Sin
conciencia: La obra enmascarada de Raoul Walsh: Un thriller
impactante.
Título
original: The Enforcer (Murder, Inc. En Inglaterra)
Año:
1951
Duración:
87 min.
País:
Estados Unidos
Director: Bretaigne Windust, (Raoul
Walsh)
Guión: Martin Rackin
Música: David Buttolph
Fotografía: Robert Burks (B&W)
Reparto: Humphrey Bogart, Zero
Mostel, Ted de Corsia, Everett Sloane, Roy Roberts, Michael Tolan, King
Donovan, Bob Steele, Adelaide Klein, Don Beddoe, Tito Vuolo, John Kellogg, Jack
Lambert
No me puedo quejar de mi cinemateca de segunda mano, donde
sigo hallando películas que me deparan tan agradables sorpresas como esta Sin conciencia que, aun siendo
adjudicada a quien aparece en los títulos de crédito como su director,
Bretaigne Windust, un reputado director teatral de Broadway, fue casi toda ella
dirigida por Raoul Walsh, quien, sin embargo, jamás reclamó aparecer en los
títulos de crédito ni siquiera como co-director, quizás para no “torpedear” la
incipiente carrea, entonces, como director cinematográfica de Windust. A quien
tuvo que substituir por enfermedad de éste. El caso es que quienes guarden
imágenes en su memoria de Los violentos
años 20 (1939) no dudarán a la hora de reconocer el depurado estilo de Raoul
Walsh en esta película que alcanza cotas de obra magistral en algunas escenas.
La fotografía en blanco y negro se debe al mismo fotógrafo que trabajó con
Hitchcock en Vértigo (1958), y si a
eso le añadimos el reparto increíble que tiene esta película, con tres
actorazos descomunales, Bogart, Zero Mostel y Everet Sloanne, muy pocos podrán
dudar ya de que, aunque rodada con espíritu de película B, en la que predominan
los interiores, el resultado es de serie A+ o, como califican los evaluadores económicos,
AAA. Si el comienza, de marcado origen expresionista –y piénsese que a Walsh
casi puede considerársele unos de los pioneros del cine, pues empezó a trabajar
como ayudante de dirección de Griffith– ya deja al espectador ante la sospecha
de que bien puede habérselas con una obra que va más allá de la modestia con
que se presenta, no tarda, a poco que comienza el encadenamiento de flashbacks
para explicar la historia, en convertirse en convicción. Basada en el caso real
de una industria dedicada al asesinato llevado a cabo por asesinos sin ninguna
relación con la víctima (y de ahí el Murder
Inc. con que se estrenó en Londres; en Norteamérica se escogió The enforcer), la muerte de un testigo
de cargo fuerza al fiscal que lleva el caso a un intenso ejercicio de memoria
para llegar a descubrir alguna prueba contundente que sustituya al testigo de
cargo que estaba dispuesto a declarar cuando la enemistad con su jefe suponía
su muerte inmediata. La película fue producida por Bogart, y es él quien lleva,
desde su punto de vista narrativo, la investigación que permite descubrir una
nueva testigo de cargo que acabe con el infame “empresario”. El ritmo trepidante
de los recuerdos, porque apenas dispone de unas horas para lograr la evidencia
que permita una condena, nos depara una descripción llena de vigor y excelentes
interpretaciones, entre las que destacan las de Zero Mostel y la del pérfido
empresario, protagonizado por Sloanne. Se ha dicho de la película que adoptaba el aire de un
documental, por el hecho de basarse en un caso real y por adoptar de manera
exclusiva el punto de vista del fiscal, de la ley, pero el desarrollo de los
diferentes personajes que integran la banda del empresario asesino permite ir
más allá de tal esquematismo. Hay suficientes momentos dramatizados como para
poder rechazar la influencia documental en la película. La técnica de los
flashbacks encadenados, por otro lado, es un recurso narrativo de primer orden,
llevado a cabo con un ritmo excelente y manteniendo en todo momento la claridad
de la trama, algo que, a veces, suele desdibujarse en algunas películas de cine
negro. Por más que el espectador pueda sentirse descolocado en algunos
momentos, no tarda en hacerse con las riendas del argumento, que progresa con constantes
revelaciones hasta un final que permite el triunfo de la ley ante un enemigo inicuo
y despiadado. A veces me temo que la sorpresa que me llevo ante ciertas
películas pueda inducirme a ser más benévolo que si las hubiera visto en la
pantalla grande, pero no creo que eso suceda con esta obra “escondida” de Raoul
Walsh.
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