Poderoso
retrato, en una comunidad británica negra, de la desestructuración familiar.
Título original: Pretty Red
Dress
Año: 2022
Duración: 110 min.
País: Reino Unido
Dirección: Dionne Edwards
Guion: Dionne Edwards
Reparto: Natey Jones; Alexandra
Burke; Temilola Olatunbosun; Tsemaye Bob-Egbe; ; Chevone Stewart; Katrina
Pollard; Misha Malcolm; Carlos Hercules; Alex Chadwick; Winston Rollins; Izalni
Nasciemento Jr.; Jo Wheatley; Emeka Sesay; Michael Junior Onafowokan; Adé Dee
Haastrup; Joshua Blisset; Eliot Sumner; Andrea Francis.
Fotografía: Adam Scarth
Música: Brijs.
Muy curiosa, y
hasta sorprendente, esta película británica, ambientada en una comunidad negra
y en la que se nos narra un caso de desestructuración familiar que lidia con la
identidad sexual y los roles de género. La película arranca con un número musical
impactante que parece augurar un musical, género al que soy adicto. Y aunque la
música forma parte de la historia, porque la protagonista aspira a conseguir un
contrato para un musical en el que ha de encarnar a Tina Turner, pronto
advertimos, con a salida de su esposo de la cárcel, que la historia va a seguir
unos derroteros que ni nos imaginamos. La relación entre el padre y la hija,
esta es la tercera protagonista de esta historia intrafamiliar de una familia
amenazada por la descomposición, no es precisamente la mejor imaginable, y la
madre, que es consciente del pobre ejemplo que significa su marido para su
hija, la tiene inscrita en un colegio que ella concibe como ascensor social,
aunque no deja de recibir avisos de la dirección por su conducta errática y
conflictiva.
A partir de un
traje rojo de lentejuelas que el marido regala a su mujer, quien, tras tenerlo
en la mano, lo había desechado por ser muy caro, después de recibir un adelanto
por parte de su hermano, con quien entra a trabajar a pesar de la mala relación
que tiene con él, va a desatarse un conflicto en el que al espectador ni se le
había ocurrido pensar La rivalidad con el hermano triunfador es indisociable del
conflicto entre los esposos que va a desatarse cuando, al volver la esposa a
casa sin haber avisado, se encuentra al marido disfrazado de mujer con el
vestido rojo de lentejuelas, los labios pintados y una peluca: un caso de
travestismo que él desliga radicalmente de cualquier inclinación homosexual,
aunque la ambigüedad a ese respecto se mantiene durante toda la película. Para
darnos cuenta exacta del «choque» de la mujer, que es el mismo que el del espectador,
hemos de visualizar el físico de un hombre hipermusculado, paradigma estándar
de la masculinidad, sobre todo si hablamos de un expresidiario.
Es admirable
cómo, a partir de un objeto cotidiano, un vestido espectacularmente llamativo —anunciado
cuando, estando con un grupo de colegas del barrio, en un ambiente muy «masculino»,
pasa por la acera opuesta una mujer exuberante con un traje rojo que se lleva
detrás de ella la mirada del recién liberado de la cárcel. Más tarde
confirmamos, centrados ya en el travestismo del sujeto, que la mirada no era
hacia la mujer, sino hacia el vestido. Un detalle que confirma el buen hacer de
un guion que estructura la historia alrededor del vestido, sí, pero también de
cómo las ambiciones de los tres miembros de la familia giran en torno a él. La
madre, porque causa impresión en el jurado seleccionador de las candidatas a
interpretar a Tina Turner; el padre, porque entra casi en éxtasis al verse
embutido en tan sucinto traje que destaca sus curvas masculinas llenándolas de
un potente erotismo; la hija, porque, siguiendo los consejos de la madre, acaba
cediendo a sus deseos de que se vista como una mujer, en vez de como un chico, sin
el mejor atractivo. La historia de la identidad sexual de la hija, ocultada a
la madre, quien se hace ilusiones acerca de «convertir» a su hija en una
verdadera mujer, es decir, que se niega radicalmente a aceptar la homosexualidad de su hija, esté
en el estadio en que esté, porque ella no la quiere aceptar, pero las
relaciones de su hija no dejan lugar a dudas.
Más allá de la
anécdota de esa revolución sexogenérica que se produce en una misma casa,
justo, además, cuando la madre, cantante, está a punto de lograr el contrato de
su vida, la historia forma parte del constante cuestionamiento social de
tendencias genéricas o sexuales que se abren paso hacia la normalidad de una «aceptación»
social no siempre fácil. La historia del marido, que no solo ha de hacer frente
a su propio núcleo familiar, sino que, extendida la noticia a través de la hija,
que le hace la confidencia a una amiga íntima, a la que le falta tiempo para
propagarla casi con megáfono, ha de enfrentarse a su medio social e incluso a
su propio hermano con quien, como es previsible, acaba enfrentándose a puñetazo
limpio, la única manera, parece ser, en que algunos hermanos han de dirimir
celos y agravios que, a veces, se extienden a lo largo de toda una vida.
A modo de anécdota,
he leído en IMDB que la productora tuvo serios problemas con el reparto, a la
hora de elegir al marido travestí, porque fueron numerosos, al parecer, los
actores que se negaron a aparecer travestidos, los mismos a quienes no les
hubiera importado aparecer como un asesino en serie, por ejemplo. Ello hace más
extraordinario aún el coraje del protagonista, Natey Jones, quien expresa a la
perfección la irresistible pasión que, a su manera, me ha recordado a la de Ed
Wood, en unos tiempos heroicos en los que aún era más rechazada esa particular
identificación con la apariencia femenina en un hombre que no renuncia a serlo.
Jones, en un bucle emocionante de la historia, acaba estrechando lazos con su
hija, de la que hasta entonces vivía muy distanciado: ambos son dos «extraños»
en el mundo de «normalidad» que la madre quiere conseguir a toda costa, aunque
ello suponga el divorcio del marido y el alejamiento definitivo de su hija.
Está claro el desafío que sufre la madre y esposa. Está claro, también, el
poder irrefrenable del deseo. Entre Scila y Caribdis, la protagonista, una
magnífica Alexandra Burke, ha de buscar su camino, que no fue el del
protagonismo mediático, pero sí el del abrirse paso con su grupo y, acaso, replantearse
sus propios principios, los que le han cambiado radicalmente la vida. Se trata
de una película peculiar pero de alcance universal.
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