Blue Jasmine: “Confiaba ciegamente en mi marido…”
Título original: Blue Jasmine
Año: 2013
Duración: 98 min.
País: Estados Unidos
Guión: Woody Alle
Música: Varios
Fotografía: Javier Aguirresarobe
Reparto: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Sally Hawkins, Bobby Cannavale, Peter Sarsgaard,Louis C.K., Michael
Stuhlbarg, Andrew Dice Clay, Max Casella, Tammy Blanchard,Alden Ehrenreich
No sé si el
azar escribe la Historia, pero esta vez sí que ha escrito el arranque de esta
crítica, porque ayer sábado me despedí del día en los Icària oyéndole jurar por
activa y por pasiva a una magnificent
Cate Blanchet -montada en el tranvía que lleva al deseo de toda actriz: el Óscar- el titulo de esta crítica, al que podría
añadir parte de la retahíla de disculpas que desgrana a lo larga de la escasa
pero intensa hora y media de proyección: “¿Cómo iba yo a saber?” “ Yo me
limitaba a firmar lo que él me ponía delante”. “¿Cómo podía sospechar yo que
hubiera algo ilegal en sus negocios?” “Ni se me pasó por la cabeza que todo
fuera un estafa”; y esta mañana de domingo me despierto con la prensa del día
en cuya portada una elegante y sonriente infanta Cristina –nada que ver con
aquel bodrio de Vicky, Cristina,
Barcelona, seguramente la peor película de Allen, junto con la disparatada
y descalabrada historia del director de cine invidente: Un final made in Hollywood- repite monótonamente la retahíla de la
protagonista de Blue Jasmine, una obra meritoria de Allen, pero hecha de
retales de su filmografía, como suele ser habitual, salvo error genial, en el
director neoyorquino.
La actualidad de
los entresijos mafiosos de la economía especulativa sólo tangencial, aunque poderosamente,
afectan a esta verdadera historia de
lucha de caracteres sociales que transparenta su verdadero fondo de dura lucha
de clases, representada en el propio seno de la familia, una suerte de Hombre rico, hombre pobre, en versión
femenina con separación, “Tú a Nueva York y yo a San Francisco”, de por medio.
Y no deja de ser significativo, desde el punto de vista de los escoliastas de
Allen, que la versión corrupta e hipócrita del ser humano sea la hermana
neoyorquina, una consumada maestra de la impostura, y que la versión espontánea
y entrañablemente humana, flaquezas incluidas, sea la sanfranciscana, una
interpretación de la amazing Sally
Hawkins, quien, con todo merecimiento, tiene poderosas razones interpretativas
para conseguir el Óscar a la mejor actriz de reparto. De hecho, el protagonismo
que va adquiriendo a medida que transcurre la historia nos hace echarla de
menos cuando la historia se centra en el drama de la hermana banal, mediocre y
pija, y cada vez que aparecen juntas le
va robando cámara a la Blanchet, alguna que otra vez excedida en su recreación
de la Blanche de Williams. Dos hermanas que casi no lo son, ambas adoptadas,
muestran dos caras del ser humano absolutamente antagónicas, y sobre esa
oposición entre la impostura y la espontaneidad construye Woody Allen su
película.
El trasunto argumental
de Un tranvía llamado Deseo que es
Blue Jasmine, no desmerece en modo alguno el guión, sino que lo enriquece con
unas resonancias clásicas que permiten al espectador establecer analogías y practicar
de continuo el entretenido juego de las semejanzas y diferencias. No olvidemos,
por si alguien no lo recuerda, lo que El
tranvía llamado Deseo debe de haber significado en la formación de Allen
como escritor y director. Seguro que sus seguidores no han olvidado una
recreación de Blanche que el propio Allen realizó, en forma de parodia, en
aquella película clásica El dormilón,
que tanto nos hizo reír a una generación, orgasmatrón incluido…
La película tiene
un ritmo ágil al narrar de forma alterna el desolado presente de la
protagonista y su esplendoroso pasado, que incluye también, como contrapunto
grotesco, el de su hermana-cenicienta que va a visitarla a Nueva York recién
casada con su polaco –y también aparece éste en camiseta blanca de tirantes en
una escena, como exige el guión…-; una historia que progresa hacia la cuidada
descripción de los dos personajes femeninos de una manera compleja y
emocionante, porque hay un combate de rechazos, emulaciones, desprecios,
compasión, miserias, fingimientos, mentiras y, sobre todo, alienaciones que
casi logra convencernos de que estamos ante una verdadera tragedia. En todo
caso, se trataría de “la tragedia de una mujer ridícula”, parafraseando el
título de aquella olvidable película de Bertolucci. Es impagable el proceso de
adaptación a su nueva realidad de la contrafigura de la señora de Madoff, en
cuyo caso se inspira directamente la película, reacción del hijo de ambos
incluida, aunque en la realidad uno de los hijos de Madoff se suicidó, y las
escenas de la recepción del dentista nos retrotraen al Allen ácido y burlón de
tantísimas películas; del mismo modo que la aparición de su nuevo príncipe azul
está rodado en clave de fotonovela, la actual telenovela, cuando la
protagonista recupera, fugazmente, la ilusión de volver “a su sitio”, del que
un encuentro inesperado, un auténtico “encontronazo” la exilia al Hades de la
insignificancia social y la pobreza, esto es, a la locura como único horizonte;
un episodio que se desdobla en la versión “cutre” del aventurero
extramatrimonial que induce a creer a Ginger que por fin la “clase” que ella
merece, según el proceso de idealización absurda del que le imbuye su hermana,
ha entrado en su vida. Ginger recupera a su mecánico, fantástica interpretación
también, por cierto, la de Bobby Cannavale, con una escena de mucho mérito en
el súper donde trabaja su prometida; pero Jasmine, marchita y enajenada,
derruida, en un cul-de-sac de consulta secesionista, acaba como homeless
enajenada sin interlocutor posible para sus alucinaciones, porque, en el fondo,
es la descripción de una alucinación, que deviene realidad, lo que se nos canta
en la película: Blue moon, You saw me standing alone. Without a dream in my
heart. Without a love of my own.
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