El patético ocaso de un cantante country en una soberbia lección interpretativa de Jeff Bridges.
Título original: Crazy Heart
Año: 2009
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Scott Cooper
Guion: Scott Cooper. Novela:
Thomas Cobb
Reparto: Jeff Bridges; Maggie Gyllenhaal; Robert Duvall; Colin Farrell; Sarah
Jane Morris;
Beth Grant; Annie Corley; Tom Bower; Josh Berry; Jack Nation; Ryan
Bingham.
Música: T-Bone Burnett
Fotografía: Barry Markowitz.
Siento
predilección por la música country usamericana, y una de mis frustrados
deseos es visitar Nashville e ir de bar en bar para oír cantar a los artistas
de ese género que practica el personaje de esta película con mucho arte y con
una voz apropiadísima, la del propio actor: Jeff Bridges, quien representa al vaquero
cantante, Bad Blake, una vieja estrella en proceso de desaparición del panorama
musical que se arrastra por pueblos malditos cantando en lugares de medio pelo,
boleras incluidas. Y sí, disfrute lo mío con el Nashville de Altman, en
la que, por cierto, también canta otro actor, Keith Carradine, quien compuso la
canción estrella de la película, ganadora de un Oscar.
La historia es
tan trillada como puede serlo la de la decadencia de cualquier artista,
historias que han sido y son frecuentes en el cine, por lo que he de explicar qué
hace a esta, si no diferente, si merecedora de ser vista. En primer lugar, y
acaso último, la magna interpretación de Jeff Bridges, porque el modo como ha
hecho suyo el personaje de Bad Blake, un hombre mayor a la deriva, alcohólico y
distanciado de todos, y sobre todo de sí mismo, porque vive en una autonegación
que le impide aprovechar lo mucho que aún le queda por dar, impacta enseguida en
el espectador, quien, sin empatizar con él, observa con piedad y compasión sus
andanzas por esos pueblos perdidos donde aún quedan viejos admiradores que
guardan el recuerdo de su época dorada y están dispuestos a invitarlo a algo e
incluso a irse a la cama con
él. Hay en Blake un mucho de cowboy que recorre los amplios
caminos del sur de Usamérica a lomos de su vieja camioneta, a la que cuida como
si fuera el caballo indispensable de los héroes de las praderas; su indumentaria, las botas, el sombrero, su vieja guitarra…, todo cuadra con el
tópico, pero Bridges consigue que emerja, del tipo, una individualidad que va a
crecer ante los ojos del espectador al encontrarse con su antagonista, la periodista
que le hace una entrevista y lo acoge en su casa cuando, en sus largos viajes
por carretera, se duerme en uno de ellos y acaba teniendo un accidente que lo
deja con el tobillo deshecho y necesitado de que alguien lo cuide. Esa
fragilidad será lo que le haga descubrir la magia de las relaciones humanas
cotidianas, la vida supuestamente anodina de la que ha huido siempre como el «artista»
por encima de todo y de todos que vive en él, contemplando el devenir de los
humanos corrientes como cosa prescindible. De hecho, y al hilo de esa relación
con la periodista y su hijo de cinco años —que da pie a unas secuencias de
película de terror, no por previsibles menos impactantes— se decide un día a
llamar a un hijo del que se separó, como de su madre, cuando el niño tenía
nueve años y quien, tanto tiempo después, ya muerta la madre sin que el «artista»
se hubiera enterado, decide no acceder a que lo visite. En un rapto sentimental
había declarado previamente que ese hijo era «lo único que le quedaba en el
mundo», el tópico lamento de los padres ausentes, tan frecuentes en las
películas usamericanas.
La realización
oscila entre el tenebrismo de los interiores y la luminosidad esplendente de
los exteriores por donde se mueve el cantante a sus anchas, libre, sin
ataduras, pero más solo que un cactus, y sin la mitad de su altiva planta verde
en medio de la nada, porque ese tobillo accidentado viene a metaforizar los
pies de barro del éxito, cuya cara hosca y deprimente él interpreta con una
veracidad fuera de lo común. Su desaliño, su constante borrachera, sus
descomposiciones de vientre, las sórdidas habitaciones donde ha de hospedarse y
el público de su quinta que le anuncia el final del viaje de la vida forman un
ecosistema que acentúa el patetismo de su figura quebrada. Si se añaden a ello,
los celos mal llevados del joven que creció artísticamente a su sombra y de
quien se ve forzado por la necesidad a ser telonero, acabamos de sacar el retrato
que solo nos es soportable por las ráfagas de humor negro con que el
protagonista acepta su presente. Tiene por delante, eso sí, una seria
posibilidad de «redención», porque esa es siempre la función del amor en esta
clase de historias. No digo nada al respecto, para no arruinar a los posibles
espectadores una parte final que sube bastante el nivel ya de por sí bastante
alto de la trama. Coincide con la aparición en escena de un viejo colega de los
buenos tiempos, quien, aunque en un papel muy secundario, le da una réplica
excelente, Robert Duvall. No era fácil, en una película de hombre-orquesta como
Corazón rebelde, ponerse a la altura de la interpretación de Bridges,
pero Maggie Gyllenhaal, quien ya ha dado sobradas muestras de su calidad
interpretativa, le da una réplica a la altura del protagonista. Su calidad humana,
ella que también ha tenido experiencias poco satisfactorias con los hombres,
como él con sus tres matrimonios fracasados, va a devenir, junto con su hijo, algo así como su última oportunidad,
aunque todos sepamos que para los cowboys solitarios su verdadero amor es su
caballo…; y en ese terreno es donde se mueve el desenlace, con un plano final que
suma la aventura individual y el marco geográfico, felizmente conjuntados.
Cabe recordar
que una parte importante de la veracidad de la película radica en que el
protagonista sea capaz de cantar y tocar la guitarra como Bridges, reputado
cantante, lo hace. Un comentario en uno de sus vídeos en YouTube me puso
en la pista del parecido de su voz con la de Waylon Jennings, y es cierto, muy
en la onda de la de los grandes del country como Johnny Cash, Willie
Nelson o Kris Kristofferson. Aún recuerdo la gran decepción que me supuso ver
la película biográfica sobre Cash y que quien cantara fuera su protagonista,
Joaquin Phoenix, cuya voz en modo alguno puede compararse con la grave y
sentida de Cash.
Uauuu. Debe de estar muy bien. Las películas crepusculares me suelen dejar un regusto tristón, pesimista. Pero el country es ua forma preciosa de asomarse a un mundo ajeno con sentimientos compartidos
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