Dirk Bogarde y Jon Whiteley o la extraña pareja en una
película conmovedora e inquietante: Hunted,
o los fugitivos del desamor…
Título original: Hunted
Año: 1952
Duración: 84 min.
País: Reino Unido
Dirección: Charles Crichton
Guion: Michael McCarthy, Jack
Whittingham
Música: Hubert Clifford
Fotografía: Eric Cross
(B&W)
Reparto: Dirk Bogarde, Kay Walsh,
Elizabeth Sellars, Geoffrey
Keen, Frederick Piper, Jane Aird, Julian Somers, Jon Whiteley,
Jack Stewart, Douglas Blackwell,
Leonard White.
Me he cerciorado de que se
puede adquirir en vídeo, porque me temo que esta película jamás ha sido
estrenada en España, y si tenemos que esperar a que la pasen por la TV pública
o que la rescate la Filmoteca, vamos listos. Y, sin embargo, estamos ante un
peliculón excepcional con una capacidad de mantener en vilo a los espectadores
y lanzar unas cargas de profundidad sobre el maltrato a los niños que rara vez
pueden verse con tanta efectividad y afectividad como en esta película de
Charles Crichton, cineasta del que me he vuelto absolutamente adicto. Ni una
suya he visto de la que pueda decir que me ha decepcionado. Antes al contrario,
cada nueva película suya que veo, más se
agranda su figura como cineasta excepcional, a la altura de Reed, de Lean, de
Richardson, de Schlesinger, Mackendrick y de tantos otros mucho más reconocidos
que él. ¡Caray, qué peliculón se ha marcado Crichton en esta historia “pequeña”
llena de emoción, de suspense y de crítica social! El arranque, un niño
desharrapado y sucio corriendo por la calle con un osito de peluche en la
mano, inicia una aventura que enseguida
va a sumarse a la del personaje representado por Dirk Bogarde, Lloyd, un
marinero que, de vuelta a casa, ha matado al amante de su mujer. En cuanto el
niño descubre el cadáver que hay junto al marinero, en un edificio en ruinas
-la acción transcurre en la posguerra y son muchos aún los edificios devastados
por los bombardeos sobre la capital británica-, el marinero se lo lleva para
evitar complicaciones y se inicia, en ese momento, una relación cuyo futuro
ignora por completo el marinero y, por supuesto, los espectadores. En cuanto
entra la policía en juego, tras la denuncia de los padres adoptivos de la
desaparición de la criatura, la historia se irá desvelando, fragmento a
fragmento ante nuestros ojos sorprendidos y progresivamente indignados…, porque
en el “apego” de la criatura al fugitivo se esconde la terrible realidad de que
él mismo, el pequeño -un increíble Jon Whiteley lleno de dulzura, desamparo y
ternura- es también un fugitivo que huye del escarmiento que le espera por
haber prendido fuego a una cortina con la intención de quemar la casa de la que
ha huido a la carrera con su peluche. La presencia del niño, a quien Lloyd,
llegado cierto momento, quiere dar esquinazo sin poder hacerlo -¡increíble
escena, la del chiquillo subido al puente para lanzarse, como lo hace, a uno de los vagones del tren en el que el
marinero pretende huir de la policía y del niño-, condiciona de tal manera la
huida del marinero que aquella decisión suya de arrojarse al mismo tren en el
que este huía acabará dándole una vuelta de tuerca espectacular a la huida
hacia Escocia, a la casa del hermano del protagonista, donde se encuentra lo
que nunca creyó que podría encontrarse, y quede dicho que la descripción de los
escoceses no es, se mire como se mire, la mejor que puede hacerse de ellos,
aunque sea la más verosímil. Los catalanes constitucionalistas advertirán
insólitas similitudes con lo que pasa por estas tierras dejadas de la mano del
Gobierno Central. Con todo, Crichton dirigió una comedia muy notable y
disparatada sobre la guerra de sexos
ambientada en Glasgow. El blanco y negro casi obligado entonces, estamos en
1952, consigue, tanto en los barrios pobres londinenses como en el puerto de
pescadores escocés, arrancar un aire de vida realista que nos impide siempre
refugiarnos en lo que podríamos llamar el lado afectivo de la huida, esto es,
el estrechamiento paulatino de la relación entre Lloyd y la criatura, aunque
cuando azuza a ambos el cansancio y el hambre, el marinero tiene algunos
arranques de ira que, por suerte, no cristalizan: enseguida recupera la piedad
enorme que le despierta la orfandad de chiquillo. A ese respecto, es
estremecedora la parte en que se alojan, de paso hacia Escocia, en un casa de
huéspedes y la “patrona”, ante la ausencia de quien ella cree que es el padre,
decide bañar a la criatura y ponerle el pijama para acostarla. Lo que ve, y que
Lloyd no ha visto aún, las señales en la espalda del crío de haber sido azotado
cruelmente, llevan a la mujer a sospechar de quién sea quien, a la mañana
siguiente, acaba presentándose en la primera página del periódico, lo que
provoca una secuencia de tensión extraordinaria que resuelve huyendo a la
carrera, para atravesar las montañas camino de la casa del hermano. No son
pocas las películas de huidas, y esta de Crichton recuerda mucho, en su
planteamiento a la de Clint Eastwood, Un
mundo perfecto, también sobre la huida de un fugado de la prisión que se lleva
como rehén a un niño de 8 años -7 tiene el de Hunted-, pero hay algo en la de Crichton, por la situación peculiar
del niño: dado en adopción y ser objeto de malos tratos por sus padres
adoptivos, que nos lleva al final que nos lleva. Por el camino, esta road movie sin coche; una road a campo traviesa, podríamos
improvisar, nos irá descubriendo no solo la fragilidad psicológica del marino
engañado y su necesidad implícita de venganza, por un lado, y de afecto, por
otro, sino la extraña conjunción perfecta de dos destinos tan disímiles como el
del adulto y el del niño: dos seres antagónicos que acaban forjando unos lazos
afectivos que logran conectar con las más profundas emociones de los
espectadores, y sin ser una película lacrimógena, por la ambigüedad que se va
manteniendo en la huida hasta el final, a cargo del marino, no es menos cierto
que resulta imposible no empatizar con el doble desvalimiento de la criatura y
de su protector. La secuencia impresionante del cuento que le pide el niño que
le cuente antes de dormirse merece un lugar en las antologías de las secuencias
memorables del séptimo arte, desde luego. Sí, sí, lo sé, estoy absolutamente
predispuesto hacia Crichton y quizás no sea, en este caso, el crítico más
fiable, pero si quieren vivir una odisea hacia ninguna parte…emocionante, vean Hunted, cuyas actuaciones principales,
la de Dick Bogarde y la de Jon Whiteley, son de las que se te imprimen en la
memoria, como la de Spencer Tracy y Freddie Bartholomew en Capitanes intrépidos. La tienen, como vengo diciendo desde hace varias
críticas en Filmin, y merece absolutamente la pena pagar los 6 € por ver ni que
fueran las últimas tres que he criticado en este Ojo. Pero hay más, se lo
aseguro…
No hay comentarios:
Publicar un comentario