lunes, 5 de agosto de 2024

«Pretty Red Dress», de Dionne Edwards o la complejidad sexual en el seno familiar.

 

Poderoso retrato, en una comunidad británica negra, de la desestructuración familiar.

 

 

 

Título original: Pretty Red Dress

Año: 2022

Duración: 110 min.

País: Reino Unido

Dirección: Dionne Edwards

Guion: Dionne Edwards

Reparto: Natey Jones; Alexandra Burke; Temilola Olatunbosun; Tsemaye Bob-Egbe; ; Chevone Stewart; Katrina Pollard; Misha Malcolm; Carlos Hercules; Alex Chadwick; Winston Rollins; Izalni Nasciemento Jr.; Jo Wheatley; Emeka Sesay; Michael Junior Onafowokan; Adé Dee Haastrup; Joshua Blisset; Eliot Sumner; Andrea Francis.

Fotografía: Adam Scarth

Música: Brijs.

 

          Muy curiosa, y hasta sorprendente, esta película británica, ambientada en una comunidad negra y en la que se nos narra un caso de desestructuración familiar que lidia con la identidad sexual y los roles de género. La película arranca con un número musical impactante que parece augurar un musical, género al que soy adicto. Y aunque la música forma parte de la historia, porque la protagonista aspira a conseguir un contrato para un musical en el que ha de encarnar a Tina Turner, pronto advertimos, con a salida de su esposo de la cárcel, que la historia va a seguir unos derroteros que ni nos imaginamos. La relación entre el padre y la hija, esta es la tercera protagonista de esta historia intrafamiliar de una familia amenazada por la descomposición, no es precisamente la mejor imaginable, y la madre, que es consciente del pobre ejemplo que significa su marido para su hija, la tiene inscrita en un colegio que ella concibe como ascensor social, aunque no deja de recibir avisos de la dirección por su conducta errática y conflictiva.

          A partir de un traje rojo de lentejuelas que el marido regala a su mujer, quien, tras tenerlo en la mano, lo había desechado por ser muy caro, después de recibir un adelanto por parte de su hermano, con quien entra a trabajar a pesar de la mala relación que tiene con él, va a desatarse un conflicto en el que al espectador ni se le había ocurrido pensar La rivalidad con el hermano triunfador es indisociable del conflicto entre los esposos que va a desatarse cuando, al volver la esposa a casa sin haber avisado, se encuentra al marido disfrazado de mujer con el vestido rojo de lentejuelas, los labios pintados y una peluca: un caso de travestismo que él desliga radicalmente de cualquier inclinación homosexual, aunque la ambigüedad a ese respecto se mantiene durante toda la película. Para darnos cuenta exacta del «choque» de la mujer, que es el mismo que el del espectador, hemos de visualizar el físico de un hombre hipermusculado, paradigma estándar de la masculinidad, sobre todo si hablamos de un expresidiario.

          Es admirable cómo, a partir de un objeto cotidiano, un vestido espectacularmente llamativo —anunciado cuando, estando con un grupo de colegas del barrio, en un ambiente muy «masculino», pasa por la acera opuesta una mujer exuberante con un traje rojo que se lleva detrás de ella la mirada del recién liberado de la cárcel. Más tarde confirmamos, centrados ya en el travestismo del sujeto, que la mirada no era hacia la mujer, sino hacia el vestido. Un detalle que confirma el buen hacer de un guion que estructura la historia alrededor del vestido, sí, pero también de cómo las ambiciones de los tres miembros de la familia giran en torno a él. La madre, porque causa impresión en el jurado seleccionador de las candidatas a interpretar a Tina Turner; el padre, porque entra casi en éxtasis al verse embutido en tan sucinto traje que destaca sus curvas masculinas llenándolas de un potente erotismo; la hija, porque, siguiendo los consejos de la madre, acaba cediendo a sus deseos de que se vista como una mujer, en vez de como un chico, sin el mejor atractivo. La historia de la identidad sexual de la hija, ocultada a la madre, quien se hace ilusiones acerca de «convertir» a su hija en una verdadera mujer, es decir, que se niega radicalmente  a aceptar la homosexualidad de su hija, esté en el estadio en que esté, porque ella no la quiere aceptar, pero las relaciones de su hija no dejan lugar a dudas.

          Más allá de la anécdota de esa revolución sexogenérica que se produce en una misma casa, justo, además, cuando la madre, cantante, está a punto de lograr el contrato de su vida, la historia forma parte del constante cuestionamiento social de tendencias genéricas o sexuales que se abren paso hacia la normalidad de una «aceptación» social no siempre fácil. La historia del marido, que no solo ha de hacer frente a su propio núcleo familiar, sino que, extendida la noticia a través de la hija, que le hace la confidencia a una amiga íntima, a la que le falta tiempo para propagarla casi con megáfono, ha de enfrentarse a su medio social e incluso a su propio hermano con quien, como es previsible, acaba enfrentándose a puñetazo limpio, la única manera, parece ser, en que algunos hermanos han de dirimir celos y agravios que, a veces, se extienden a lo largo de toda una vida.

          A modo de anécdota, he leído en IMDB que la productora tuvo serios problemas con el reparto, a la hora de elegir al marido travestí, porque fueron numerosos, al parecer, los actores que se negaron a aparecer travestidos, los mismos a quienes no les hubiera importado aparecer como un asesino en serie, por ejemplo. Ello hace más extraordinario aún el coraje del protagonista, Natey Jones, quien expresa a la perfección la irresistible pasión que, a su manera, me ha recordado a la de Ed Wood, en unos tiempos heroicos en los que aún era más rechazada esa particular identificación con la apariencia femenina en un hombre que no renuncia a serlo. Jones, en un bucle emocionante de la historia, acaba estrechando lazos con su hija, de la que hasta entonces vivía muy distanciado: ambos son dos «extraños» en el mundo de «normalidad» que la madre quiere conseguir a toda costa, aunque ello suponga el divorcio del marido y el alejamiento definitivo de su hija. Está claro el desafío que sufre la madre y esposa. Está claro, también, el poder irrefrenable del deseo. Entre Scila y Caribdis, la protagonista, una magnífica Alexandra Burke, ha de buscar su camino, que no fue el del protagonismo mediático, pero sí el del abrirse paso con su grupo y, acaso, replantearse sus propios principios, los que le han cambiado radicalmente la vida. Se trata de una película peculiar pero de alcance universal.

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