Flic
Story (Historia de un policía) o
el reverso del Samurái, de Alain Delon.
Título original: Flic Story
Año: 1975
Duración: 111 min.
País: Francia
Director: Jacques Deray
Guión: Jacques Deray, Alphonse Boudard (Autobiografía: Roger Borniche)
Música: Claude Bolling
Fotografía: Jean-Jacques Tarbès
Reparto: Alain Delon, Jean-Louis Trintignant, Renato Salvatori, Claudine Auger,
Maurice Biraud, André Pousse, Mario David, Paul Crauchet
Un polar pierde mucho cuando el punto de vista desde
el que contemplamos la acción es el de la policía, sobre todo cuando el
protagonista es “ejemplar”, en vez de un policía delincuente como en Teniente corrupto, de Abel Ferrara. Basada
en la autobiografía de un policía real que se significó en la posguerra por su
lucha contra el crimen organizado, la película de Jacques Deray es una
excelente muestra de lo que el cine, llamémosle “artesanal”, que es el marbete
universalmente reconocido para esta clase de películas, puede ofrecer al
espectador para pasar un rato agradable con una historia llena de alicientes
que, si no llegan a transformarse en gran película, no es debido ni a la
realización, ni a los actores, ni tan siquiera al guion, sino a cierta “complacencia”,
podríamos decir, con unos mínimos de calidad que aseguran la comercialidad del
producto, su difusión, su contemplación y, como en este caso, incluso el
reconocimiento de quien no la vio en su día. Ya anticipo que la película ni
puede ni debe compararse con El silencio
de un hombre (Le Samouraï), de
Melville, pero la traigo a colación para que se vea lo muy distinto que puede llegar
a ser un actor cuando está de este o del otro lado de la ley. Mientras que
Alain Delon “componía” un atractivo asesino a sueldo en el Samurái, en la
presente, reblandecido por una visión enaltecedora del propio policía en el que
se basa la película, se las ve y se las desea para conseguir una actuación
convincente, siempre a medio camino entre la comedia de raíz inglesa o italiana
y el drama austero de la difícil vida cotidiana de los representantes de la
ley. La gran suerte de esta película, y la gran razón para ponerse ante el
televisor para verla, es la réplica que le da, como frío asesino despiadado,
Jean-Louis Trintignant, quien, desde que aparece en pantalla, imanta la atención
del espectador, quien no desea otra cosa que verlo en acción. Recién salido
dela cárcel, reemprende la vida delictiva y, uno tras otro, logra generar con
sus atrevidos golpes un estado de alarma social. El asedio a que Delon somete
al asesino, basado, principalmente, en la gestión adecuada de las fuentes de
información clásicas de los policías, los delincuentes arrepentidos, los
típicos soplones, forma parte de los atractivos de la película. La realización,
con una iluminación impecable que realza los colores apagados de una fotografía
que le proporciona a la película una pátina de calidad indiscutible, no hace
ningún alarde técnico memorable, pero consigue una fluidez narrativa que refuerza
la impecable puesta en escena, sobre todo en los exteriores, con una
descripción impecable de las calles parisinas de los barrios populares donde se
esconden los miembros de la banda. Hay, y eso es justo reconocerlo, un intento
de descripción psicológica del psicópata al que Trintignant interpreta con una
propiedad admirable, dueño de una presencia y de una expresión maciza, rocosa,
que no excluye ni el cinismo ni un sarcástico y lúgubre sentido del humor ni
cierta emoción mientras oye La vie en
rose de Edith Piaf, por ejemplo. Aunque no me atrevo a fastidiarlo, la
película tiene un final admirable y muy ajustado a la realidad, muy propio de
ese cine francés tan amante de la naturalidad del relato. Insisto, no se trata
de una obra maestra, pero sí de una excelente película que merece una visión
atenta, porque la película está llena de detalles de la cotidianidad de los que
disfrutarán los amantes del cine francés en lo que este tiene de peculiar.