Una película
bien tramada sobre la violencia sexual y su calificación legal.
Título original: Les Choses
humaines
Año: 2021
Duración: 138 min.
País: Francia
Dirección: Yvan Attal
Guion: Yvan Attal, Yaël
Langmann. Novela: Karine Tuil
Música: Mathieu Lamboley
Fotografía: Rémy Chevrin
Reparto: Ben Attal; Suzanne
Jouannet; Charlotte Gainsbourg; Pierre Arditi; Audrey Dana;
Mathieu Kassovitz; Judith Chemla; Benjamin Lavernhe; Franz-Rudolf Lang; Laëtitia
Eïdo;
Camille Razat: Romain Barreau.
Yvan Attal es
un director que maneja estupendamente el código de la comedia, como demostró en
Buenos principios y, anteriormente, en Una razón brillante, donde,
sin embargo, ensanchaba el género para acoger denuncias sociales que, dejando ahora
de lado la comedia, se han apoderado de una de sus últimas películas, El
acusado, un caso de denuncia de violación que reúne todos los ingredientes
para convertirse en una película polémica. Como la acción transcurre en
Francia, ello nos garantiza que en el debate que la película suscita no se
cruzará la reciente ley, llamada del «sí es sí» y que, en España, puede, junto
con otras, acabar costándole la presidencia del gobierno al actual presidente
en funciones.
La situación parece
abrirse muy tangencialmente, con los problemas que tiene un comunicador al que
quieren reconfigurarle su programa de éxito en la televisión, y ello a través
de alguien que se acostó con él, entre otras cosas, para promocionarse y acabar
teniendo poder sobre el entonces famoso e indiscutible personaje, a quien van a
entregarle en breve una alta condecoración nacional. Y sigue con la entrevista
a la madre del protagonista y exesposa del comunicador, una feminista combativa,
que se enfrenta a otra feminista a la que podemos llamar «podemita», para
entendernos, quien la acusa de racismo por defender, la primera, la dura aplicación
de la ley contra los inmigrantes que cometen delitos sexuales. Como se
advierte, pues, el planteamiento se perfila de forma algo tangencial, pero
entrando de lleno en el meollo del asunto, aunque aún, como espectadores, lo
ignoramos.
De
forma paralela, llega a París, procedente de una afamada universidad usamericana,
el hijo de ambos, quien aterriza en la casa donde solo encuentra a la fiel
criada de la familia. Finalmente, queda con su madre, conoce a la pareja de su
padre y, de paso, a la hija de él, con quien comparten la cena y una breve velada
musical que dará pie a una posterior salida de ambos jóvenes hacia una fiesta a
la que ella se suma. Un tercer hilo narrativo nos describe el encuentro del padre
con una becaria, con quien acaba intimando en la habitación del hotel donde él
suele refugiarse a menudo, la cual desaparece del trabajo de forma misteriosa,
sin avisar ni dar ninguna explicación que los socorridos «motivos familiares».
La noche discurre tranquilamente hasta que
la policía, al amanecer, llama a la puerta del hijo y lo detiene como
sospechoso de haber cometido un grave delito. Luego nos enteramos de que ha
sido denunciado por violación por la hija de la pareja de su madre.
Un suceso así, para una pareja como la de
la película, ambos conocidos por el gran público, ya puedo uno imaginarae cómo cae:
entre el disparate, lo inverosímil y una gran e imperdonable equivocación. En
la otra familia, anónima y judía —lo señalo porque el factor religioso tiene
importancia en el desarrollo de los acontecimientos y en las argumentaciones de
la acusadora y del letrado defensor—, no tardamos en comprobar la dimensión del
suceso, porque el padre de la violada interrumpe la convivencia con la madre del
violador, no sin un desgarro del que, más adelante, sabremos algo más.
La buena estructura del guion nos conduce,
unos dos años y medio después de los hechos, y estando el acusado en prisión por
haber violado la ley de alejamiento respecto de la víctima, un juicio en el que
se ha de juzgar si hubo o no delito de violación y, por lo tanto, el inculpado
es o no culpable. Estamos, pues, a pesar de la magnífica introducción al caso,
en una película del género judicial, si bien el juicio en sí, aunque determinante,
está muy bien compensado con el ácido retrato social del triunfo, por un lado,
y del drama sobrevenido por causas jenas a uno mismo, pero que te comprometen
radicalmente, en el segundo, como es el caso de la feminista cuyo hijo es acusado
de violación y del padre de ella que es pareja de l madre del acusado.
Está claro que no es una crítica el lugar
donde reproducir el interesante debate judicial, psicológico y ético a que dan
pie los hechos; pero sí me compete trasladar a los futuros espectadores mi
convicción de que Yvan Attal ha desarrollado el tema con una honestidad total,
escapando en todo momento de un planteamiento frívolo que, al modo del
bochornoso ministerio de «Igualdad» español, tanto daño ha causado,
precisamente, las víctimas de una lacra
como la de la violencia sexual contra las mujeres.
La película se centra en la familia del
joven, pero huye del partidismo y de la empatía encubierta, y eso se le agradece
a l película, aunque tampoco me extrañaría que alguien defendiera que sí hay una
cierta toma de partido hacia el joven. Con ello me refiero a que la película no
deja indiferente a los espectadores y
les obliga ser cuidadosos a la hora de
establecer preferencias, o de no establecer ninguna.
Podríamos hablar de una película «familiar»
en el sentido de que el joven protagonista es hijo real de la madre, Charlote
Gainsbourg,y del director, Yvan Attal, lo que no quita para que la elección del
actor haya sido excelente, porque su nivel de interpretación roza el sobresaliente.
Imagino que ser madre e hijo reales en
un caso ficticio tan devastador para la
víctima y tan innoble para el acusado no debe de haber sido un trago fácil: el
director ha exigido de ellos ponerse en el peor de los papeles, pero,
curiosamente, la película sale beneficiada por esa circunstancia.
Curiosamente, nuestra situación política
convierte a esta película en un hecho cultural de largo alcance en España, y lo
que deberíamos preguntarnos es por qué una película así no la ha hecho nadie
aquí…
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