Título original: Yves Saint
Laurent
Año: 2014
Duración: 101 min.
País: Francia
Director: Jalil Lespert
Guión: Jacques Fieschi, Jérémie
Guez, Marie-Pierre Huster, Jalil Lespert
Fotografía: Thomas Hardmeier
Reparto: Pierre Niney, Guillaume
Gallienne, Charlotte Le Bon, Laura Smet, Marie de Villepin, Nikolai Kinski,
Ruben Alves, Astrid Whettnall, Marianne Basler, Adeline D'Hermy, Xavier
Lafitte, Jean-Édouard Bodziak, Alexandre Steiger, Michèle Garcia, Olivier
Pajot, Anne Alvaro
Aunque no se pone un énfasis excesivo en la
cuestión, a lo largo de la película vemos que se plantea si la alta costura es
un arte o una industria artesana, y si sus artífices máximos han de ser
considerados creadores a la altura de los grandes pintores, músicos, escultores,
arquitectos o cineastas, teniendo en
cuenta que en ambos casos es obvio que de igual manera que un pintor, por
ejemplo, con un lienzo y pinturas como materia prima crea una obra de arte, un
gran modisto desde un diseño, unos patrones y unas telas, más el trabajo
artesanal de la confección, elabora otra- No lo resolveremos en esta crítica,
por supuesto, pero en estos tiempos modernos, con la entronización de los
diseñadores de moda, ya sea la haute couture, ya el famoso prêt-à-porter, y Yves Saint-Laurent es
la biografía del genio creador de esta línea creativa que revolucionó el mundo
del hasta ese momento exquisito y muy elitista mundo de la alta costura, y sus
rituales y maneras de hacer absolutamente tradicionales, los modistos han
alcanzado el mismo relieve popular y de estimación artística que los creadores
de otras artes ya muy establecidas.
Quizás se comprenda mejor este planteamiento
si ponemos el caso de la fotografía, que se halla en una situación muy parecida
a la de la moda. Por más que llene museos, aún no hay un consenso universal
como para poder hablar popularmente del octavo arte, y ya anticipo que próximamente
traeré a esta sección la crítica de La
sal de la tierra –título que rinde homenaje, por cierto, a la comprometida
y al tiempo dramáticamente hermosa película de Herbert J. Biberman– un
documental de Wim Wenders sobre la obra apasionante de Sebastiao Salgado, acaso
uno de los fotógrafos más importantes de toda la historia del arte fotográfico.
Yves
Saint-Laurent, les guste o
no el mundo de la costura a los espectadores, es una película que refleja a la
perfección la vida luminoso y tenebrosa de un ser nacido con un don al cual ha
de consagrar la vid entera, porque esa excelencia que le permite destacar sobre
quienes lo rodean en ese mundo exquisito, elegante y competitivo es su razón de
existir, independientemente de los oscuros episodios que lo deprimieron y que
están admirablemente retratados en la cinta. Con una vida tan polémica desde
tan temprana juventud, pues desde los 21 años llega al puesto de modisto jefe
de Christian Dior, y tan llena de excesos de todo tipo, el director –notable
actor, por cierto, como lo demostró en Recursos
humanos, de Laurent Cantet, una interesantísima película que en esta crisis
que padecemos quizás debería ser reestrenada– ha preferido poner el acento en
la tierna y dura historia de amor entre el artista y el mecenas que cuida de él
hasta el fin de sus días con una fidelidad y una abnegación virtuosas que no
esconden los desencuentros, los celos, las discrepancias e incluso la
separación amorosa, que no emocional, porque como Saint-Laurent le confiesa en
una escena de la película, el artista se enamora de otro hombre, pero Pierre
será siempre “el hombre de su vida”. De hecho, poco antes de fallecer, firmaron
lo que puede entenderse como un contrato nupcial.
La película no sólo nos ofrece la biografía
del modisto, sino también una visión muy ajustada de una época de liberación de
las costumbres, los años sesenta, la famosa Década Prodigiosa, en que se
trastocaron los esquemas de la sociedad patriarcal y burguesa que encarnaba, en
Francia, el general Degaulle. Yves Saint-Laurent formó parte destacada de
aquella ola de creaciones provocadoras que no solo crearon una industria de la
moda que hoy abre y cierra telediarios y mueve millones de dólares, sino
también un estilo de vida y una nueva concepción burguesa de la existencia más
liberal en sus comportamientos, la misma que le habrá llevado al PP a
repensarse el hecho de continuar con la provaticanista reforma antiaborto
promovida por Ruiz Gallardón en cumplimiento de un juramento hecho a su padre
en el lecho de muerte de éste. Aquellos espectadores, que como este crítico,
hayan vivido aquellos años tan preñados de esperanza en un cambio democrático
en nuestro país, puede que incluso disfruten más del retrato de aquella época,
sobre todo al recordar qué hacían ellos, por aquel entonces.
La vida de YSL –y no es que tenga ahora
pereza de escribir su nombre completo, sino que quiero rendir homenaje al éxito
que supone para un artista ser reconocido por la siglas de su nombre, como le
ha ocurrido a JRJ y a CJC, por ejemplo; de ahí que sea absolutamente redundante
que en el cartel anunciador de la película parezca su nombre completo– ha de
entenderse también como la dura lucha de un homosexual que sufrió vejaciones y
acoso desde la infancia y que reclutado para la guerra de Argelia no pudo
convivir -¡ni respirar!- en el ambiente militar homófobo más de 20 días antes
de ser licenciado forzosamente para acabar, a causa de la depresión sufrida, en
un sanatorio donde recibe electroshocks y otros tratamientos de agresiva
naturaleza, que le dejarán una secuela permanente y una propensión a refugiarse
en las adicciones para contrarrestar su inseguridad patológica. Su deseo de
triunfo tiene mucho que ver con la conquista de una posición social de
privilegio desde la cual poder vivir con total libertad, o casi, su
homosexualidad.
Llevamos una
racha excelente de películas biográficas hechas en Francia, como si nuestros
vecinos hubieran encontrado la llave que abre la puerta de este género tan
difícil, porque, habitualmente, cuando se quiere rodar una biografía suele
acabarse rodando un biopic o una
hagiografía infame. Todo el mundo recuerda películas recientes como La vie
en rose, de Olivier Dahan; Violette,
de Martin Provost, aquí criticada, o Gainsbourg,
de Joann Sfar, por ejemplo. Con esta última, guarda YSL no pocos puntos de
contacto. De la misma manera que salen en esta película iconos bien modernos, como Karl Lagerfeld
–perfectamente interpretado por el hijo del famoso actor de los años 70 Klaus
Kinski, de turbia historia–, aunque no aparece, obviamente, tan afectado y
amanerado como ahora lo vemos; también podrían haber aparecido otros, como el
mismo Gainsbourg o incluso en sus cacerías nocturnas el filósofo Foucault, por
no hablar de actrices que lo escogieron como modisto de cabecera, digámoslo
así, como Cattherine Deneuve o mi actriz preferida Jeanne Moureau.
Finalmente, me reservaba un merecido
comentario elogioso para los actores que representan a Yves y Pierre, Pierre
Niney, al artista y Guillaume Gallienne –director por cierto de una película
que ahora me apetece ver, Guillaume y los
chicos, ¡a la mesa!–, a Pierre
Bergé.
Sin duda, sin el trabajo de ambos, y de todo
el reparto en general, pero el peso de la película recae sobre ambos, esta
biografía no tendría el mismo interés. El extraordinario parecido entre Niney e
Yves recuerda muchísimo la del actor que interpretaba a Gainsboug, Eric
Elmosnino, y el cantante. Ello es un factor indispensable para conseguir la
verosimilitud de cuanto se narra. Es cierto que Niney abusa algo de ciertos
tics, como el de toquetearse las gafas, acaso un gesto fiel al original, y de
algunos giros de cabeza y algunas miradas demasiado repetidas, pero hay
momentos de auténtico dramatismo o de notable comicidad, como la entrevista en
la piscina en su casa de Marrakech, que sabe representar a la perfección. La
sobriedad de Guillaume, por su parte, le permite componer un personaje que,
como tributo del director al poco virtuoso y sufrido compañero del
artista, es el elegido como narrador de
la historia mediante una voz en off. La historia, así pues, nos llega desde tan
privilegiado punto de vista, desde el que se nos narra la vida tortuosa, genial
y patética del inconfudible YSL con una garantía de objetividad que no logra
ser enturbiada por la devoción que Bergé
sintió por él.
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