La historia de Marie Heurtin o el siempre emotivo milagro del descubrimiento del lenguaje.
Título
original: Marie Heurtin
Año:
2014
Duración:
95 min.
País: Francia
Director:
Jean-Pierre Améris
Guión:
Jean-Pierre Améris, Philippe Blasband
Música:
Sonia Wieder-Atherton
Fotografía:
Virginie Saint-Martin
Reparto:
Isabelle Carré, Ariana Rivoire, Brigitte Catillon, Gilles Treton, Laure
Duthilleul, Sonia Laroze, Noémie Churlet, Martine Gautier, Patricia Legrand,
Stéphane Margot
El hecho de estar ante una película basada en hechos reales
–esta sí, no como muchas de las norteamericanas que lo ponen en los títulos de
crédito aunque sea una falsedad, como en la célebre Fargo (1996) de los hermanos Coen, por ejemplo, y tantas otras– y sobre la cual todo el mundo lo conoce todo
antes de entrar en la sala, probablemente sea, antes que un estorbo, un
auténtico aliciente, porque incluso conociendo la historia de arriba abajo, el
director Jean-Pierre Améris ha conseguido hacer una película con unos niveles
de emotividad altísimos, lo cual no solo nos habla de una habilidad técnica y
de una capacidad creativa muy especiales, sino, sobre todo, de un hito muy
difícil de alcanzar, teniendo, como tiene, precedentes tan ilustres como El milagro de Anna Sullivan (1962) de
Arthur Penn, El pequeño salvaje
(1970), de Trufaut o El enigma de Gaspar
Hauser (1974) de Werner Herzog, porque las tres abordan el mismo tema con
circunstancias levemente diferentes. En cualquier caso, el eje fundamental de
todas ellas es el descubrimiento del lenguaje y de la posibilidad de
comunicarse con los otros. En todos los casos, además, hay un alma compasiva
que se esfuerza por abrir la puerta que lleve la luz de la inteligencia y de la
palabra, sea oral o de signos, a quienes, hasta aquel bendito momento, vivían
en las tinieblas de la incomunicación incluso con ellos mismos. Así pues, el
descubrimiento de la lengua nos permite acceder a conocimiento propia, al de
los demás y al de las ideas. El procedimiento tiene un esquema fijado desde
antaño, y con esta palabra quiero dignifica que nos hemos de remontar hasta el
siglo XVI, cuando Vicente de Santo Domingo y Pedro Ponce de León –del cual hay
una estatua en la parte alta de Passeig de Sant Joan, donde supongo que aún
deben de reunirse las asociaciones de sordos y sordomudos, como vi que lo
hacían durante muchos años cuando vivía en la próxima Plaça de Joanich–
inventaron métodos de enseñanza adecuados para darles voz a los sordos y
sordomudos, esto es, que siempre se necesita el concurso de un maestro o
maestra dispuestos a dejarse literalmente la piel por tal de atraer a los y las
pequeñas salvajes en que se acababan convirtiendo los adolescentes dejados de
la mano de la educación per diferentes motivos. Los casos de Gaspar Hauser, que
acabó suicidándose, y el de Helen Keller, que triunfó como luchadora social y
acabó convertida en ejemplo de superación personal en Norteamérica, son los más
conocidos. Ahora hemos de añadirles el de esta chica, Marie Heurtin, a quien el
esfuerzo pedagógico admirable de la hermana Marguerite, en una interpretación
verdaderamente magistral de Isabelle Carré, con un poder de transmisión de los
sentimientos poderosísimo, conseguirá rescatar de las tinieblas de la
incomunicación para abrirle las puertas a un mundo enigmático al cual solo
accedía, hasta aquel momento, mediante los sentidos del olfato, el tacto y el
gusto. Antes del “descubrimiento”, del “milagro” producido por la tenacidad de
su pedagoga intuitiva –y la última maravillosa que nos ha deparado el cine ha
sido la de quien en La escafandra y la
mariposa (2007), de Julian Schnabel, consigue “devolverle” a un paciente el
poder de la comunicación y la expresión–, es interesante destacar la vivencia
del mundo exterior, en sus manifestaciones primordiales: el sol, el agua, el
viento, la tierra, los árboles, las piedras, etc., que nos dejan imágenes
llenas de lirismo y emoción auténtica. En este sentido del limitado contacto de
la protagonista con la realidad, me ha venido, mientras contemplaba la
película, el recuerdo de una película en la que este contacto asume la
condición de categoría, más allá de la anécdota. Me refiero a El nuevo mundo (2005) de Terrence
Malick, un prodigio cinematográfico que ya anunciaba obras posteriores como la
impactante y maravillosa El árbol de la
vida (2011). El papel protagonista del descubrimiento de una nueva
naturaleza por parte de los europeos y del impacto que provocó en ellos ese
conocimiento nunca lo he encontrado mejor filmado que en El nuevo mundo de Malick. En la historia de Marie Heurtin hay un
deliberado intento de transmitir a los espectadores todo este mundo de
sensaciones que la protagonista, y me parece que el director se ha salido con
la suya, porque la película transmite una belleza no decorativa, sino
sustancial, física, podríamos decir, que nos hace mirar de otra manera incluso
nuestro entorno. Contribuye a ellos, sin duda, la magnífica interpretación de
Ariana Rivoire, que consigue, en un monólogo final, con un espectacular
trávelin ascendente de la cámara, transmitir una profunda emoción con la
especie de plegaria laica que cierra la película en agradecimiento a su verdadera
madre, porque si algo queda claro después de ver esta obra es que la chica no
es hija de quien la parió, sino de quien le dio las luces imprescindibles para
poder conocerse a ella misma y relacionarse con el mundo que la rodeaba. Estoy
convencido de que la película no defraudará a nadie, porque la sencillez con la
que se nos hace llegar la historia verídica de Marie está potenciada con unas
imágenes poderosas y vitales. Es evidente que los espectadores que pertenezcan
al sector educativo gozarán quizás un poco más que aquellos que nunca han
tenido ante ellos un chico o una chica a los que literalmente se les ha de
abrir, acaso por primera vez, el acceso al conocimiento y en algunos casos
incluso a las propias palabras; pero todos, en definitiva, habrán tenido no
pocos momentos de ternura tan intensos como los que nos muestra, sin
sentimentalismos baratos y azucarados, esta pequeña joya cinematográfica.
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