Título original: The Salt of the
Earth
Año: 2014
Duración: 100 min.
País: Francia
Director: Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado
Guión: Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado
Música: Laurent Petitgand
Fotografía: Hugo Barbier, Juliano Ribeiro Salgado
Reparto: Documentary, Sebastião Salgado
Vaya por delante que los espectadores tienen
una opción a su alcance que no pueden desaprovechar. Antes de acercarse a la
sala de cine más cercana –aunque yo siempre recomiendo la versión original–
para ver el documental de Wim Wenders y el hijo de Sebastião Salgado, Juliano,
fiel compañero de las aventuras fotográficas de su padre: La sal de la Tierra, han de ir –sí, sí, en términos conminatorios…–
a ver la exposición de Salgado en el Caixaforum titulada Génesis, la cual también forma parte de la película, aunque no en
su verdadera y magnífica extensión, porque esta exposición recoge una suerte de
vuelta al mundo de Salgado y si se quiere ver completa, con la calma que exigen
cada una de las obras de arte expuestas, se necesitan entre tres y cuatro
horas. En el desarrollo de la película, sin embargo, este trabajo, Génesis, tiene una función y un sentido
argumental que no quiero desvelar. Ver la exposición, en modo alguno arruina
esa relativa sorpresa narrativa.
No es la primera película
documental de Wim Wenders, uno de los grandes realizadores alemanes que
surgieron en la década de los 70 del siglo pasado, y que nos han dado obras
cinematográficas muy importantes, como la casi totalidad de la obra de
Fassbinder, por ejemplo, o la de Werner Herzog, entre otros. Cuando filmó El amigo americano (1977), su primer
éxito internacional, Wenders ya había filmado seis películas, la primera de las
cuales fue, por cierto, un documental sobre The Kinks, Verano en la ciudad (1970).
Recientemente, nadie habrá podido olvidar dos documentales suyos de
estilos muy diferentes que tuvieron una excelente acogida por parte del público.
Me refiero a Buena Vista Social Club
(1999), sobre la música popular de raíces cubanas y la impactante visualmente Pina (2011), donde hacía un uso
extraordinario del 3D para mostrarnos con una belleza arrebatadora el mundo
coreográfico de Pina Bausch, quien fue una verdadera vaca sagrada de la danza
contemporánea.
La sal de la Tierra nos ofrece un relato de la vida y de la obra de
un fotógrafo a todas luces
extraordinario como Sebastião Salgado, nacido en Brasil pero auténtico
ciudadano universal, porque su radio de acción es todo el planeta. De hecho,
hablamos de un exiliado que tuvo que dejar Brasil por la represión contra los
demócratas que luchaban contra la dictadura militar; un exiliado que tardó
mucho tiempo en regresar a donde nació. El documental nos habla de un hombre
que abandonó una prometedora carrera como economista en Europa para dedicarse
en cuerpo y alma, desde cero, al arte de la fotografía, descubierto a raíz del
regalo de una cámara a su mujer y que él acabó haciendo suya. No ha de
extrañarnos que Wenders haya querido bautizar la película con el mismo título
que la mítica de Herbert Biberman de 1954, porque hay una clarísima opción
ética de Salgado por los desposeídos, cuyas tragedias nos llegan de la mejor manera,
de la mano del arte auténtico, como sucedía en la película de Biberman.
Salgado ha sido testigo
de excepción de algunas de las más dolorosas tragedias de nuestro tiempo, como
la guerra y exterminio entre Tutsis y Hutus –la estremecedora película Hotel Rwanda (2004) recoge también esos
hechos históricos–; la incomprensible y fanática Guerra de los Balcanes, ante
la pasividad casi criminal de la Unión Europea o las sequías y hambrunas del
Sahel. La cámara de Salgado nos ha dejado imágenes tan desgarradoras que lo
acreditan como uno de los hombres más valientes que pueden existir, porque, con
sus propias palabras: “muchas veces tuve que tirar la cámara al suelo porque no
podía dejar de llorar amargamente ante lo que veían mis ojos”. Supongo que para
ser fotógrafo de guerra se ha de tener un coraje especial –lo reseñamos en Mil veces buenas noches–, pero no mayor
del que se ha de tener cuando el objeto de la cámara son las consecuencias
dolorosísimas de las tragedias que recorren el planeta sin descanso. Hablamos,
pues, de una película muy dura, terrorífica, diría, en un buen tramo de ella, y
se ha de estar muy seguro de poder soportar imágenes tan desgarradoras como las
que el espectador contemplará; sí, de
esas de cuya dureza se nos avisa en los telediarios antes de pasarlas.
Esta es una de las
grandes paradojas de la película: el contenido de las fotografías nos muestra
una realidad tan impactante que el espectador no tiene tiempo para recrearse en
las características técnicas de cada una de las fotografías, aunque, cuando no
te rompen el corazón y lo que se ven son paisajes, retratos de la vida normal o
de cualquier actividad humana –hay una serie espléndida dedicada a las
profesiones–, nos podemos relajar lo mínimo que nos exige la consideración
técnica sobre las fotografías. Esta vertiente técnica de las fotografías se me
escapa, más allá de lo que podemos considerar conocimientos básicos de la
materia; pero cuando la impresión que causan en el espectador es tan poderosa,
quiero imaginar que se han conjuntado la calidad técnica y la capacidad de
escritura de la realidad con imágenes, porque, al fin y al cabo, Salgado nos escribe, con sus fotografías, un relato
ajustado de la aventura de la especie humana sobre el planeta. Así se inicia la
película, con una definición etimológica: fotó-grafo: el que escribe con la
luz. Y le hemos de agradecer a Salgado que, en su relato, no haya querido
marginar el rostro más turbio y sangrante de la aventura de nuestra especie
sobre la Tierra. Hay un momento, sin embargo, en que esas consideraciones
técnicas – que no aparecen en la película– forman parte de una escena. Se
encuentran con un oso polar y han de protegerse en una cabaña. Desde ella no
deja de asomarse para ver si puedo fotografiarlo, pero se lamenta de no poder
tener un fondo adecuado para encuadrarlo. En la exposición del Caixafórum
podemos leer, a título anecdótico de las exigencias técnicas de su trabajo, que
para no espantar a los hipopótamos, animales temerosos donde los haya, que
quería fotografiar, tuvo que aproximarse a ellos en un globo aerostático.
Salgado reconoce en la película que fue la afición de su padre al senderismo lo
que le enseñó, de joven, una manera de mirar la naturaleza cuyos bellísimos
resultados podemos ahora disfrutar en la película y en la exposición. Porque
ambas obras son sinérgicas, al tiempo que una experiencia emocionante para el
espectador y el visitante de ambas.
He visto la exposición del Caixa Forum y ayer por fin pude ver la película La sal de la tierra. Mis impresiones son ambiguas. Creo que son obras maestras, pero en la exposición de fotografías al cabo de media hora me desentendí de las fotos y me dediqué a hacer fotos de la gente que asistía a la muestra hasta que me llamaron la atención. Me interesaba más hacer fotos que contemplar las fotos de pingüinos, ballenas, aborígenes y paisajes que allí aparecían. En cuanto a la película de ayer, tengo muy reciente la lectura del libro De mi tierra a la Tierra que expresa más o menos lo mismo que la película. Conozco bien el drama trágico de Ruanda. He leído mucho acerca de ello y, por ello, no me sorprendieron las imágenes de Salgado. En cuanto a la extinta Yugoeslavia, todos fuimos conscientes del horror que allí sucedió. Forma parte de nuestro tiempo. Me interesó a medias y en algún momento me invadió el sopor del que salí al final con las imágenes de esa tribu cuyas mujeres se pintaban de rojo. El mundo de Salgado es interesante, y qué hubiera dado yo por vivir lo que él ha vivido, pero creo que me interesa más su trayectoria vital que sus fotografías. Hay otros fotógrafos que me conmocionan mucho más que él. En algún sentido es una mezcla de apasionante y soporífero, algo así como me resulta el teatro de Beckett.
ResponderEliminarPues lo que la película ofrece es su biografía, bastante curiosa, como caso de vocación tardía y entrega absoluta a una suerte de destino. Me gustó ver su progreso vital y profesional tan de la mano, y la fortaleza del apoyo emocional y profesional de su mujer, inquebrantable, a su lado. Yo no tengo tanto background fotográfico como tú, pero yo entré en la propuesta de contemplar el planeta desde el punto de vista divino, y lo vi todo con ojos de Adán/Caín, por lo de recorrer la Tierra sin hallar descanso en parte alguna. Lo que sí es, la exposición, es "excesiva", anonadadora, abrumadora, pero me sumergí en ese mundo recién creado y disfruté lo indecible.
EliminarComo decía, acabo de leer su propia autobiografía De mi tierra a la Tierra que expresa lo mismo que la película, de modo que no me sorprendió su vocación tardía o la relación a prueba de bombas con su esposa, su hijo Down, sus reportajes. Creo que disfruté más con su lectura que con la película. Hay algo en las fotos de Salgado que me las hace excesivas. Nunca he acabado de sentirme totalmente a gusto con su estética, lo que no quiere decir que no reconozca su maestría. Pero es su vida la que envidio, y no sé si es envidiar pero sí sentirme poderosamente atraído por su ciclo vital fotográfico. Salgado ha sido muy cuestionado por su tendencia a embellecer el horror. Es difícil plantearse hacer buenas fotos en una situación como la de Ruanda. Se abren algunos debates muy complejos sobre la fotografía y su sentido. Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás plantea la cuestión sobre la representación gráfica del espanto y cómo tendemos a rechazar que se haga estético el dolor y el genocidio.
EliminarSupongo que tendemos a rechazarlo si es gráfico, porque literariamente, al menos, ¿qué no está construido sobre el dolor? Son rarísimas las obras en que no se cruza el dolor en todas sus facetas. Y hay un tratamiento estético. No hablemos ya del cine. Recuerdo mi negativa a ir a ver La lista de Schindler precisamente por eso que sostenia Sontag o La habitación del hijo, de Moretti. Ambas las vi en Tv con el mando en la mano para apagar en cuanto ya no pudiera más. Es un tema complejo, en efecto.
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