Título original: Vicki
Año: 1953
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Harry Horner
Guion: Dwight Taylor, Leo Townsend. Novela: Steve Fisher
Reparto: Jeanne Crain; Jean Peters; Richard Boone; Elliott Reid; Max
Showalter; Alexander D'Arcy; Carl Betz; Aaron Spelling.
Música: Leigh Harline
Fotografía: Milton R.
Krasner (B&W)
Título original: A Life in the Balance
Año: 1955
Duración: 74 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Harry Horner,
Rafael Portillo
Guion: Robert Presnell, Leo Townsend. Historia: Georges Simenon
Reparto: Ricardo Montalban; Anne
Bancroft; Lee Marvin; José Pérez; Rodolfo Acosta; José Torvay; Carlos Múzquiz; Jorge
Treviño; Eva Calvo; Fanny Schiller; Tamara Garina; Pascual García Peña; Tony
Carbajal.
Música: Raúl Lavista
Fotografía: Manuel Gómez
Urquiza (B&W).
Harry Horner o el escenógrafo y realizador
«vienés» olvidado de Holywood: un thriller magnífico y una no menos interesante
coproducción mejicousamericana sobre un relato de Simenon.
Tras revisar mi archivo «Para ver después», de YouTube, me llevé Vicki
a la cinta de correr para ver qué trama se escondía detrás de un título tan
personalizado y con un director tan desconocido. Si critico dos películas suyas
juntas, ello se debe a que, tras haber disfrutado intensamente de la tal Vicki,
no pude resistirme a continuar con el autor y ver una rareza como A Life in the Balance, solo porque el
guion se basaba en un relato de mi admirado Simenon.
Dos palabras sobre Harry Horner. Nacido
en la Chequia perteneciente al Imperio Austrohúngaro. Trabajó en Berlín con Max
Reinhardt y después viajó con él a Usamérica y colaboró en varios de sus montajes
escénicos. Su buen hacer escenográfico lo llevó a trabajar en el teatro, en la
ópera y, por supuesto, en el cine, desde donde dio el salto a la dirección.
Estamos, pues, ante un desconocido —al menos para este ignaro crítico diletante—
cuya obra, sin embargo, tiene un sello de calidad que lo hace acreedor a ser
considerado parte de los exiliados alemanes que, huyendo del nazismo,
revolucionaron el cine en Usamérica. Es cierto que tiene una obra que no ha
alcanzado los niveles de popularidad de sus coetáneos europeos, pero la
difusión de estas dos películas debería servir, ¡esa es mi esperanza!, para
revalorizar a un director de gran talento, como se apreciará en estas dos
películas de muy buen ver.
Vicki es un remake de la que en
su día, en 1941, se tituló Hot Spot («¿Quién mató a Vicki?»), de H.
Bruce Humberstone, con Betty Grable y Victor Mature, un éxito que recaudó el
triple el presupuesto y que me propongo ver en breve, si la encuentro.
Curiosamente, doce años más tarde, en 1953, Horner lleva a la pantalla la misma
historia y lo hace, además, no solo con el mismo guionista de la primera,
Dwight Taylor, sino con un cinematografista de amplísima y reconocida calidad,
Milton Krasner, de quien en este Ojo hay criticadas unas dieciséis
películas con los mejores directores del mundo. En el reparto, a título anecdótico,
figura un actor que, andando el tiempo, se convertiría en uno de los grandes
productores televisivos: Aaron Spelling.
La película debería ser considerada un
clásico del Whodunit?, porque identificar al asesino (o asesina…) es el fundamento
mismo de la trama. El reducido numero de sospechosos tiene, sin embargo, tal
entidad, que hasta el más avezado de los espectadores ha de reconocer que está
a merced de los guionistas, porque el resulta imposible entrar, sin perderse,
en el juego de las hipótesis que adjudiquen la paternidad de un asesinato
oprobioso, no solo por la juventud y la belleza de la protagonista, sino porque
se siega una vida mucho antes de que llegue a cosechar el triunfo que para su
fulgurante carrera se prevé. Una cara bonita en los anuncios murales, cierto,
como la que reemplaza a la malograda en el fantástico último plano de la
película, que nos da a entender que la misma historia se repite ad náuseam.
La joven es descubierta por un
cazatalentos en una cafetería y, desde ese momento en adelante, todo serán
triunfos que se sucederán hasta que la prometedora estrella decida volar por su
cuenta, al margen de quien impulsó su carrera y se traslade a Hollywood. Antes
de emprender el viaje, cuando su promotor pasa a recogerla para llevarla al
aeropuerto, la encuentra muerta en su domicilio, adonde llega su hermana justo
en el momento en que el promotor está arrodillado a su lado, comprobando que,
en efecto, está muerta. Y ahí se inicia la rueda de sospechosos, porque tanto
él, como luego la propia hermana, como un columnista y un actor que son amigos
del promotor, ¡y hasta un policía de torva mirada y despóticas maneras!, quien,
tras haber iniciado unas cortas vacaciones, prescritas por su superior, exige
volver inmediatamente para ponerse al frente de la investigación de ese caso.
Poco a poco, pues, se va tejiendo, con excelentes maneras cinematográficas, la sólida
tela de araña del despiste que confunde una y otra vez al espectador entregado
a la magia de la seducción investigadora, y dejándose llevar por convicciones
que no le duran ni tres secuencias. La más sólida, para el gato viejo de estas
producciones, es la del policía enamorado de la difunta, y en quien se
advierten unos impulsos de psicópata que parece pregonar a los cuatro vientos
su culpabilidad. En resumen, que la
construcción de los personajes va más allá de su mera funcionalidad en la trama
y se presentan con unas reacciones ante los hechos que nos hablan de los
excelentes mimbres psicológicos con que se ha construido la historia. Que
Jeanne Crain sea la protagonista añade un plus de interés a la historia, una
actriz a la que hemos admirado, en este Ojo, en Travesía peligrosa, de Newman, también
de suspense, en Que el cielo la juzgue, de Stahl y en Pinky, de
Kazan, ósea, una actriz consagrada y versátil, que eleva muchos enteros esta
película en la que no es óbice el carácter secundario de otros compañeros de
rodaje para considerarla como se merece, aunque para el papel del policía
destaca un actor de la categoría de Richard Boone. Recordemos, sin ir más
lejos, que Jean Peters y Max Showalter
son los coprotagonistas, junto a Marilyn Monroe y Joseph Cotten de Niágara,
de Hathaway. La profusión de interiores nos recuerda el origen teatral de la
pieza, pero la narración, siempre atenta a los mil giros sorprendentes que
tiene la trama, discurre con sorprendente agilidad para este género de
películas. Poco más me cabe añadir, si no quiero destripársela a sus posibles
espectadores, que espero sean numerosos.
Ansias de matar, un título
demasiado explícito para una película basada en la persecución del culpable de
un asesinato cuando se descartan las sospechas sobre el falso culpable, está
basado en un cuento de Simenon, titulado Sept Petites Croix dans un Carnet
(«Siete crucecitas en un carnet», que fue incluido en el libro La
agitada Navidad de Maigret, y fue escrito en Usamérica, en Carmel By the
Sea, en 1950. La historia fue adaptada para una coproducción mejicousamericana muy
curiosa. Hemos de aceptar una premisa sin la cual el edificio cinematográfico
nos parece un disparate: todos los mejicanos hablan un perfecto inglés en el
que, sin embargo, se preservan tratamientos como «señor», «señorita» y los nombres
originales. Al frente del reparto figuran tres grandes estrellas: Ricardo
Montalbán, Anne Bancroft y Lee Marvin. Y la historia nos habla de un músico fracasado
que le promete a su hijo un regalo de campanillas: una guitarra, porque, aunque
él es compositor, sabe que quien tiene verdaderas aptitudes musicales es su
hijo Paco, un espabilado muchacho que esa misma noche contempla desde el tejado
del edificio cómo se comete un asesinato y, entre el barullo que se arma por el
suceso, decide seguir al criminal, quien, finalmente se percatara de que el
chiquillo lo sigue y decide secuestrarlo para protegerse. El chiquillo, a su
vez, intentará dar señales de su secuestro, rompiendo los teléfonos de policía
que encuentra a su paso.
El padre conoce a María (Ann Bancroft)
en la casa de empeños donde adquiere la guitarra para su hijo y ella intenta
sacar algo más del empeño de una joya, porque, como él, ha quedado en paro. La
historia, desde el descubrimiento del cadáver se narra en tres direcciones
paralelas: el secuestro del niño por el psicópata, la historia de amor de los
protagonistas y las pesquisas policiales para encontrar al supuesto autor de
los hechos, el padre, Antonio, a quien acusa, sobre todo, un vecino que quiere
quedarse con la patria potestad sobre el hijo del protagonista.
La película transcurre prácticamente
en una noche de fin de año, llena de fuegos artificiales y las calles y plazas
de gentes deseosas de festejar la entrada del nuevo año. En esas circunstancias,
hasta los malos tratos del psicópata hacia Paco se entienden como el malhumor
de un padre con un hijo travieso. La persecución, a la que no tardarán en
unirse Antonio y María progresa a partir
de pequeñas señales que el niño emite y que son captadas por el padre, lo que
lleva a la policía estrechar el cerco sobre el fugitivo. No es necesario
recalcar que la iluminación del blanco y negro de la película es un factor
determinante para evaluar la calidad de la cinta, porque las interpretaciones
del elenco son muy notables, y sobre todo la de Lee Marvin, muy convincente en
un papel nada fácil. Harry Horner parece recordar sus buenos tiempos como
escenógrafo cuando lleva el desenlace de la historia a la impresionante Ciudad
Universitaria de la ciudad de México,
desierta para la ocasión y junto a cuyos
impresionantes murales indígenas se resuelve la acción.
No estamos, pues, ante una mera
coproducción para estrechar los lazos fraternales
entre ambos países, y fomentar los tópicos de uno y otro lado, sino ante una
historia con un potente suspense que Harry Horner conduce con mano maestra, y
reitero que como tal se apreciará siempre y cuando se admita la premisa a la
que me referí al empezar la crítica.
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