miércoles, 24 de septiembre de 2014



         
Yves Saint-Laurent: Al fondo del fondo de armario. (Detrás de un gran hombre hay, a veces, otro gran hombre.)



Título original: Yves Saint Laurent
Año: 2014
Duración: 101 min.
País: Francia
Director: Jalil Lespert
Guión: Jacques Fieschi, Jérémie Guez, Marie-Pierre Huster, Jalil Lespert
Fotografía: Thomas Hardmeier
Reparto: Pierre Niney, Guillaume Gallienne, Charlotte Le Bon, Laura Smet, Marie de Villepin, Nikolai Kinski, Ruben Alves, Astrid Whettnall, Marianne Basler, Adeline D'Hermy, Xavier Lafitte, Jean-Édouard Bodziak, Alexandre Steiger, Michèle Garcia, Olivier Pajot, Anne Alvaro




                                      



Aunque no se pone un énfasis excesivo en la cuestión, a lo largo de la película vemos que se plantea si la alta costura es un arte o una industria artesana, y si sus artífices máximos han de ser considerados creadores a la altura de los grandes pintores, músicos, escultores, arquitectos o cineastas,  teniendo en cuenta que en ambos casos es obvio que de igual manera que un pintor, por ejemplo, con un lienzo y pinturas como materia prima crea una obra de arte, un gran modisto desde un diseño, unos patrones y unas telas, más el trabajo artesanal de la confección, elabora otra- No lo resolveremos en esta crítica, por supuesto, pero en estos tiempos modernos, con la entronización de los diseñadores de moda, ya sea la haute couture, ya el famoso prêt-à-porter, y Yves Saint-Laurent es la biografía del genio creador de esta línea creativa que revolucionó el mundo del hasta ese momento exquisito y muy elitista mundo de la alta costura, y sus rituales y maneras de hacer absolutamente tradicionales, los modistos han alcanzado el mismo relieve popular y de estimación artística que los creadores de otras artes ya muy establecidas.
Quizás se comprenda mejor este planteamiento si ponemos el caso de la fotografía, que se halla en una situación muy parecida a la de la moda. Por más que llene museos, aún no hay un consenso universal como para poder hablar popularmente del octavo arte, y ya anticipo que próximamente traeré a esta sección la crítica de La sal de la tierra –título que rinde homenaje, por cierto, a la comprometida y al tiempo dramáticamente hermosa película de Herbert J. Biberman– un documental de Wim Wenders sobre la obra apasionante de Sebastiao Salgado, acaso uno de los fotógrafos más importantes de toda la historia del arte fotográfico.
Yves Saint-Laurent, les guste o no el mundo de la costura a los espectadores, es una película que refleja a la perfección la vida luminoso y tenebrosa de un ser nacido con un don al cual ha de consagrar la vid entera, porque esa excelencia que le permite destacar sobre quienes lo rodean en ese mundo exquisito, elegante y competitivo es su razón de existir, independientemente de los oscuros episodios que lo deprimieron y que están admirablemente retratados en la cinta. Con una vida tan polémica desde tan temprana juventud, pues desde los 21 años llega al puesto de modisto jefe de Christian Dior, y tan llena de excesos de todo tipo, el director –notable actor, por cierto, como lo demostró en Recursos humanos, de Laurent Cantet, una interesantísima película que en esta crisis que padecemos quizás debería ser reestrenada– ha preferido poner el acento en la tierna y dura historia de amor entre el artista y el mecenas que cuida de él hasta el fin de sus días con una fidelidad y una abnegación virtuosas que no esconden los desencuentros, los celos, las discrepancias e incluso la separación amorosa, que no emocional, porque como Saint-Laurent le confiesa en una escena de la película, el artista se enamora de otro hombre, pero Pierre será siempre “el hombre de su vida”. De hecho, poco antes de fallecer, firmaron lo que puede entenderse como un contrato nupcial.
La película no sólo nos ofrece la biografía del modisto, sino también una visión muy ajustada de una época de liberación de las costumbres, los años sesenta, la famosa Década Prodigiosa, en que se trastocaron los esquemas de la sociedad patriarcal y burguesa que encarnaba, en Francia, el general Degaulle. Yves Saint-Laurent formó parte destacada de aquella ola de creaciones provocadoras que no solo crearon una industria de la moda que hoy abre y cierra telediarios y mueve millones de dólares, sino también un estilo de vida y una nueva concepción burguesa de la existencia más liberal en sus comportamientos, la misma que le habrá llevado al PP a repensarse el hecho de continuar con la provaticanista reforma antiaborto promovida por Ruiz Gallardón en cumplimiento de un juramento hecho a su padre en el lecho de muerte de éste. Aquellos espectadores, que como este crítico, hayan vivido aquellos años tan preñados de esperanza en un cambio democrático en nuestro país, puede que incluso disfruten más del retrato de aquella época, sobre todo al recordar qué hacían ellos, por aquel entonces.
La vida de YSL –y no es que tenga ahora pereza de escribir su nombre completo, sino que quiero rendir homenaje al éxito que supone para un artista ser reconocido por la siglas de su nombre, como le ha ocurrido a JRJ y a CJC, por ejemplo; de ahí que sea absolutamente redundante que en el cartel anunciador de la película parezca su nombre completo– ha de entenderse también como la dura lucha de un homosexual que sufrió vejaciones y acoso desde la infancia y que reclutado para la guerra de Argelia no pudo convivir -¡ni respirar!- en el ambiente militar homófobo más de 20 días antes de ser licenciado forzosamente para acabar, a causa de la depresión sufrida, en un sanatorio donde recibe electroshocks y otros tratamientos de agresiva naturaleza, que le dejarán una secuela permanente y una propensión a refugiarse en las adicciones para contrarrestar su inseguridad patológica. Su deseo de triunfo tiene mucho que ver con la conquista de una posición social de privilegio desde la cual poder vivir con total libertad, o casi, su homosexualidad.
         Llevamos una racha excelente de películas biográficas hechas en Francia, como si nuestros vecinos hubieran encontrado la llave que abre la puerta de este género tan difícil, porque, habitualmente, cuando se quiere rodar una biografía suele acabarse rodando un biopic o una hagiografía infame. Todo el mundo recuerda películas recientes como  La vie en rose, de Olivier Dahan; Violette, de Martin Provost, aquí criticada, o Gainsbourg, de Joann Sfar, por ejemplo. Con esta última, guarda YSL no pocos puntos de contacto. De la misma manera que salen en esta película iconos  bien modernos, como Karl Lagerfeld –perfectamente interpretado por el hijo del famoso actor de los años 70 Klaus Kinski, de turbia historia–, aunque no aparece, obviamente, tan afectado y amanerado como ahora lo vemos; también podrían haber aparecido otros, como el mismo Gainsbourg o incluso en sus cacerías nocturnas el filósofo Foucault, por no hablar de actrices que lo escogieron como modisto de cabecera, digámoslo así, como Cattherine Deneuve o mi actriz preferida Jeanne Moureau.
Finalmente, me reservaba un merecido comentario elogioso para los actores que representan a Yves y Pierre, Pierre Niney, al artista y Guillaume Gallienne –director por cierto de una película que ahora me apetece ver, Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!–,  a Pierre Bergé.
Sin duda, sin el trabajo de ambos, y de todo el reparto en general, pero el peso de la película recae sobre ambos, esta biografía no tendría el mismo interés. El extraordinario parecido entre Niney e Yves recuerda muchísimo la del actor que interpretaba a Gainsboug, Eric Elmosnino, y el cantante. Ello es un factor indispensable para conseguir la verosimilitud de cuanto se narra. Es cierto que Niney abusa algo de ciertos tics, como el de toquetearse las gafas, acaso un gesto fiel al original, y de algunos giros de cabeza y algunas miradas demasiado repetidas, pero hay momentos de auténtico dramatismo o de notable comicidad, como la entrevista en la piscina en su casa de Marrakech, que sabe representar a la perfección. La sobriedad de Guillaume, por su parte, le permite componer un personaje que, como tributo del director al poco virtuoso y sufrido compañero del artista,  es el elegido como narrador de la historia mediante una voz en off. La historia, así pues, nos llega desde tan privilegiado punto de vista, desde el que se nos narra la vida tortuosa, genial y patética del inconfudible YSL con una garantía de objetividad que no logra ser enturbiada por  la devoción que Bergé sintió por él.

          

No hay comentarios:

Publicar un comentario