimas tardes de diversión. Norman
Taurog es un artesano excepcional, con un recorrido dilatadísimo en el que
podemos encontrar auténticas maravillas. Esta misma, más allá de las
necesidades de someterse al lucimiento de la pareja, tiene una realización
esmeradísima, con una puesta en escena magnífica, tanto en la parte de Nueva
York como en el trayecto hasta el rancho y, por supuesto, en el pueblo donde
vive la prima, defendiendo su rancho contra los especuladores y bandidos que
quieren apoderarse de sus terrenos. Los números musicales, como el que da
título a la película, representado por el dúo con una gracia especial, tienen,
en esta película auténtica proyección de musical, esto es, no son la «cuota» de
Martin, sino que están perfectamente incardinados en el desarrollo de la trama.
Queda claro que, con la mentalidad mitificadora del protagonista,
Lewis, la película sigue la senda de los tópicos propios del oeste, vistos
desde la perspectiva cómica, lo cual es algo así como un acuerdo tácito con los
espectadores: habéis vistos cientos de westerns en vuestra vida, ¿no?; bien,
pues a todos ellos os va a recordar, desde el humor, esta película. Se trata,
del mismo modo que se ponía en solfa el género bélico en ¡Vaya par de
marinos!, de acumular situaciones mil veces vista para provocar la risa e
incluso, los más devotos, la carcajada. Mi Conjunta, por ejemplo, no soporta
las payasadas de Lewis; yo, por mi parte, no soporto las de Louis de Funès, y
así, cada cual, simpatiza con unos u otros cómicos sin que haya un rígido canon
del humor que nos impela a reírnos con unos y no con otros. A algunos
espectadores les deja frío Buster Keaton y otros no le acaban nunca de ver la
gracia a Harold Lloyd, ¡y no digamos de esa otra pareja supuestamente cómica,
que ni me atreví a enumerar entre las destacadas, Hill y Spencer! Con todo, y
más allá de la aversión a unos u otros cómicos, está la construcción y ejecución
de los gags, y ahí sí que puede opinarse más allá del «gusto» subjetivo. Pues
bien, Pardners está llenita de gags elaborados milimétricamente, al
viejo estilo del padre del cine cómico, Charles Chaplin, y eso es, por sí solo,
garantía de que los espectadores pueden pasar una divertida tarde con estas dos
películas en magnifica sesión doble.