sábado, 28 de diciembre de 2024

«Vicki» y «Ansias de matar», de Harry Horner, o la excelencia de los discretos.



Título original: Vicki

Año: 1953

Duración: 85 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Harry Horner

Guion: Dwight Taylor, Leo Townsend. Novela: Steve Fisher

Reparto: Jeanne Crain; Jean Peters; Richard Boone; Elliott Reid; Max Showalter; Alexander D'Arcy; Carl Betz; Aaron Spelling.

Música: Leigh Harline

Fotografía: Milton R. Krasner (B&W)

 

 

Título original: A Life in the Balance

Año: 1955

Duración: 74 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Harry Horner, Rafael Portillo

Guion: Robert Presnell, Leo Townsend. Historia: Georges Simenon

Reparto: Ricardo Montalban; Anne Bancroft; Lee Marvin; José Pérez; Rodolfo Acosta; José Torvay; Carlos Múzquiz; Jorge Treviño; Eva Calvo; Fanny Schiller; Tamara Garina; Pascual García Peña; Tony Carbajal.

Música: Raúl Lavista

Fotografía: Manuel Gómez Urquiza (B&W).

 

          Harry Horner o el escenógrafo y realizador «vienés» olvidado de Holywood: un thriller magnífico y una no menos interesante coproducción mejicousamericana sobre un relato de Simenon.

 

Tras revisar mi archivo «Para ver después», de YouTube, me llevé Vicki a la cinta de correr para ver qué trama se escondía detrás de un título tan personalizado y con un director tan desconocido. Si critico dos películas suyas juntas, ello se debe a que, tras haber disfrutado intensamente de la tal Vicki, no pude resistirme a continuar con el autor y ver una rareza como  A Life in the Balance, solo porque el guion se basaba en un relato de mi admirado Simenon.

          Dos palabras sobre Harry Horner. Nacido en la Chequia perteneciente al Imperio Austrohúngaro. Trabajó en Berlín con Max Reinhardt y después viajó con él a Usamérica y colaboró en varios de sus montajes escénicos. Su buen hacer escenográfico lo llevó a trabajar en el teatro, en la ópera y, por supuesto, en el cine, desde donde dio el salto a la dirección. Estamos, pues, ante un desconocido —al menos para este ignaro crítico diletante— cuya obra, sin embargo, tiene un sello de calidad que lo hace acreedor a ser considerado parte de los exiliados alemanes que, huyendo del nazismo, revolucionaron el cine en Usamérica. Es cierto que tiene una obra que no ha alcanzado los niveles de popularidad de sus coetáneos europeos, pero la difusión de estas dos películas debería servir, ¡esa es mi esperanza!, para revalorizar a un director de gran talento, como se apreciará en estas dos películas de muy buen ver.

          Vicki es un remake de la que en su día, en 1941, se tituló Hot Spot («¿Quién mató a Vicki?»), de H. Bruce Humberstone, con Betty Grable y Victor Mature, un éxito que recaudó el triple el presupuesto y que me propongo ver en breve, si la encuentro. Curiosamente, doce años más tarde, en 1953, Horner lleva a la pantalla la misma historia y lo hace, además, no solo con el mismo guionista de la primera, Dwight Taylor, sino con un cinematografista de amplísima y reconocida calidad, Milton Krasner, de quien en este Ojo hay criticadas unas dieciséis películas con los mejores directores del mundo. En el reparto, a título anecdótico, figura un actor que, andando el tiempo, se convertiría en uno de los grandes productores televisivos: Aaron Spelling.

          La película debería ser considerada un clásico del Whodunit?, porque identificar al asesino (o asesina…) es el fundamento mismo de la trama. El reducido numero de sospechosos tiene, sin embargo, tal entidad, que hasta el más avezado de los espectadores ha de reconocer que está a merced de los guionistas, porque el resulta imposible entrar, sin perderse, en el juego de las hipótesis que adjudiquen la paternidad de un asesinato oprobioso, no solo por la juventud y la belleza de la protagonista, sino porque se siega una vida mucho antes de que llegue a cosechar el triunfo que para su fulgurante carrera se prevé. Una cara bonita en los anuncios murales, cierto, como la que reemplaza a la malograda en el fantástico último plano de la película, que nos da a entender que la misma historia se repite ad náuseam.

          La joven es descubierta por un cazatalentos en una cafetería y, desde ese momento en adelante, todo serán triunfos que se sucederán hasta que la prometedora estrella decida volar por su cuenta, al margen de quien impulsó su carrera y se traslade a Hollywood. Antes de emprender el viaje, cuando su promotor pasa a recogerla para llevarla al aeropuerto, la encuentra muerta en su domicilio, adonde llega su hermana justo en el momento en que el promotor está arrodillado a su lado, comprobando que, en efecto, está muerta. Y ahí se inicia la rueda de sospechosos, porque tanto él, como luego la propia hermana, como un columnista y un actor que son amigos del promotor, ¡y hasta un policía de torva mirada y despóticas maneras!, quien, tras haber iniciado unas cortas vacaciones, prescritas por su superior, exige volver inmediatamente para ponerse al frente de la investigación de ese caso. Poco a poco, pues, se va tejiendo, con excelentes maneras cinematográficas, la sólida tela de araña del despiste que confunde una y otra vez al espectador entregado a la magia de la seducción investigadora, y dejándose llevar por convicciones que no le duran ni tres secuencias. La más sólida, para el gato viejo de estas producciones, es la del policía enamorado de la difunta, y en quien se advierten unos impulsos de psicópata que parece pregonar a los cuatro vientos su culpabilidad. En  resumen, que la construcción de los personajes va más allá de su mera funcionalidad en la trama y se presentan con unas reacciones ante los hechos que nos hablan de los excelentes mimbres psicológicos con que se ha construido la historia. Que Jeanne Crain sea la protagonista añade un plus de interés a la historia, una actriz a la que hemos admirado, en este Ojo,  en Travesía peligrosa, de Newman, también de suspense, en Que el cielo la juzgue, de Stahl y en Pinky, de Kazan, ósea, una actriz consagrada y versátil, que eleva muchos enteros esta película en la que no es óbice el carácter secundario de otros compañeros de rodaje para considerarla como se merece, aunque para el papel del policía destaca un actor de la categoría de Richard Boone. Recordemos, sin ir más lejos,  que Jean Peters y Max Showalter son los coprotagonistas, junto a Marilyn Monroe y Joseph Cotten de Niágara, de Hathaway. La profusión de interiores nos recuerda el origen teatral de la pieza, pero la narración, siempre atenta a los mil giros sorprendentes que tiene la trama, discurre con sorprendente agilidad para este género de películas. Poco más me cabe añadir, si no quiero destripársela a sus posibles espectadores, que espero sean numerosos.

          Ansias de matar, un título demasiado explícito para una película basada en la persecución del culpable de un asesinato cuando se descartan las sospechas sobre el falso culpable, está basado en un cuento de Simenon, titulado Sept Petites Croix dans un Carnet («Siete crucecitas en un carnet», que fue incluido en el libro La agitada Navidad de Maigret, y fue escrito en Usamérica, en Carmel By the Sea, en 1950. La historia fue adaptada para una coproducción mejicousamericana muy curiosa. Hemos de aceptar una premisa sin la cual el edificio cinematográfico nos parece un disparate: todos los mejicanos hablan un perfecto inglés en el que, sin embargo, se preservan tratamientos como «señor», «señorita» y los nombres originales. Al frente del reparto figuran tres grandes estrellas: Ricardo Montalbán, Anne Bancroft y Lee Marvin. Y la historia nos habla de un músico fracasado que le promete a su hijo un regalo de campanillas: una guitarra, porque, aunque él es compositor, sabe que quien tiene verdaderas aptitudes musicales es su hijo Paco, un espabilado muchacho que esa misma noche contempla desde el tejado del edificio cómo se comete un asesinato y, entre el barullo que se arma por el suceso, decide seguir al criminal, quien, finalmente se percatara de que el chiquillo lo sigue y decide secuestrarlo para protegerse. El chiquillo, a su vez, intentará dar señales de su secuestro, rompiendo los teléfonos de policía que encuentra a su paso.

          El padre conoce a María (Ann Bancroft) en la casa de empeños donde adquiere la guitarra para su hijo y ella intenta sacar algo más del empeño de una joya, porque, como él, ha quedado en paro. La historia, desde el descubrimiento del cadáver se narra en tres direcciones paralelas: el secuestro del niño por el psicópata, la historia de amor de los protagonistas y las pesquisas policiales para encontrar al supuesto autor de los hechos, el padre, Antonio, a quien acusa, sobre todo, un vecino que quiere quedarse con la patria potestad sobre el hijo del protagonista.

          La película transcurre prácticamente en una noche de fin de año, llena de fuegos artificiales y las calles y plazas de gentes deseosas de festejar la entrada del nuevo año. En esas circunstancias, hasta los malos tratos del psicópata hacia Paco se entienden como el malhumor de un padre con un hijo travieso. La persecución, a la que no tardarán en unirse  Antonio y María progresa a partir de pequeñas señales que el niño emite y que son captadas por el padre, lo que lleva a la policía estrechar el cerco sobre el fugitivo. No es necesario recalcar que la iluminación del blanco y negro de la película es un factor determinante para evaluar la calidad de la cinta, porque las interpretaciones del elenco son muy notables, y sobre todo la de Lee Marvin, muy convincente en un papel nada fácil. Harry Horner parece recordar sus buenos tiempos como escenógrafo cuando lleva el desenlace de la historia a la impresionante Ciudad Universitaria  de la ciudad de México, desierta para la ocasión  y junto a cuyos impresionantes murales indígenas se resuelve la acción.

          No estamos, pues, ante una mera coproducción para estrechar los lazos  fraternales entre ambos países, y fomentar los tópicos de uno y otro lado, sino ante una historia con un potente suspense que Harry Horner conduce con mano maestra, y reitero que como tal se apreciará siempre y cuando se admita la premisa a la que me referí al empezar la crítica.

 

 

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