Título original: Jag är
Ingrid
Año: 2015
Duración: 114 min.
País: Suecia
Dirección: Stig Björkman
Guion: Stig Björkman, Dominika Daubenbüchel, Stina Gardell
Música: Eva Dahlgren,
Michael Nyman
Fotografía: Eva Dahlgren,
Malin Korkeasalo
Reparto: Documental,
intervenciones de: Ingrid Bergman, Jeanine Basinger, Pia Lindström, Fiorella
Mariani, Isabella Rossellini, Isotta Rossellini, Roberto Rossellini, Liv
Ullmann, Sigourney Weaver. Voz: Alicia Vikander.
Título original: Sylvia
Plath: Inside the Bell Jar
Año: 2018
Duración: 59 min.
País: Reino Unido
Dirección: Teresa Griffiths
Música: Guy Farley
Fotografía: Jonathan
Partridge
Reparto: Documental.
Dos aproximaciones biográficas sobre la inseguridad y la ambición del triunfo: Una actriz y una escritora: Ingrid Bergman y Sylvia Plath en busca de su lugar en el mundo.
Dos mujeres muy
distintas, dos vidas separadas por un abismo: el de la fortaleza vital
mantenida contra viento y marea y el de
la vulnerabilidad psicológica. Ambas dan pie a dos documentales en los que las
imágenes de época marcan de forma determinante el interés del espectador,
porque no es lo mismo una vida en imágenes (con el riesgo implícito de caer biopic)
que las imágenes de una vida, las cuales nos rescatan una visión, a menudo
inédita, de la artista en cuestión.
En el caso de
Sylvia Plath hay pocas imágenes en movimiento y muchas fotografías que, bien
montadas, nos permiten recrear lo que fue su estancia en Nueva York, inicio de
una carrera literaria que tardaría lo suyo en traspasar las a menudo férreas
lindes de la intimidad para acceder al gran público, algo que a ella le sucedería
con posterioridad a su suicidio. No hace mucho, cuando vimos Nieva en
Benidorm, de Coixet, nos sorprendió la referencia a Sylvia Plath y su
vinculación con la localidad, donde pasó parte de su luna de miel con el poeta
Ted Hughes, que alguna participación tuvo, indirecta, en el desengaño y la
desolación de su esposa. La vida doméstica de la poetisa y autora de diarios y
una novela decididamente autobiográfica no soportó la infidelidad del marido y
acabó suicidándose, tras de lo cual, le llegó el reconocimiento a su obra,
administrada, paradójicamente, por su marido, a quien se achaca la destrucción
de una parte de sus diarios en los que se hablaba de su relación matrimonial.
El documental, no obstante, se centra en la primera etapa de la vida
intelectual de la escritora, cuando, siendo aún una adolescente, fue «becada»
por una revista para instalarse en Nueva York con otras aspirantes a artistas
para desarrollar sus capacidades. La vida de la ciudad en esos años, su
juventud, el choque entre la mentalidad propia de una vida familiar muy
restringida y controlada por su madre, y el bullicio y el dinamismo de la
ciudad «que nunca duerme» permiten al espectador bucear en un momento de la
historia de la ciudad en el que se va perfilando una nueva concepción de la
mujer, alejándola del rol tradicional de ama de casa para convertirse en
elemento dinamizador de un nuevo modo de entender a las mujeres y su relación
con los hombres, aunque los desequilibrios psicológicos de la poetisa, quien
con toda probabilidad padecía bipolaridad según los últimos diagnósticos, la
llevaron a perecer en el intento. El documental presenta los valiosos
testimonios de las jóvenes que compartieron con ella la aventura neoyorquina de
abrirse a horizontes para los que se habían de tener no pocas cualidades. Es
cierto que la poesía no es, en principio, un “arma social” que pueda abrir
excesivas puertas, pero no es menos cierto que el contacto con el periodismo
siempre ha abierto campos insospechados para los dominantes amantes de la
escritura. Lo que llama la atención del espectador es esa aura de alejamiento
que rodea a la autora, a la que, incluso aun sonriendo en grupos y fiestas, se
la percibe sola y vuelta a su atormentado interior, en aquellos años, de
fabulaciones que, andando el tiempo, se cumplirían para bien y para mal. Poco
se sabía, entonces, de la bipolaridad y los peligrosos extremos, maniaco y
depresivo, de la misma, y es muy posible que un tratamiento específico, como
los actuales, la hubiera salvado la vida. En fin, especulaciones absurdas. El
testimonio de la hija —su hermano también se suicidó— añade ese factor
emocional que permite evocar su vida como un acto de belleza y de imposible
supervivencia a las adversidades que a menudo conlleva el mero hecho de vivir.
El documental,
más largo, de Ingrid Bergman se sustenta sobre un material documental que la
actriz cuidó desde bien pequeña y en la que ella aparece como protagonista de
películas rodadas por su padre, un gran admirador de ambos, del cine y de ella,
y por películas familiares rodada por ella misma o por allegados como, por
ejemplo, su conflictivo emparejamiento con otro grande del cine, Rossellini, a
quien ella buscó. El recuerdo de los padres, de sus diarios de última
adolescencia y juventud, así como cartas a sus amigas y, después a su marido,
de quien se separa temporalmente tras aceptar un contrato en Hollywood, permiten
ir indagando en una personalidad muy abierta a nuevas experiencias vitales que
fueron conformando una suerte de vida nómada en la que, a pesar de su indudable
espíritu maternal, sus hijos fueron los grandes damnificados, no tanto por negligencia
de ella, cuanto por la intensa necesidad de compartir más tiempo con ella y
disfrutar de su alegría y de su cariño. Si la vida de los artistas a veces es
dura, la de los hijos de los artistas no lo es menos, emocionalmente, al menos.
El documental perfila
la biografía de una profesional volcada en su carrera, con una entrega absoluta
que la lleva a anteponerla a sus propias circunstancias familiares, lo que va
forjando una independencia que solo se somete a alguien cuando ella lo desea,
como fue el caso de su relación con Rossellini, con quien hizo algunas
películas extraordinarias, Stromboli, Te querré siempre o Ya
no creo en el amor. Hoy no nos hacemos cargo de lo transgresor que fue
abandonar a su marido y su hijo en Usamérica para irse a vivir sin matrimonio
de por medio con otro hombre, en Italia, pero la campaña mediática contra la
actriz acabó convirtiéndose poco menos que en una aversión nacional contra la
actriz, quien pasó mucho tiempo sin regresar para rodar allí, y donde no volvería
a instalarse, porque tras la unión con Rossellini, se instaló en Francia y
posteriormente en Inglaterra. Es gracioso oírle explicar la necesidad que tenía
de rodar algo que no entrañara tan alto pathos dramático como los rodajes de
Rossellini le imponían. Por eso aceptó rodar con Jean Renoir una deliciosa farsa
cómica como Elena y los hombres y, más tarde, Anastasia, por la que
recibió un Oscar. Interesante
sobremanera es su relación con otro importantísimo compañero de profesión,
Ingmar Bergman, sueco como ella, y cuya «autoridad» tanto le imponía.
La presencia ante
cámara de los hijos, explicando la historia de sus padres, y más específicamente
de su madre, consigue levantar ante los espectadores la biografía íntima de la
actriz con una naturalidad exenta de poses e imposturas que los espectadores
agradecemos de corazón. Son innumerables las anécdotas que salpican el relato y
que consiguen esa magia de hacernos partícipes a los espectadores de la vida
cotidiana de una actriz que, ya desde Casablanca, conquistó un lugar
inexpugnable en nuestra memoria.
Cuando volvió a
Usamérica, un periodista, a pie de la escalerilla, por la que descendió
majestuosa, le preguntó si se arrepentía de algo. Ella contestó que solo se
arrepentía de lo que no hacía. Me parece una perfecta definición de su
personalidad y de su carácter.
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