La denuncia del régimen teocrático iraní a través del deporte.
Título original: Tatami
Año: 2023
Duración: 105 min.
País: Georgia
Dirección: Zar
Amir-Ebrahimi, Guy Nattiv
Guion: Elham Erfani, Guy
Nattiv
Reparto: Arienne Mandi; Zar
Amir-Ebrahimi; Jaime Ray Newman; Nadine Marshall; Lir Katz; Ash Goldeh; Valeriu
Andriutã; Mehdi Bajestani; Elham Erfani; Sina Parvaneh.: Música: Dascha
Dauenhauer
Fotografía: Todd Martin.
De cuanto se
lee sobre las películas que vienen y van a una velocidad de vértigo, al cabo de
cierto tiempo, quedan algunos mensajes que nos despiertan la curiosidad, como
es el caso de esta película georgiana, Tatami, pero hija de dos
directores que forman una pareja de muy distinto origen: ella, iraní; Él,
israelí. Una realidad tan excepcional, a fuer de rara rara, nos indica que bajo
la estructura totalitaria o autoritaria de los poderes nacionales siempre late,
muy oculta, la posibilidad de que la realidad pueda ser, algún día, muy
diferente de como hoy es. Con esta introducción quiero dar a entender que Tatami,
so capa de ser una película que abunda en un tema deportivo, como aquella que
tanto éxito tuvo de la remera desquiciada, La aspirante, de Lauren Hadaway, es, en el fondo, una película política
de denuncia del sistema político represivo teocrático que ahoga la libertad en
Irán, sin visos de que ese poder omnímodo de los clérigos pueda acabar en un
plazo relativamente breve de tiempo; pero conviene recordar, para quienes hacen
de la esperanza un principio de vida, que el régimen totalitario sirio ha caído
en 13 días de combates de los insurgentes, a pesar de estar apoyado por Rusia y
por Irán.
La película,
en un blanco y negro muy contrastado y agresivo, en el que destacan, sobre
todo, muchos y muy hermosos primeros planos que no solo atienden a la belleza,
sino, básicamente, a la expresión de otras emociones básicas como el temor, el
miedo, la rabia, la frustración, la indignación, el desconcierto, etc., se
articula en torno al equipo de judo iraní que ha de participar en un campeonato
mundial en el que una de las componentes del equipo tiene serias posibilidades
de llegar a la final y ganar el oro para Irán. La mujer, madre de familia, a
quien su esposo y otros amigos ven competir por televisión, tiene la mala
suerte de que se puede cruzar en su camino una competidora israelí, adversaria contra
la que el gobierno iraní no está dispuesto ni siquiera a que se enfrenten en el
tatami, por lo que transmiten a la entrenadora la orden de que se retire de la
competición pretextando una lesión. En vista de que la luchadora está inclinada
a continuar, porque sabe que es su gran oportunidad de conseguir el oro, las
órdenes se convierten en amenazas, y ahí se inicia la trama paralela que intentará
«convencer» a la judoca: la detención de los padres y el intento de detención
del marido, quien, avisado por la su esposa, coge al niño y huye para pasar a
pie la frontera con Pakistán, desde
donde intentaré reunirse con su mujer. El enfrentamiento entre la judoca y la
entrenadora es muy tenso y amargo, porque esta sabe que si no consigue disuadir
a su pupila de continuar, será ella la represaliada. Más tarde sabremos que la
entrenadora está reviviendo su propio caso personal, pues ella también hubo de
fingir una lesión para renunciar a competir.
A medida que
la luchadora iraní va superando combates y adversarias, la presión política va
en aumento, y las organizadoras del campeonato se ofrecen como garantes de la
libre decisión de la judoca, a quien la desgarradora situación sigue afectando,
de tal modo que combates que hubiera podido pasar con cierta comodidad se le vuelven un tormento
que la mina, dado que su cabeza está más en el temor a lo que les puedan hacer
a los suyos que en sus rivales. Toda esa tensión puede vivirse en los tensos
entreactos que siguen a los combates antes del siguiente, pues no deja de ser muy reducido el espacio donde se amontonan, en el calentamiento y en la relajación,
las atletas.
La película
tiene un componente sociológico sobre la vida clandestina y familiar en Irán,
pues la rígida moral represiva que preside la vida pública choca con la
libertad de costumbres y de atuendos en la vida privada, así como en ciertos
ambientes clandestinos donde ellas «se sueltan el pelo» y actúan como si
estuvieran en Occidente. La película usa también los flashbacks para mostrarnos
esa realidad de una liberación de costumbres de la que, de seguir en Irán,
jamás disfrutarán.
La actriz
protagonista tiene una potencia interpretativa que parece una diosa mesopotámica
capaz de cualquier proeza, y las escenas de los combates, acaso inspirados,
como algún crítico ha señalado, en los de Raging Bull, de Scorsese están
planificados al detalle para darnos la apremiante sensación de estar nosotros,
físicamente, en el tatami. A esa filmación tan dinámica se debe el descubrir lo
emocionantes que pueden llegar a ser esos combates, aunque yo lo descubrí, de
niño, cuando un gigantón holandés, Anton Geesink, fue el primer no japonés en
ganar una medalla de oro en judo en una olimpiada, hasta ese momento terreno
privativo de los judocas orientales. Esa pasión deportiva competitiva, que es
como un veneno en la sangre, es lo que, poco a poco, irá convenciendo a la
entrenadora de que ha de «pasarse», al lado de la pupila, venciendo miedos
ancestrales al poder masculino y desquitándose de su pasado humillante. Todo
ello acentúa aún más la perspectiva política de la película, pues las
autoridades deportivas y políticas de Irán no tardan en pasar a las prácticas mafiosas
propias de las dictaduras, exhibiendo la más tétrica de sus caras tenebrosas.
Ya me imagino
que esta película valiente y estéticamente tan contundente y eléctrica como,
pongamos por caso, El delator, de Ford, no les habrá gustado a Pablo
Iglesias e Irene Montero, pero es muy conveniente que ambos la viesen, para que
se dejen de tontear, económicamente, con un Régimen con prácticas dictatoriales que, a quienes
tenemos auténtica memoria histórica no sectaria, tanto nos recuerda los casos
de las deserciones de deportistas cubanos que salen de la bella isla para nunca
más regresar.
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