jueves, 7 de agosto de 2025

«Mi única familia», de Mike Leigh o el trastorno límite de personalidad.

 

Cuando el trastorno no tratado condiciona tu vida y la de quienes te rodean.

 

Título original: Hard Truths

Año: 2024

Duración: 97 min.

País: Reino Unido

Dirección: Mike Leigh

Guion: Mike Leigh

Reparto: Marianne Jean-Baptiste; Michele Austin; David Webber; Ani Nelson; Sophia Brown; Tuwaine Barrett; Elliot Edusah; Bryony Miller; Llewella Gideon; Tiwa Lade; Jonathan Livingstone; Jo Martin.

Música: Gary Yershon.
Fotografía: Dick Pope.


Bien mirado, hay un sutil hilo que une la afamada Mr. Turner, de Mike Leigh y  Mi única familia: el carácter intempestivo, agrio e  irascible de ambos personajes, el pintor y esta ama de casa que odia a su marido, a su hijo y a todo el mundo, que le tiene fobia a los animales y al exterior, y que solo soporta, a duras penas, el trato con su hermana pequeña de quien hubo de encargarse cuando se quedaron sin padres y tuvo que hacer, para ella, de madre y de hermana mayor.

          Estamos ante una variante del cine social propio de autores como Ken Loach, porque, frente a la determinación social de dichas películas, Leigh introduce la variante del trastorno psicológico profundo para llevar a la pantalla la historia de una mujer de clase media peleada con ella misma y con el mundo, e incapaz de tomar la decisión de escoger la vida frente a la negatividad que dicta todos sus pasos, dentro y fuera de casa. Sí, se trata de una de esas películas en las que, como en el naturalismo literario, se escogía un personaje con una particularidad y se lo estudiaba hasta sus últimas consecuencias, según el método experimental, esto es, más apegados a lo que la ciencia pueda decirnos de ellos que a su peripecia existencial, si bien Leigh no llega tan lejos, porque, curiosamente, el empoderamiento nihilista y depresivo de la protagonista la lleva a rechazar cualquier visita al psicólogo, aunque presente alarmantes síntomas de un trastorno que, al decir de su hermana, puede acabar con ella.

          Curiosamente, la película, que empieza in medias res y acaba con un final muy abierto y terrorífico, sigue aquella aspiración de la novela natralista de captar lo que Zola llamaba une tranche de vie, una cata significativa en la vida de un personaje, capaz de definirlo o de acercarse lo más posible a un conocimiento profundo de su personalidad, su carácter, sus traumas o su «mundo».

          A poco que comienza el desfile de situaciones en las que la mujer despliega un agriado carácter lleno de desprecio e incluso odio hacia quienes la rodean, dentro y fuera de casa, con un marido que le da literalmente «asco», un hijo obeso que solo sale de su habitación para pasear con los cascos puestos y sin hablar con nadie, soportando sin enfrentarse, serios intentos de acoso de otros colegas jóvenes, y personajes periféricos con los que se enfrenta permanentemente, ya sea en el súper, ya en el dentista, ya en una tienda… Nadie nunca está a la altura del comportamiento intachable hacia ella que exige arrogándose, además, algo así como la vara de medir del nivel exacto de pertinencia de esas conductas tanto públicas como privadas.

          La actriz, habitual en las películas de Leigh, Marianne Jean-Baptiste, logra componer un personaje tan odioso que la película corre el peligro de hacer excesivamente real a la protagonista, quien consigue acabar cansando al espectador con el carácter arrogante, odioso y agresivo que no respeta nada ni a nadie y es capaz de arruinarlo todo, antes de enfrentarse a ella misma, como quiere su hermana que haga, porque, en el fondo, tampoco es tan difícil hacer el mínimo posible para que la convivencia no se envenene. El contraste, además, de la familia de la hermana, que vive en perfeta armonía con sus dos hijas ya mayores, dos jóvenes risueñas y animosas que respiran naturalidad y alegría, a pesar de los contratiempos vitales de los que nadie se escapa.

          Podríamos pensar que el «tipo» que describe la película es el clásico del gruñón, de la gruñona, del grumpy, en inglés, muy sancionado por la tradición. Pero no, estamos ante un caso verdaderamente patológico, porque una mujer que no logra salir de la cama por la mañana, que busca refugiarse en su cuarto de la adversidad esencial del mal matrimonio que ha formado y que tiene verdadera fobia a salir a exterior, un espacio que imagina lleno de agresiones que solo buscan herirla, acabar con ella.

          La película discurre, pues, básicamente, en interiores, y nos muestra muy a menudo el carácter casi paranoico de la mujer, defendiéndose contra una inexistente conjura contra ella en la que todo el mundo participa. La visita que hace al cementerio con su hermana, para honrar la memoria de su madre, y la celebración del día de la madre en casa de su hermana, adonde invita a comer al cuñado y al sobrino tiene un momento muy especial en el que una crisis de llanto de la protagonista paree estar propiciando una suerte de «despertar» de su neurosis, de reconocimiento de la mucha vida que se le está yendo en ese continuo quejarse de ser perseguida y, a su vez, perseguir a su propia familia, como cuando decide que se ha acabado la convivencia marital con su marido y saca todas las cosas de él del dormitorio conjunto y las deja de cualquier manera en el pasillo, dando a entender que el destino nocturno de él es dormir en el sofá, aunque padezca, por su trabajo como fontanero, de serios dolores de espalda, que jugarán un papel terrible en el desenlace de la película, aunque sea impropio usar el término «desenlace», porque, como ya hemos dicho, la historia capta la vida de la mujer en su discurrir habitual, no en ciertos momentos extraordinarios que se apartan de la vida corriente y moliente que todos han de soportar a partir del trastorno que ella padece y no reconoce. Eso sí, el momento escogido por el director para decidir que se ha acabado la incursión en la vida de una mujer tan desgraciada.

          Está claro que un personaje tan atrabiliario puede provocar momentos de humor no buscados, y ello, afortunadamente, sucede en la película y nos permite aliviar la tensión que tan catastrofista personalidad genera. Podríamos decir que se nos hiela la sonrisa, porque no estamos ante un tipo llevado al extremo para conseguir efectos hilarantes, sino ante una enferma mental que cava su propio trastorno hasta volver imposible salir de él o siquiera atisbar una posibilidad de ello.


No hay comentarios:

Publicar un comentario