El amor imposible,
eterno y constante, más allá de la muerte: Cold
Ward o cierta afectación estética de la puesta en escena para un intermitente
amor entre desiguales.
Título original: Zimna wojna
Año: 2018
Duración: 88 min.
País: Polonia
Dirección: Pawel Pawlikowski
Guion: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki
Fotografía: Lukasz Zal (B&W)
Reparto: Joanna Kulig, Tomasz
Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc,
Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam
Woronowicz, Adam Ferency, Adam Szyszkowski.
Aunque el título llame a
engaño, Guerra fría, y aunque el contexto político determina el
curso del amor que nace entre un músico folclorista y jazzístico, y una
hermosísima cantante de canciones tradicionales, la película
solo tangencialmente se centra en cómo afecta aquel fenómeno histórico al amor profundo entre ambos
músicos, si bien ello se acentúa al final de la historia con mayor intensidad,
cuando el músico exiliado, por amor a ella, decide dejarlo todo y volver a su
país para “recuperarla”. El esteticismo de la película, con un blanco y negro
que funciona a las mil maravillas, no solo para describir la miserable y tenebrosa
realidad social de los empobrecidos años 50, se impone a la historia de tal manera
que la propia historia de amor entre los dos protagonistas, tan atractivos
ambos, aunque ella más, queda como desangelada, fría, impostada, tópica y algo
superficial. Se recupera al final, pero incluso en esos momentos, tan cerca ya
de la devastación total, queda un poso de incomprensión en el aire que vuelve
injustificables y algo caprichosas no pocas decisiones de los protagonistas.
Sí, es un amor fou, pero está muy
lejos de la pasión absoluta. Cae más de lleno en el desencuentro absoluto y en
la incomunicación, lo cual se suma a la escasa sofisticación de ella y a la muy
superior profesionalización y cosmopolitismo de él. Las primera media hora de
película es absorbente y espectacular: el trabajo de campo de él, como músico
folclorista grabando por los pueblos perdidos de Polonia viejas canciones que
no quiere que desaparezcan con los nuevos tiempos del realismo socialista, en
el que todo, incluso las canciones populares -convenientemente adaptadas, como
le dice el jerarca del Partido-, han de convertirse en armas de propaganda
masiva del Régimen, es un tramo fantástico de la película, e incluso más
interesante que la propia historia de amor que le sucederá en la labor de
captar el interés del espectador. Esa labor de campo me recuerda, por un lado a
Joaquín Díaz, el gran folclorista castellano, heredero de Agapito Marazuela, y,
por otro, en la música clásica, a Béla Bartók y su labor con el folclore
húngaro. El aire documental y la rusticidad de los elementos con que
graban el material consiguen una
sensación de vida casi aventurera que impresiona al espectador. Sobre todo por
las requeteadversas condiciones atmosféricas en que han de realizar tal labor.
Las canciones folclóricas, además, son, como todos los folclores del mundo, de
una belleza congénita especial. Me
parecía estar escuchando uno de aquellos programas prodigiosos de la emisora
clásica de RNE dirigido por Sofía Noel: La vida en música. Cuando realizan el
casting para seleccionar cantantes para el coro, una joven capta la atención
del músico y ahí se inicia un romance que se va alternando con una muestra de
la labor folclórica, música y danza, que se ve con supremo agrado, y en el que
la joven cada vez va ganando mayor protagonismo, aunque su relación con el
director musical tiene un extraño aire clandestino de difícil explicación,
aunque el interés del jerarca del partido por ella supone, me imagino, una invitación
a andarse con pies de plomo. Cuando, tras el cambio al repertorio “socialista”,
sugerido por las autoridades, el grupo folclórico amplía el radio de sus
conciertos, aparece la tentación de pasar de Berlín a la “zona libre” y
especialmente a Francia, cuna, entonces, de una pasión por el jazz en la que el
músico puede abrirse paso. Se trata de emprender una vida alejada de ese
ordenancismo totalitario que ni siquiera respeta las verdaderas raíces del arte
popular; pero en ese momento crucial, ella, temerosa y apegada a su patria, no
se decide a dar el paso y seguirlo, por temor a no poder “ser”, es decir, por miedo de convertirse, fuera de su medio de toda la vida, en una don nadie. Más tarde si lo hace, y él trabaja para convertirla en una cantante moderna que actualiza, en clave de jazz, la rica herencia
folclórica polaca, y ha de reconocerse que el arreglo de la canción tradicional
que hemos conocido de otras dos formas a lo largo de la película, cantada en un
club parisino con una iluminación al estilo de los grandes recitales en el Olympia es uno de los
momentos más bellos de la película, junto con el insuperable momento final que
no revelaré por nada del mundo y que justifica, por sí solo, que se vea la película.
La relación entre ambos se deteriora y ella, que está convencida de ser un
fardo para él y sus excelentes relaciones, con hombres y mujeres, en un mundo
en el que ella parece estar de más, decide marcharse de nuevo a Polonia, donde
acaba casándose y teniendo un hijo con el jerarca del partido, además de
dedicarse a una canción moderna, imitación de la canción italiana propia del
Festival de San Remo, que la convierten, peluca negra incluida, en “otra”
mujer, extrañada totalmente de su vida y de lo que la rodea. Es justo en ese
momento cuando él acaba decidiendo que quiere rescatarla, razón por la cual se
presenta en la embajada de su país, un extraordinario plano con la ventana abierta
y la Torre Eiffel al fondo, y con un funcionario que trata de persuadirlo de
seguir disfrutando del “bien” que tiene en vez de perderlo todo y volver a su
patria para afrontar una condena que lo llevará a la cárcel. Entonces entramos,
de nuevo, en una fase de la historia que supera el bache sufrido en un intermedio
parisino demasiado tópico, los celos incluidos, y recobramos el esplendor de
los inicios. El tramo final podemos considerarlo, con el principio folclórico,
lo mejor de la película, y el desenlace último, de antología, uno de los
mejores finales del cine. Te deja un sabor de boca extraordinario, aunque no
logra extinguir cierto tedio al que el espectador ha de saber sobreponerse para
poder disfrutar del final como debe. Aunque algo más floja que Ida, quizás por
la falta de historia propiamente dicha, que no compensa una realización
esmeradísima, la película tiene, con todo, un alto nivel de calidad y prueba de
ello son las adhesiones entusiastas que recibe, y de las que me veo en el trance
de discrepar, matizadamente.
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