Un intenso melodrama que desnuda la doble moral política en Usamérica.
Título original: Forbidden
Año: 1932
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Frank Capra
Guion: Jo Swerling. Historia: Frank Capra
Reparto: Barbara Stanwyck; Adolphe Menjou; Ralph Bellamy; Dorothy
Peterson; Thomas Jefferson; Charlotte Henry; Oliver Eckhardt.
Fotografía: Joseph Walker
(B&W).
Son tenues las
fronteras entre el melodrama y el folletín, sobre todo en cuanto a las acciones
se refiere, otra cosa, después, es el dibujo de los personajes y su condición
compleja, lo que puede hacer decantar la historia de una u otro lado. Hay en el
folletín una suerte de presentación estereotipada
de la realidad que nos aleja irremisiblemente del sentimiento, en sus
diferentes grados. El melodrama, sin embargo, es una exaltación del sentimiento
que nos arrolla y nos permite profundizar en la intimidad de los personajes que
los experimentan. Amor prohibido es una película rodada antes de que se
implantara de manera coercitiva y generalizada el famoso código Hays, y de ahí
lo de título pre-code, que constituye, de por sí, una clasificación de
las películas: antes y después del código Hays. El hecho de la maternidad asumida
por una mujer soltera o el más banal del adulterio, por ejemplo, caían del lado
de lo prohibido. Capra supo entender las necesidades emotivas de los espectadores
usamericanos y es autor de un clásico navideño eterno: ¡Qué bello es vivir!,
pero también lo es de este título que tiene tanta heroica abnegación como
amarga hipocresía y es, al mismo tiempo, una compleja y bella historia de amor.
¡Qué curioso resulta ver una película cercana a su centenario con el mismo interés
que una actual!
El arranque de
la película, una mujer insatisfecha con su vida, que coge todos sus ahorros y
decide invertirlos en un viaje de placer en un crucero, una mujer a quien el
banquero se toma la libertad de regañarla porque le parece que está haciendo
una tontería al retirar todos sus fondos, lo cual nos habla de la pequeña
población en la que vive, viendo la vida pasar e imaginando el glamur de la «otra
realidad», la que tópicamente se representa con el cava, los bailes, la
seducción amorosa, los viajes, la despreocupación, la frivolidad…, es decir, no
tanto una vida intensa cuanto una vida liviana, ajena a las monótonas y
repetidas obligaciones cotidianas, como si en ellas solo hubiera presencia y
recordatorio de la soledad y la muerte.
Decide
embarcarse en un crucero y, tras cenar en el gran salón del barco más sola que
la una, despechada por su fracaso, se retira a su habitación, habiendo sido la
comidilla de parte de los camareros y los músicos por ser «una» para cenar. Una
casualidad de tipo moderadamente alcohólico la lleva a encontrar otro viajero
en su camarote, quien ha confundido su habitación, la 99 por la 66 de ella. Ella
es una jovencísima Barbara Stanwyck; él, un varón de cierta edad que responde por
Adolphe Menjou, o sea, una vieja gloria del cine y una renovación en cierne.
Cómo el destello de la empatía, el
afecto e incluso el amor surge entre ambos, de tan distinta edad, pero ambos
necesitados de sólido afecto, es uno de esos milagros aún mayores que el de la
película navideña del autor… Pero al espectador, al margen de chocarle, no le
importa, porque, al menos ella, vive una situación casi «desesperada», en el
plano afectivo y en el de la ilusión de un «romance» que pueda incluir en su
haber vital antes de que la enojosa sombra de la soltería irremediable asome en
su horizonte vital. El misterio sobre la condición profesional de él alimenta
una intriga que no tarda, sin embargo, en resolverse, porque, al volver del
viaje e incorporarse cada uno a su trabajo, él confiesa que está casado y que no
abandonará jamás a su mujer, inválida, aunque solo la quiera a ella y desee
estar con ella cuanto pueda. La situación no es lo que la protagonista
esperaba, y cuando él se presenta como candidato a Gobernador del estado, ella
se aparta para que su relación no lo perjudique. Pero, ¡ay!, los frutos del
amor no están en nuestra mano, y tras debatirse entre aceptar a su criatura o
darla en adopción, decide tenerla y criarla.
Una trama
paralela va creciendo en forma de la inquina que el director del diario donde
ella trabaja, quien la ama casi sin esperanza de ser correspondido, le tiene al
Gobernador y contra quien batalla periodísticamente cuando se presenta a la
elección como senador. El azaroso encuentro de los tres en un parque desata la
investigación periodística, porque la hija de ambos ha llamado «papá» al
candidato, de quien se ignoraba que tuviera descendencia. Nada me extrañaría
que esta historia rocambolesca, porque la protagonista acabará convertida en la
niñera de la hija que como adoptada le presenta el candidato a su mujer cuando
vuelve de la cura de su invalidez en Europa, hubiera influido en la película La
novena sinfonía (Acorde final), de Douglas Sirk, ya comentada en este Ojo,
y con una historia muy parecida a la presente.
Las diferencias caligráficas son enormes, pero Capra narra con una
agilidad que prescinde de cualquier ornamentación, aunque, sea el espacio que
sea, un parque, una redacción, una convención del partido o el humilde
apartamento de la protagonista, la adecuación es perfecta. Da la impresión de que
todo lo quiera centrar en la evolución de esa narración que se desarrolla ante
nuestros ojos con una duración temporal de la historia que no nos ahorra el
comienzo de la vejez de los personajes.
La posición
intermedia de ella entre el periodista perseguidor del escándalo moral de un
político y la hipocresía, al parecer pactada con ella, del político que no
quiere renunciar a su vida política ni al verdadero amor de su vida, confiere a
la protagonista una condición de mujer atormentada que, no obstante su delicada
situación, sabe escoger aquello que siempre vuelve a ella con la fuerza del
amor primero: 66 y 99. Y no cuento más de la historia, porque hay película que
hacen de ella, más allá de los recursos técnicos, su verdadero interés y los
espectadores tienen derecho a que no se la chafen. A los fieles de ¡Qué bello
es vivir! les va a llamar la atención una película tan atrevida y cruda para el
año en que fue rodada. Y descubrirán a dos estrellas del cine, una en ascenso y
la otra en fase de despedida, formando la más insólita de las parejas convincentes
que se hayan visto en el cine.