La eutanasia o el viaje premórtem al conflicto central de
una existencia para liberarse de la culpa antes de entrar en el olvido absoluto.
Título original: The Quiet Roar
Año: 2014
Duración: 77 min.
País: Suecia
Dirección: Henrik Hellström
Guion: Henrik Hellström, Fredrik Wenzel
Música: Robert Hefter
Fotografía: Fredrik Wenzel
Reparto: Eva-Britt Strandberg,
Hanna Schygulla, Joni Francéen, Jörgen Svensson, Denise Gough.
Henrik
Hellström ha dirigido dos largos, el presente y Man Tänker sitt, además
de un documental sobre una banda musical y otra película de solo 45 minutos, 2060,
de naturaleza distópica. Vista en Filmin, porque el tráiler me cautivó con la
potencia de sus imágenes y el tema de la eutanasia siempre me ha preocupado,
¡aún recuerdo los morideros donde se despedían los ciudadanos de la vida en Soylent
Green («Cuando el destino nos alcance»), de Richard Fleisher, con aquellas
imágenes espectaculares de la naturaleza en todo su esplendor!, esta película tiene las dosis justa de la
anticipación social como para no resultarnos tan inverosímil que nos distraiga
hacia el terreno entretenido de lo fabuloso y nos haga perder de vista el
potente drama humano que se aloja en su narración.
Diagnosticada
de una enfermedad terminal, la protagonista se acoge a un programa en el que
mediante el uso de drogas como la psilocibina, los pacientes pueden hacer un “viaje”-realmente
el trip hippie de los alucinógenos en los finales de los años 50 del
siglo XX- al momento que ellos escojan de su vida pasada. El viaje lo hacen
guiados por quien los va dirigiendo en ese camino hacia sus viejos conflictos,
de modo que lleguen con bien a él y puedan revivir de la mejor manera posible,
desde la frialdad de la distancia, aquella experiencia que marcó su vida.
El
viaje nos lleva a unas vacaciones en una casa de montaña y vemos en ella a una
mujer, a su marido y a sus dos hijos. Entramos, de repente, en un espacio de
intimidad en el que la convivencia extraña entre los esposos y su relación con
los hijos se va tiñendo de la gelidez propia de quien, como ella, vive una vida
que no acaba de satisfacerle, sin que haya ninguna causa objetiva que se
explicite. El escenario, de una belleza sobrecogedora, contraste enormemente
con el sufrimiento psicológico de ella, una tendencia a la retirada, a la
distancia, propia de quien, como en las películas de Bergman, más parece estar
tentada por la muerte que propiamente por la vida. No tarda en hacer acto de
presencia la mujer desahuciada, quien se convierte en la interlocutora del
marido, e incluso de sí misma, en un juego de desdoblamiento que los espectadores,
al menos este que escribe, acepta con total naturalidad.
No es
una película sencilla, ni será tampoco un éxito de público, porque el ritmo narrativo
nos sitúa en el tempo musical del Largo (y en no pocas ocasiones rozando el
Larghissimo…), lo cual desesperará a la gran mayoría y atrapará a aquellos que
se han formado fílmicamente en la contemplación de los dramas de Bergman, por
ejemplo. Hay mucho de espíritu nórdico habituado a los silencios infinitos que
aterraban a Pascal, del mismo modo que hay una deriva que no sé si calificar de
mística, y que se genera en el contacto con una naturaleza como la retratada
con verdadera exquisitez en la película. Tanto la casa, en una cima, como los
espacios contemplados desde dentro o fuera de la casa permiten al director
recrearse en una selección de planos que «meten» al espectador en la vivencia muy
íntimo de lo que se siente estando en contacto directo con esa naturaleza
impresionante.
Está
claro que la insatisfacción, manifestada sin discurso verbal, puede derivar en
una propuesta demasiado críptica, sobre todo porque la película se centra en la
vida cotidiana de la familia en esa suerte de retiro privilegiado en el que
pueden disfrutar de su presente sin que el espectador sepa absolutamente nada
de por qué la mujer alberga esa tendencia a la melancolía, a la tristeza, que
alterna, sin embargo, con un súbito apasionamiento por su marido. No sé, quizás
sea mucho pedir que el espectador haya de aportar tantísima sugerencia de información
para hacerse una idea más o menos nítida de cuál sea la relación entre los
esposos y el porqué de la quiebra de su convivencia, que, en un momento dado,
incluso llega a la violencia física. Lo único que sabemos es que ella tiende a
la fuga, que cambian sus estados de ánimo y que él se siente “toreado” por esa
actitud que no acaba de aceptar ni comprender.
Del mismo
modo que la “guía” que ayuda a la mujer a entrar en el conflicto de su
existencia que ella ha escogido practica con ella lo que podríamos considerar una
sesión de psicoanálisis; la protagonista, una vez se materializa en el pasado y
habita con ella misma y con su marido, realiza igualmente varias sesiones psicoanalíticas
en busca de una explicación de aquel pasado, la decisión de tener hijos
incluida, por ejemplo, dado el desencuentro entre ambos. Estamos, pues, ante un
intento de comprensión de las pulsiones básicas de una mujer que busca en la «retirada»
de su presente, una rara huida, un refugio para lo que no comprende. Por eso la
película se mueve siempre en la frontera de lo que no se dice y de lo que se
sufre, sin saber por qué, una suerte de parálisis que te vuelve la vida en
enigma incomprensible.
Insisto,
no se trata de una película para los amantes de tempos musicales más animados,
pero la planificación de los planos y secuencias que nos describen la vida
familiar de la protagonista, están llenos de una belleza que compensa y permite
entender, incluso, el conflicto íntimo de los protagonistas, muy dependientes
de la naturaleza que los rodea. Curiosa, y bella.