jueves, 19 de diciembre de 2024

«Un juego para seis amantes», de Jacques Doniol-Valcroze.

 

Una película del fundador de Cahiers du Cinéma: esteticismo del XX para una trama galante del XVIII.

 

Título original: L'eau à la bouche

Año: 1960

Duración: 95 min.

País: Francia

Dirección: Jacques Doniol-Valcroze

Guion: Jacques Doniol-Valcroze, Jean-José Richer

Reparto: Bernadette Lafont; Françoise Brion; Alexandra Stewart; Michel Galabru; Jacques Riberolles; Gerard Barray; Florence Loinod; Paul Guers.

Música: Serge Gainsbourg

Fotografía: Roger Fellous (B&W).

 

          A raíz de haber visto esa muestra del cine de Doniol-Valcroaze, me he atrevido con La delación, una trama policial con trasfondo político, para conocer el autor. Si la que critico ha sido poco vista, la segunda es totalmente desconocida en nuestro país. No creo que el autor tenga tan poco interés como para no sentarse y ver algunas de sus películas, llevadas con buen pulso y una caligrafía fílmica más que notable en el terreno de la puesta en escena, del movimiento de cámara, de los encuadres, de la iluminación y del trabajo de los actores y actrices; un conjunto, en definitiva, que consigue atraer la atención de los espectadores hacia lo que ocurre en pantalla.

          En una mansión decorada de forma muy barroca se suceden muy escasos acontecimientos: la lectura de un testamento y el encuentro de familiares que no se han tratado. El ambiente describe los usos y conductas de personajes de alta extracción social, de un empresario de la fotografía y, como contrapunto, la vida de los criados que los atienden, sin que ello convierta la película en una suerte de Gosford Park, de Robert Altman, aunque sí que se parece a nuestras comedias amorosas del siglo XVII, en las que a las parejas de enamoradas les daba la réplica la misma situación entre los criados, de forma más o menos solemne entre los primeros, y de forma cómica entre los segundos. De hecho, en esta, abstracción hecha del imponente protagonismo de la mansión, fotografiada por todos los lados posibles, la vía narrativa del intento del mayordomo de asediar y conquistar a la nueva doncella que ha entrado al servicio de la casa tiene bastante más interés, aun  en sus alocadas secuencias, que los amores cruzados de personajes que parecen reproducir los esquemas amorosos del libertinaje del siglo XVIII, en cuanto a la libertad de las costumbres, la ausencia de compromisos y la constante tensión erótico-amorosa que da pie a secuencias  de intenso erotismo reprimido, al menos hasta que llegue el momento adecuado en que Natura obre su curso y cierre las relaciones que guardan alguna sorpresa.

          El reencuentro de los primos, que es, en realidad, como un primer conocimiento, viene acompañado de la impostura de la pareja de la prima, que se hace pasar por su hermano, aunque tienen una relación abierta y no dudan en provocar que acaben en los brazos de otros. De hecho, el juego se reduce a las dos parejas: Milena y el fotógrafo y Seraphine y el notario, cuyos procesos de acercamiento conforman, en realidad, la historia de la película, junto con el de los criados, muy graciosos ambos. Si una parte de la Nouvelle Vague que se gesta en la revista creada por Doniol-Valcroze tiene que ver con sacar las cámaras a la calle y rodar en ella la vida que se organiza ante su mirada, en este enredo amoroso bien puede decirse que la calle es el castillo, la mansión, rodada de todos los modos que el noble edificio permite: Desde los tejados hasta la piscina con un pequeña balneario en su interior, donde se ruedan unos planos muy hermosos de  Milena nadando desnuda, del mismo modo que son hermosos los paseos por esos tejados donde se suele esconder una niña, la hija de la cocinera, que  funciona en la película, con notable encanto, como una suerte de depositaria de los secretos, dado que Seraphine, tras el amanecer de la noche de amor, desaparece, porque se ha dado cuenta de que ha perdido a su amante, el fotógrafo, quien se ha enamorado de la esquiva Milena que le ha ido dando largas casi toda la noche, a pesar de desearlo clamorosamente. La decoración abigarrada del castillo le permite al director componer algunos planos magníficos, que a mí me han recordado, en cierta manera, el preciosismo espectacular de la obra maestra de Agnès Varda: Cleo de 5 a 7, una cima que pocos directores de su generación han igualado.

          La música la puso Serge Gainsborough, y suya es también, la interpretación de la canción que da título a la película: L’eau à la bouche. El vestuario de ellas, porque el de los hombres se mueve en ese juego de camisa blanca, pantalón negro de finales de los 50 que va a durar casi media década de los 60 que abre esta película, es acorde con la casa, y la puesta en escena, con maravilloso invernadero incluido, donde Seraphine descubre la traición de su amante. Los criados amantes viven en el piso de arriba cuyo suelo de cristal permite seguir un juego vodevilesco de carreras, entradas y salidas que forman parte, como contrapunto, ya lo hemos dicho, de las relaciones nada peligrosas que se van anudando entre los burgueses.

          La película, insisto en ello, es una obra en la que dé la impresión de que todo se vaya improvisando y, de hecho, ni siquiera el descubrimiento de la falsa identidad del primo, convertido en el fotógrafo que, sí, es su socio en el negocio, pero nada más, altera en modo alguno las relaciones de los personajes, y se encaja como parte del juego galante a que el amor y la pasión obligan. Lo importante, a mi modo de ver, es seguir todas esas estratagemas del amor en un escenario privilegiado  que va ocupando un papel protagonista en la película. No hay propiamente un desenlace que yo pueda arruinar, pero sí hay una pequeña sorpresa que amaga con crear una intriga que no tarda, sin embargo, en resolverse. No ignoro que no es una película para todos los gustos ni públicos, pero el fuerte componente visual de la realización y el gusto exquisito por lo artístico, tanto lo decorativo como propiamente lo arquitectónico, permiten construir una película que se sigue con enorme placer de los sentidos.

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