domingo, 22 de junio de 2014

Las dos caras de enero: La insipidez argumental en un bello envoltorio griego: una adaptación fracasada de Patricia Highsmith.

Título original:  The Two Faces Of January
Año: 2014
Duración: 96 min.
País:  Reino Unido
Director: Hossein Amini
Guión: Hossein Amini (Novela: Patricia Highsmith)
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Marcel Zyskind

                                

                                                                




       Que una película basada en una novela de Patricia Highsmith provoque el aburrimiento y hasta la somnolencia indica que algo importante ha fallado. Digamos cuanto antes que la película está perfectamente realizada, que la ambientación, el vestuario, los encuadres y, sobre todo, los exteriores escogidos constituyen una especie de envoltorio de qualité que no dejará indiferente a nadie. Ahora bien, en cuanto pasamos al triángulo interpretativo, sobre el que descansa toda la acción de la película de forma casi obsesiva, la película ya deja demasiado que desear, lo cual, tratándose de Vigo Mortensen y de Kirsten Dunst, ambos excepcionales intérpretes de Promesas del este, de Cronenberg y de Melancolía, de Lars von Trier, respectivamente, se le vuelve inexplicable al espectador. De Oscar Isaac es la primera película que veo, pero, al menos en esta, su interpretación es tan átona y gris como la de sus dos ilustres compañeros. Ninguno de los tres es capaz ni por un momento de encarnar la ambigüedad moral tan propia de los personajes de Highsmith, y menos aún de convencer al espectador de la dimensión trágica de su destino, por más que éste se realice en escenarios tan sugerentes como el imponente de la Acrópolis ateniense o el poéticamente desértico de la isla de Creta, más propio de una película de Passolini que de este supuesto enredo de mentiras, trampas y medias verdades. Entré con esperanzas de ver una película tan sólida como otras adaptaciones de las novelas de Highsmith, una de las novelistas más adaptadas al cine y en la mayoría de las ocasiones no solo con éxito, sino con geniales directores detrás de la cámara: Hitchcock y Extraños en un tren; Renè Clement y A pleno sol; Wenders y El amigo americano o, últimamente, aunque levemente inferior a las anteriores, Anthony MInghella y El talento de Mr. Ripley; pero salí con el rictus de la decepción en el rostro. A la lista anterior quizá debiéramos añadir El cuchillo en el agua, el primer largometraje de Polanski que, aun partiendo de una historia suya, casi puede considerarse, hasta cierto punto, un remake de A pleno sol.
Con esos precedentes, es obvio que se ha de tener una confianza excepcional en uno mismo para, siquiera, estar a la altura de ellos; pero no ocurre así en el debut como director de largometrajes de Hossein Amini, reputado guionista de las atractivas y exitosas  Jude y Drive. La historia es demasiado endeble como para seducir al espectador, quien asiste  a las revelaciones de la trama con una impasibilidad total, haciéndose cruces de la ingenuidad de la mujer del protagonista y de la impericia y torpeza de éste, quien se supone que ha de ser un auténtico malvado sin escrúpulos y que no pasa, sin embargo, de ridículo celoso. De igual manera, el seductor guía turístico y estafador de poca monta, que ve en la pareja americana los perfectos pardillos a quienes sacarles un buen pellizco, queda reducido a poco menos que una caricatura, si bien con la pose constante de albergar un drama que, en su caso, gira en torno a la ausencia del entierro de su padre. Ni siquiera esa relación paterno-filial que se intuye entre el joven y el estafador que huye a Europa después de haberles hechos perder sus bonitos dineros a inversores americanos, porque lo de Madoff es una historia eterna…, llega a tener la dimensión que, con buena voluntad, se intuye.
En las dos primeras líneas de la publicidad del programa de mano que reparte la sala, se centran las carencias básicas de la historia: Una glamurosa pareja americana, formada por el carismático Chester Mac Farland y la bella y joven Colette, comienza la sinopsis. Y apenas ha comenzado el desfile de imágenes lo primero que comprobamos es que el glamour no es más que una apariencia, que Mac Farland puede ser como nos dé la gana definirlo, menos carismático, y que la bella y joven Colette es, en efecto, joven y bella, pero en modo alguno una imagen seductora que imante la pasión ajena. A partir de ahí, digamos que “se narra en falso”, si se me permite la expresión, y los acontecimientos se suceden con una endeblez lógica que puede llegar a provocar ciertas sonrisas indulgentes en el espectador, quien debería sentirse, sin embargo, en el ojo trepidante de un huracán de pasiones, engaños, sospechas y, sobre todo, sorpresas, golpes de efecto que le renovaran, al menos, la atención.

De toda la película, la parte que transcurre en la isla de Creta es la más sobresaliente, por el maravilloso escenario que permite la ensoñación de un viaje en el tiempo a la antigüedad clásica. La huida sin destino de la pareja adquiere en ese escenario una cierta grandeza, como si la geografía por la que transitan les insuflara un aliento trágico que ellos en sí mismos no acaban nunca de poseer, si bien en ella se produce el único clímax sobresaliente de la película, rápidamente seguido de un anticlímax que nos confirma en el desencanto con que se ha seguido la mayor parte de la película… En fin, una película solo apta para devotos de Mortensen y helenófilos en general, porque los exteriores nunca defraudan, algo que no puede decirse de los interiores de lo que se supone que es un thriller psicológico.  

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